26 diciembre 2011

Siria, el zarpazo de un tigre herido

Artículo de Simon Sebag Montefiori, historiador británico, en El País25 de diciembre de 2011

Las revoluciones, esas misteriosas convulsiones de luchas callejeras e intrigas a base de secretos susurrados, las fluctuaciones de las insondables mareas del poder, se desarrollan por fases, y los levantamientos de los dos países árabes más importantes, Egipto y Siria, se encuentran ahora al borde de un nuevo momento trascendental. En las revoluciones, la primera fase es la del aumento de las protestas populares; la segunda fase es la represión despótica para aplastarlas, y la tercera es la de la supervivencia y el impulso creciente de la revuelta, hasta desembocar en la caída del tirano si pierde el apoyo de su Ejército o su corte.
La primera etapa es la más apasionante para la prensa occidental y la más emocionante para los jóvenes participantes, un material digno de Los Miserables y otras obras parecidas, pero suele ser la menos importante. Las revoluciones no terminan casi nunca como parecen empezar, y las consecuencias siempre son totalmente distintas de las intenciones de los revolucionarios. Tardan años, a veces decenios, en aparecer, no meses; y lo que importa es quién controla a quién al final. La esperanza es que sea el pueblo el que de verdad acabe por controlar el Estado.

(...)

El propio El Asad ha puesto el dedo en la llaga: aunque se presenta como un caballero árabe dispuesto a morir en la refriega, quizá entiende también que estas dictaduras dinásticas de Oriente Próximo son esencialmente monárquicas. Es difícil ver de qué forma podría retroceder; su poder, férreo y manchado de sangre, solo puede morir con el rey. Churchill tenía razón al decir que “los dictadores cabalgan sobre tigres de los que no se atreven a bajar”.
El tigre sirio está tocado, pero no hay nada más peligroso que un tigre herido.



24 diciembre 2011

Casa L: Antonio Gala y la muerte

Del blog Casa L: Antonio Gala y la muerte:

Acabo de oír la entrevista que Montserrat Domínguez le ha hecho a Antonio Gala en la SER.

Me ha impresionado y me ha emocionado oir a un ser humano hablar con tanta naturalidad de la muerte. Me ha parecido una actitud tan humana, tan poco afectada, tan poco desvirtuada por las religiones y por las imaginaciones ultramundanas, que, junto a la pena, ha hecho que surja en mí un foco de paz, de sosiego...

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10 diciembre 2011

La Unión Europea avanza

La cumbre europea ha comenzado al fin un gran proyecto de unión económica que complete la unión monetaria


Ha muerto una Europa y otra ha empezado a nacer. La cumbre de Bruselas ha alumbrado por fin un gran proyecto (aunque aún incompleto) de unión económica que complete la unión monetaria iniciada con la creación del euro en 1999. Era una asignatura pendiente clave. Iba en ella la supervivencia de la moneda única, seguramente del mercado interior y quizá de la propia Unión. Para garantizarla, la cumbre ha tenido que prescindir de lastre, de quienes se negaban a dar el paso. Al final, sólo Reino Unido, por intereses nacionalistas o fundamentalistas; es decir, por miedo al ala más conservadora del partido en el gobierno, ha quedado fuera. Otros, tras un primer rechazo, como Hungría, han aceptado. acepta someter el acuerdo a su Parlamento. Suecia, la República Checa y el resto de países de la UE que no están en el euro harán lo mismo.
Contrariamente a lo que pueda parecer, no surge una UE más fracturada, porque las fracturas ya estaban, pero siempre se aplazaba su sutura. No nace una Unión con menos miembros, porque los 27 seguirán siendo los 27. Pero habrá dentro de ellos una eurozona ampliada más articulada, una Unión premium, con voluntad expresa de emprender no sólo su “integración presupuestaria”, sino también de trazar una “política económica común”. Palabras mayores. Se inaugura así la doble velocidad formal (aunque de hecho la libertad de circulación de Schengen y el propio euro ya venían a constituir dobles círculos) que permitirá cancelar el chantaje del veto de un solo socio, y por tanto la parálisis del conjunto, posibilitadas por la persistencia del voto por unanimidad. Como por ejemplo, ante la necesidad de avanzar hacia una unión económica que comportará una más honda regulación financiera y bancaria común, una convergencia impositiva (al menos en Sociedades y con la Tasa Tobin) y la desaparición de estatutos privilegiados de algunos.
Jacques Delors, presidente de la
Comisión Europea entre 1985 y 1995.
Hay que celebrar esa doble velocidad, porque la velocidad única que teníamos no era velocidad, era ir siempre al ritmo lento del socio más perezoso o egoísta. Era, cada vez más, la parálisis. Ahora habrá un “grupo de vanguardia” (como evocaba Jacques Delors), nutridísimo, quizá de 25 socios. Un “núcleo duro”, como por vez primera propusieron, en septiembre de 1994, los demócrata-cristianos alemanes Karl Lammers y Wolfgang Schauble en un sonado documento que consagró la idea de la doble velocidad. Esperaban entonces que eso no implicara “el abandono de la esperanza de que Gran Bretaña asumirá su papel en el corazón de Europa ya sí en su núcleo”, vana esperanza.
Esas formulaciones abrieron paso en el Tratado a las “cooperaciones reforzadas” y a las “cooperaciones estructuradas”, como la prevista para la eurozona en el artículo 136. Y eso no debe resultar necesariamente en una “Europa a la carta”, más desordenada, con capas impermeables de miembros siempre condenados a no promocionar de categoría. Para evitarlo conviene recordar que esas cooperaciones exigen, según el vigente tratado, que se respete y no se fragmente el acervo jurídico comunitario; que no se diluya el peso de las instituciones comunes; que se trate de asociaciones más estrechas pero siempre abiertas a la incorporación de los restantes socios.
En azul, los países
 componentes de la EFTA
La vía abierta ayer, por mayoría cualificadísima, al nuevo Tratado, certifica la segunda muerte de la EFTA, que parecía haberse infiltrado en, e infectado a, la Unión. La EFTA era la Asociación de Libre Comercio que promovió en 1959 Reino Unido para competir contra la Comunidad Económica Europea creada por el Tratado de Roma en 1957. La alternativa de una zona de mero librecambio sin articulaciones económicas superiores murió por inanición, al ingresar algunos de sus socios más relevantes (Austria, Finlandia, Suecia) en la UE en la ampliación “nórdica” de 1995. Quedó en un Espacio Económico Europeo que ha ido sirviendo como sala de espera y aprendizaje para los candidatos aún no preparados para el ingreso. Pero si la EFTA-institución quedó arrumbada, no así su filosofía, que Londres desarrollaba apoyando con gran ímpetu cualquier ampliación, porque así era más fácil diluir la articulación o cohesión interna del club, y ejerciendo todo tipo de —siempre sofisticado— filibusterismo institucional.
En realidad, todas las ampliaciones (al Oeste, al Sur, al Norte y al Este) fueron precedidas o inmediatamente seguidas de una profundización, a través de una reforma del Tratado, para que no chirriasen las costuras de una asociación inicialmente pensada para seis socios, hoy casi quintuplicada. El problema es que, como ha demostrado la poca vivacidad de los avances europeos desde la vigencia del último gran texto, el de Lisboa, éste estaba incompleto (sobre todo en lo económico, con cambios menores desde Maastricht) y era poco funcional para permitir decisiones ágiles de 27 Estados miembros.
Con la de ahora, las grandes mutaciones en la unificación económica se han producido cada veinte años. En 1970, con el Informe Werner que abrió paso a una coordinación monetaria que culminó en el Sistema Monetario Europeo (la segunda serpiente) de1979; en 1991, con el Tratado de Maastricht que diseñó la moneda única, creada en 1999. En 2011, cuando lo que se prometía como una unión fiscal limitada a vigilar la disciplina presupuestaria, ha puesto las bases de un compromiso más amplio de integración económica.

El presidente de la Comisión Europea,
José Manuel Barroso, con el
primer ministro británico David Cameron
Con el paradigma anterior, consistente en mantener a todos en el mismo barco a cualquier precio, ganaba el chantaje. Con Margaret Thatcher y John Major, pero también con Toni Blair y Gordon Brown, aunque en menor medida porque era algo más proeuropeos, en caso de conflicto el problema lo tenía Europa. Ahora el problema lo tiene Reino Unido. Si hay niebla en el canal de la Mancha, son las islas las que marginadas, contra el famoso titular de The Times, “Europa está aislada”, de la época imperial. Y si perdemos un poco de Gran Bretaña, ganamos a cambio un mucho de Polonia, la revelación europeísta de la temporada.
Con la experiencia de más de medio siglo, la nueva planta de la Unión debe plantearse la eliminación casi completa del requisito de unanimidad. No ya por furor europeísta, sino por pragmatismo. Desde que se liberalizaron los movimientos de capitales en los años ochenta y se generó la globalización, mercados y agentes financieros toman sus decisiones casi al nanosegundo. Mientras que Gobiernos e instituciones se arrastran durante meses para conseguir redactar un reglamento que, una vez impreso, requiere al instante ser modificado. Las decisiones por mayoría cualificada deben ser la norma, también por ser más rápidas. Es la única manera de adaptarse a la velocidad de los mercados e intentar encauzarlos. La vía para superar dualidad de velocidades que debe preocuparnos: la del dinero y la de la democracia.
El resultado de la cumbre es más Europa y un avance del federalismo y la cesión de soberanía al centro. Con todas sus consecuencias: se fija una regla fiscal en todas las constituciones para no superar el 0,5% estructural. En España eso ya está prácticamente hecho. Además, se avanza por el camino de las sanciones automáticas en el caso de los incumplidores, y cada país tendrá que informar de las emisiones de deuda (aunque no queda claro si habrá limitaciones para emitir).

ESPAÑA


José Luis Rodríguez Zapatero y Herman Van Rompuy, anteayer en Bruselas
Rodríguez Zapatero reconoció que el estímulo más urgente que necesita la economía española es que se rebajen los altos costes que paga por financiar su deuda y que vuelva a fluir el crédito a familias y empresas. Para lograrlo, sería fundamental el respaldo del Banco Central Europeo (BCE) y, aunque no ha querido apartarse de la ortodoxa declaración de fe en su independencia, ha pedido que tenga una “posición equilibrada”. Es decir, que como la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra, no solo se ocupe de vigilar la inflación, sino que actúe como prestamista de último recurso. “No tengo ninguna duda de que [el BCE] sabe que tiene que contribuir a la estabilidad de la zona euro, aunque se guíe por sus propias evaluaciones y análisis.”

Rajoy y Sarkozy se reúnen antes
de la reunión de líderes del PPE
Zapatero ha jugado en Bruselas el doble papel de presidente saliente y comisionado del entrante, con el que se ha mantenido en permanente contacto. Le llamó el jueves por la noche nada más aterrizar y volvió a hacerlo el viernes. Las noticias no eran buenas: no había podido cumplir el encargo de Rajoy de garantizar para España el derecho de veto en el futuro fondo de rescate permanente, como tienen Alemania, Francia o Italia. Para ello habría sido necesario que la minoría de bloqueo se redujera del 15% al 10% de los votos, ya que la participación española es del 11,9%. Pero Zapatero ha tropezado con el argumento de que, si se ha abolido la unanimidad, es para evitar la parálisis del fondo y de que el 85% de mayoría es el mismo porcentaje vigente en el Fondo Monetario Internacional (FMI). “Se lo he explicado [a Rajoy] y lo ha entendido perfectamente.”

03 diciembre 2011

Antonio Machado, el admirable desconfiado

«La inseguridad, la incertidumbre, la desconfianza, son acaso nuestras únicas verdades... La inseguridad es nuestra madre; nuestra musa es la desconfianza. Si damos en poetas es porque, convencidos de esto, pensamos que hay algo que va con nosotros digno de cantarse. O si os place, mejor, porque sabemos qué males queremos espantar con nuestros cantos.» (Juan de Mairena, XLIV). Habla Machado, por boca de Juan de Mairena. (¿Hasta qué punto es Mairena intérprete de lo que piensa Machado? ¿No es posible que, después de creado el personaje, éste se haya independizado, insubordinado, y haya dicho o escrito cosas con las que Machado no estaba del todo de acuerdo? Mairena es más bien un aspecto, una faceta de Machado: el Machado audaz, escéptico, irónico, más andaluz y más alegre que el «otro» Machado.) Cuando Mairena se torna serio, melancólico, no podemos ya dudar de que coincide, totalmente, con Machado: de que escribe (o habla) desde el centro mismo de Machado.
A veces resulta muy difícil convencerse de que Mairena dice las verdades —todas las verdades— de Machado. El tono semidisparatado, semisentencioso del maestro apócrifo nos hace creer que no estamos en presencia del Machado serio. («El ademán garboso nos ha perdido. Yo os aconsejo que habléis siempre con las manos en los bolsillos,» dice Mairena.) (J. M. XXIX.) Machado respetaba mucho la filosofía, muy poco a los filósofos. «Los grandes filósofos son los bufones de la divinidad» (J. M. II) ¿es elogio o burla? Quizá porque respetaba la filosofía, y aborrecía de la «pose» y del dogmatismo, protegía cada incursión suya por los campos filosóficos tras una doble máscara: la de su alter ego, Martín o Mairena, y además les obligaba, sobre todo al último, a contradecirse, a desdecirse, a contar anécdotas y bromas, a pedirnos que no les hiciéramos caso: «No toméis demasiado en serio —¡cuántas veces os lo he de repetir!— nada de lo que os diga. Desconfiad sobre todo del tono dogmático de mis palabras. Porque el tono dogmático suele ocultar la debilidad de nuestras convicciones.» (J. M. XLVIII.) En su libro sobre Machado nos cuenta Serrano Plaja: «quiero recordar aquí que otro día en que fui a verle con Emilio Prados, hablando de temas literarios, fue la conversación hasta dar en la palabra «filosofía». A este respecto, Machado declaró “que de esas cosas no podía escribir en serio”.» (Pág. 29.) Creía, en efecto, que sin un minimum de precaución y de ironía todo filosofar se convertía en una actividad superflua. Se acercaba a sus temas en forma parcial, fragmentaria, dando grandes rodeos, interrumpiéndose para volver a empezar. Pero seguía acercándose.
  Porque los temas filosóficos que le interesaban la radical soledad del hombre, el impulso hacia la comunión, o, como dice Abel Martín, «la incurable «otredad» que padece lo “uno”» (J. M. II), la nada, la muerte, la dignidad del hombre y el impulso ético, eran continuación en buena parte de su visión poética del mundo. Con menos consuelo afectivo, con menos salvación estética que en algunos poemas: la inteligencia escueta frente a lo inevitable («por que el hombre ama la verdad hasta tal punto, que acepta anticipadamente la más amarga de todas,» J. M. I) pero sin renunciar al diálogo, a la comunión con los demás: «El que no habla a un hombre, no habla al hombre; el que no habla al hombre, no habla a nadie.» (J. M. XLIX.) A diferencia de Unamuno, empeñado en hablar con Dios o consigo mismo, o de Juan Ramón Jiménez, que dialogaba a veces con los árboles (en sus Romances de Coral Gables), o sentía diluir su dolor por los espacios cósmicos, Machado siempre se entregó, o quiso entregarse, solamente a los hombres:

Poned atención:
un corazón solitario
no es un corazón.
(Nuevas canciones, LXVI.)
  Y también:

No es el yo fundamental
eso que busca el poeta,
sino el tú esencial.
  (Nuevas canciones, XXXVI.)

A Machado le sobraban razones para creer en el diálogo. No en vano se había enamorado dos veces; no en vano había sido dos veces correspondido. Y le sobraban también razones para creer en la inestabilidad del diálogo, en su carácter precario. Por ello se nos aparece como un «entusiasta precavido», como un optimista escéptico, que avanza con pies de plomo y tropieza a pesar de ello:
 
Hora de mi corazón:
la hora de una esperanza
y una desesperación.
  (Nuevas canciones, LII)  

Machado no se contentaba con dudar; dudaba, además, sobre la conveniencia de seguir dudando. No se fiaba ni de la duda. Esta desconfianza —que no impedía, por otra —166— parte, al llegar el momento oportuno y necesario, los arranques más nobles, más viriles, de uno de los hombres más auténticos y generosos de su tiempo, de un hombre íntegro y valiente tras su máscara de timidez— era en él cosa ya vieja. Le venía de la infancia. Pone en boca de Juan de Mairena una anécdota de infancia que —por figurar también en Los complementarios referida al propio Machado— tiene todo el sabor de la experiencia auténtica, vivida, en apariencia insignificante pero que deja en el niño una huella imborrable. El niño va por la calle con su madre, que le ha comprado un pedazo de caña de azúcar. Ve pasar a otro niño, con otra caña de azúcar en la mano. Le parece que la suya, la que él lleva en su mano, es la mayor, y así se lo dice a su madre. Pero ésta —personificación de la objetividad— le corrige: la del otro niño es, en verdad, más larga. ¿Dónde tenía los ojos, que no lo vio? Y esto es lo que Juan de Mairena se sigue preguntando. Es la primera lección de filosofía; se encuentra en cualquier manual: la diferencia —necesaria pero difícil— entre apariencia y realidad. La necesidad de desconfiar de las apariencias. Y se trata en este caso de una realidad penosa, molesta, antipática: el otro niño lleva una caña de azúcar más grande que la suya. Machado no olvidará jamás esta lección.
Quizá la angustia que siente el poeta, de la que nos habla constantemente, está hecha de pequeñas decepciones como la que acabamos de citar. Quizá estas decepciones no son sino el punto de partida, para intuir la verdad que Camus habría de definir, en nuestro tiempo, con muy pocas palabras: «los hombres se mueren, y no son felices». El caso es que la soledad y la angustia revolotean como insectos, como presencias sombrías y viscosas, alrededor del niño, del poeta, del filósofo.
 
Muda en el techo, quieta ¿dormida?
la gruesa gota de angustia está,
y en la mañana verdiflorida
de un sueño niño, volando va...
  (J. M., XXXI.)

Según Mairena, «el mundo del poeta es casi siempre materia de inquietud». Y Abel Martín dictamina: «A todo despertar se adelanta una mosquita negra cuyo zumbido no todos son capaces de oír distintamente, pero que todos de algún modo perciben.» ¿Todos? Quizá. Pero para algunos —para el Don Nadie, por ejemplo; para el hombre im personal, inauténtico, de que nos habla Heidegger— las voces llegan envueltas en una baraúnda tal, en un rumor tan confuso de agitaciones, de slogans, de anuncios, de proyectos falsos, que de veras es como si no llegaran a parte alguna. Después de cierto tiempo, las drogas adormecedoras que todos o casi todos se toman —nos tomamos— para acallar la inquietud interna surten efecto; no hay necesidad de aumentar la dosis, salvo en casos excepcionales; el individuo queda destruido por dentro, deja de oír el zumbido de la angustia, deja de oír casi todo lo que no sean las voces inauténticas de lo que «se dice».

Ese desconfiado prodigioso que fue Machado desconfió, por lo pronto —e instintivamente, como hombre bien nacido que era, como aristócrata del espíritu— de las voces hueras de Don Nadie. Pero desconfió también —y esto es lo que queremos subrayar ahora— de las voces de la soledad y la angustia. Mejor dicho; no las rechazó, las aceptó, pero sin dejar de luchar contra ellas. O, quizá, mejor al lado de ellas, pero para trascenderlas. Para encontrar otra cosa: un diálogo, una comunión, un tú esencial. Su existencialismo está más cerca, en el fondo, de Berdiaev, Marcel o sobre todo Buber que de Heidegger. O quizá es como si Heidegger aspirara a negarse, a trascenderse, sin conseguirlo del todo. Recayendo, con frecuencia, en la misma serena amargura. Sin aspavientos, sin gestos trágicos a lo Unamuno. Y sin dejar de forcejear, de dialogar, ni un momento con el ángel de la soledad y de la angustia.
 
«El sentimiento —dice en Los Complementarios, 1917— no es una creación del sujeto individual, una elaboración cordial del yo con materiales del mundo externo. Hay siempre en él una colaboración del , es decir, de otros sujetos. No se puede llegar a esta simple fórmula: mi corazón, enfrente del paisaje, produce el sentimiento, y, una vez producido, por medio del lenguaje lo comunico a mi prójimo. Mi corazón, enfrente del paisaje, apenas sería capaz de sentir el terror cósmico, porque aun este sentimiento elemental necesita, para producirse, la congoja de otros corazones enteleridos en medio de la naturaleza no comprendida. Mi sentimiento ante el mundo exterior, que aquí llamo paisaje, no surge sin una atmósfera cordial. Mi sentimiento no es, en suma, exclusivamente mío, sino más bien nuestro. Sin salir de mí mismo, noto que en mi sentir vibran otros sentires y que mi corazón canta siempre en coro, aunque su voz sea para mí la mejor timbrada. Que lo sea también para los demás, éste es el problema de la expresión lírica.» En esta larga cita se encuentra admirablemente expresada la actitud de Machado frente a la poesía, frente a la inspiración, frente a las raíces de esta inspiración: el , el nosotros, el diálogo, la comunidad, incluso cuando está hablándonos de su soledad, de su abandono, de su angustia.

Mas busca era tu espejo al otro,
al otro que va contigo

y también:

Todo narcisismo
es un vicio feo,
y ya viejo vicio.
  (Proverbios y cantares, IV, III.)
 
Sí: soledad, angustia, preocupación, zumban constantemente; y constantemente también, sin espantarlas jamás definitivamente, sigue el poeta su camino, buscando al otro. Esto es fundamental. Y explica, además, el renovado interés de los poetas de hoy por Machado y su obra. Más que nunca los poetas de las últimas generaciones han abandonado —como señala Castellet— la ruta de Juan Ramón Jiménez, incluso la de Unamuno —que sí influyó inmediatamente después de la guerra civil— para seguir a Machado, todos ellos fieles partidarios y escuderos del poeta que «buen caballero era», como dijera Alberti de Garcilaso. «Del yo —señala Emilio Alarcos Llorach— van cayendo en el nosotros. Como «social», tal poesía que no canta un yo sino pretende cantar un nosotros, que no busca resonancia en otro yo sino en otro nosotros, ha de tocar los temas que nos interesan en cuanto humanidad y no que me interesan en cuanto persona única.» «Una vez más es el hombre lo que interesa —escribe Blas de Otero en 1959—, pero no ya el hombre considerado como individuo aislado, sino como miembro de una colectividad inserta en una situación histórica determinada.» Machado es precursor de la poesía de hoy por partida doble. Por haberse interesado —apasionado será más exacto— por los temas «comprometidos»— ya desde el principio, en sus conocidos poemas «regeneracionistas» tan típicos del 98; y después, naturalmente, y con mayor vehemencia, durante la guerra civil. Y por haberse acercado al «tú» esencial —y haberlo hecho existencialmente— en forma que más allá de la desconfianza, de la soledad, de la incertidumbre, se estableciera un contacto —no por implícito menos profundo— entre el poeta y el pueblo. Pueblo no entendido como «grupo», como «masa». No hay nada menos «masa» que el pueblo tal como lo concibió Machado. «Por muchas vueltas que le doy —decía Mairena— «no hallo manera de sumar individuos» (J. M. I.) Y ello en respuesta al que afirmaba que la sociedad era una mera suma de individuos. El pueblo, para Machado, no era masa, sino comunidad depositaria de una sabiduría muy antigua. De él podía y debía aprender el poeta.
 
No sería justo afirmar que la raíz de la poesía de Machado se encuentra en la desconfianza del poeta ante la vida, la felicidad, el progreso, etc. Es cierto que Machado se nos aparece, en sus poemas primeros, como un hombre que no tuvo infancia, que se sintió solo, melancólico, profundamente serio y triste, casi desde el primer momento. Pero también es cierto que Machado tenía fe en el hombre, en el futuro del hombre. Por lo menos a ratos. Que creía en el diálogo, en la posibilidad de amar y ser amado. (También a ratos.) Y que en su franciscanismo laico no estuvo lejos de creer, en algún momento, si bien con «fe dudosa», con fe escéptica, resignada, senequista, en alguna deidad más o menos vagamente panteísta. Lo que queremos decir con nuestra insistencia en el tema de la desconfianza es simplemente que Machado seguía buscando, no se resignaba. Ni a una «solución» o falta de solución en el terreno de la religión o de la metafísica, ni a una sola postura, una sola tendencia, en el terreno de la poesía. Exploración de la soledad —por las largas galerías del alma— y de la angustia; exploración del paisaje que se hace eco de la soledad o permite distraernos de ella por un instante; exploración de los temas históricos, nacionales, colectivos; exploración del amor y de la identificación con una comunidad, son aspectos de una misma inquietud, de un mismo afán de no ceder a la desesperación.
 
Es tentador aceptar, aunque solo sea en forma preliminar, a beneficio de inventario, la tesis de Segundo Serrano Poncela relativa a la evolución de Machado y de sus «dobles»: «Abel Martín, profesor de Juan de Mairena, y éste profesor de Antonio Machado, se corresponden con la órbita cíclica del pensamiento machadiano del siguiente modo: Martín o el pensamiento metafísico, Mairena o el pensamiento crítico, y Machado el poeta. Cronológicamente, resultaría a su vez lo siguiente: Machado poeta crea como justificante teórico a Abel Martín metafísico, y éste, a su vez, segrega a Juan de Mairena, retórico y moralista. Conforme transcurren los años, el poeta se oscurece y reduce el agua del hontanar lírico, el filósofo se trasplanta al moralista y éste concluye, tras de haberse incorporado la sustancia de los dos anteriores, por ocupar todo el territorio real-ideal del primitivo Machado, al extremo de que durante los últimos tiempos de su vida el poeta sólo escribe, opina y hasta publica con el seudónimo que le presta su homónimo espiritual Juan de Mairena.» (Antonio Machado. Su mundo y su obra. Pág. 209). Juan de Mairena vendría a ser una «ficción de segundo grado», un personaje de «nivola» que acaba por influir poderosamente en su creador. Y la evolución se explicaría —en parte, y sólo en parte— por un afán de trascender la angustia que la poesía revelaba, sublimaba, pero no acababa de destruir del todo. En lugar de soledad y belleza nos encontramos con la ironía, el humor y el escepticismo de Juan de Mairena —que son también, en alto grado, formas de dominar la angustia, de canalizarla hacia terrenos menos peligrosos, de dudar de ella, ya transformada en objeto de especulación intelectual, con lo cual cae bajo el filo del escepticismo, de los sofismas, de todas las aceradas armas de disquisición con que cuenta Juan de Mairena. Y la lucha continúa. La idea de la «otredad», la «esencial heterogeneidad del ser», es, quizá, el gran puente que nos permite pasar de la poesía a la metafísica, de la soledad sentida, vivida, frente a las galerías internas o frente a un paisaje que también, con frecuencia, es fuente de tristeza:
 
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.
  (Campos de Castilla, XXV.)

A la luminosidad, la frescura airosa de las anécdotas mairenianas. ¿Pueden llegar a entenderse el corazón y la cabeza? La angustia y la muerte rondan al poeta desde el principio. Machado se defiende, pero no tratando de olvidarlas, pues eso sería como tratar de salirse de su autenticidad, de su vida, de su tiempo, convertirse en Don Nadie, en un Don Guido cualquiera, en «ese hombre del casino provinciano», «fruta vana / de aquella España que pasó y no ha sido», en un hombre falso y vacío por haberse vuelto de espaldas al tiempo y a la angustia, por haber negado la presencia de la temporalidad y de la muerte: «Ese hombre no es de ayer ni es de mañana, / sino de nunca...) («Del pasado efímero», Campos de Castilla.)
 
Pero Machado sabe que los españoles (los auténticos, no los hombres del casino provinciano, los Don Guido, los Don Nadie) se parecen un poco a Heidegger, sin darse cuenta de ello, naturalmente; y sabe también que con el sentimiento de la muerte, con la presencia de la angustia, no hay más remedio que contar si se quiere llegar a ser hombre de veras. Pero que cada uno tiene derecho a hacerlo a su manera, con tal que sea auténtica y sincera. Las sombras que lo rodean exigen el diálogo. Pero el hombre tiene derecho a buscarse aliados. Así surgen los dos fantasmas amigos, los dos cordiales compañeros en su viaje por el tiempo, las dos sombras transparentes, serias o risueñas, sesudas o disparatadas: el filósofo Abel Martín y el moralista Juan de Mairena. Lo acompañan por las largas galerías en sombra, atraviesan con él los destartalados salones «de sal-si-puedes». ¿Que sus opiniones suenan a veces en forma algo disparatada? Mejor: así habrá diálogo entre Machado y los dos amigos imaginarios que él ha engendrado. Y el diálogo es para Machado fuente de esperanza, consuelo inagotable:
 
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—
  («Retrato», C. de C.)

De ahí la paradoja: Machado, el gran solitario, el hombre «desconfiado», el enemigo de las tertulias, resulta a la postre uno de los españoles de su tiempo que más y mejor lograron la comunicación humana. Que menos solo estuvo. Que conoció el amor, la amistad, el auténtico diálogo. Que desde el fondo de su soledad supo suscitar un movimiento de simpatía, de admiración y de amor que ha seguido dilatándose hacia adelante: los jóvenes poetas españoles, los poetas de hoy —y de mañana— le han vuelto la espalda a Juan Ramón Jiménez, desconfían algo de Unamuno, pero sienten por Machado una admiración y un amor sin límites. Seamos sinceros: si pudiéramos convocar una «junta de sombras», si pudiéramos hallarnos en presencia de los hombres del 98, iríamos a contemplar, a admirar, el rostro exaltado de Juan Ramón; escucharíamos un buen rato a Unamuno; pero para dialogar —para tener una conversación profunda, auténtica, cordial— nos acercaríamos todos a Machado.


Tiempos difíciles

 Como es sabido, Carlyle bautizó la economía de ciencia triste (dismal science), nombre que reaparece cuando la realidad se vuelve sombría, cuando aumenta la pobreza, la miseria, cuando crecen las diferencias entre ricos y pobres y estos no ven fin a sus desgracias, ni salida a la situación. Pero no es la ciencia la triste sino la misma realidad que quiere retratar y explicar, pues obviamente es incapaz de mejorarla.



Portada de hoy de El País:
"La destrucción de empleo pone a la
Seguridad Social al borde del déficit",
Merkel: "Habráaños de dificultades",
"Cospedal rebaja un 3% el sueldo
a sus funcionarios", "Imputados tres
cargos de Camps por los pagos a
Urgandarín"...
Todas las noticias, que son como enunciados definitorios de los distintos aspectos del mundo, trazan un cuadro siniestro de dificultades y estrecheces que, además, durarán años, según Angela Merkel. Los datos que hablan de deuda, déficit y ruina son incontrovertibles y sobre esa situación fatal sube al puente de mando de toda Europa la derecha con un programa último de desmantelamiento del Estado del bienestar.

Tras las duras medidas y recortes aplicados por CiU en Cataluña, vinieron ayer los del PP en Castilla-La Mancha, que no se quedan atrás y permiten calibrar el alcance de los que estará preparando Mariano Rajoy. El PSOE ya ha acusado a Cospedal de "dinamitar" el Estado del bienestar y los sindicatos anuncian acciones en la calle. Es decir, parece estar fraguándose una confrontación social. Pero ésta probablemente no será muy intensa por tres razones. La primera porque el PP llega con la legitimidad reforzada de la mayoría absoluta que le asegura la estabilidad parlamentaria pase lo que pase en la calle.

La segunda razón es que los datos, además de abrumadores, son objetivos. La situación es la que es: no hay dinero (en el mercado), no hay crédito, no se invierte, no aumenta el PIB (incluso quizá vuelva a retroceder), no se genera riqueza, no se pueden remediar las situaciones de carencia. Todo esto son hechos. Los hechos, claro, son susceptibles de interpretación pero, de momento, la única que se escucha y en la que se basan las medidas que están tomándose, tanto en España como en el resto de Europa, es la de la derecha neoliberal. Apenas hay interpretación alternativa, de izquierda.

Esa es la tercera razón. Es muy difícil que prosperen las movilizaciones extraparlamentarias cuando no están integradas en una teoría viable que dé una explicación de las circunstancias y muestre un proyecto de salida con un objetivo claramente expuesto. En la izquierda reina la confusión. Desde el momento en que no plantea la sustitución del modo de producción, del capitalismo, por otro, sus propuestas sólo pueden ser de reformas de aquel. Pero reformas son también las que hace la derecha, lo que quiere decir que el enfrentamiento entre ambas no es antagónico sino de matices. La dos, izquierda y derecha, plantean la salida de la crisis sin cambiar el modo de producción. No es suficiente acicate para mantener vivas las protestas callejeras y para que éstas tengan algún impacto en las medidas del gobierno.

En realidad, el movimiento 15-M es una especie de manifestación previa de esta situación. Su generalización apunta a la existencia de motivos para la protesta. Pero su inoperancia prueba que, si bien es relativamente fácil criticar lo existente, es mucho más complicado formular alternativas. Podría tratarse de tiempos de revolución. En verdad la palabra aparece de vez en cuando (por ejemplo, la spanish revolution), pero no encuentra revolucionarios que la invoquen ni gentes que la sigan.

02 diciembre 2011

‘Asklepios, el último griego’, de Miguel Espinosa, 1985. Reeditado en Siruela, 2005.

 
PRÓLOGO
Me llamo Asklepios, y de tarde en tarde tomo la pluma para confesarme, lo cual hago por cumplir la necesidad de experimentarme verdadero, como ordenó Demócrito.
Amo la comparecencia de todas las cosas, grandes y pequeñas, en la Tierra, entre la Tierra y el Sol, y más allá del Sol, existentes. Busco lo originario, y detesto indagar el fin de cuanto está ahí y permanece, bastando a mi razón el postulado que muestra el hecho.
Me enternecen los niños y las mujeres, cuya dócil presencia se revela compañía. El Poder no tienta mi voluntad, pero siento inclinación a teorizar sobre este suceso. Denomino teorizar a enjuiciar desde principios y concluir implacablemente.
Repudio las ficciones y sus consecuencias, siéndome ajena, por consiguiente, la conciencia de casta o superioridad. No puedo admitir que se disfrace cuanto el juicio correcto ofrece como verdadero. Odio los reverenciosos, me repugnan los mágicos y aborrezco toda doctrina irracional. Me avergüenzan las retahílas de vocablos carentes de significado; no puedo soportar, por ejemplo, que alguien diga: “mi hermano espiritual”, “nuestro destino manifiesto”.
Me burlo de toda grandeza, porque pienso que cualquier grandeza es falsa. Entre vanidosos, soy el demiurgo que los hincha; entre hipócritas, el demiurgo que los escandaliza; y entre neutrales, el demiurgo que los implica. Como todo proscrito, padezco nostalgias, y éstas son las nostalgias que yo, un griego, vivo: nostalgia de la Verdad, de la Belleza y de la Bondad.
Rehúso la tristeza, pero valoro la melancolía. De vez en vez, mi naturaleza se torna melancólica, y halla su gozo en los dulces brazos del desencanto. También la acedia es pasión digna de un griego, aunque combatida por Epicuro.
No sigo camino ni ando por senda de maestro conocido; me río de todos los maestros, como adicto que soy a la capacidad de enjuiciar desde postulados y concluir implacablemente, también llamada libertad de reflexión o de ciencia, que hace posible la vida racional entre los griegos y no griegos.
De los escritores, admiro la voluntad del concepto, la voluntad de estilo y la voluntad de síntesis o facultad de acuñar expresiones. Por eso releo a Platón.
Amo a los débiles; pienso que la heroicidad aparece forzosamente en ciertos individuos, verbi gratia, en quienes trabajan y no ganan para el desayuno. Entre tales, me siento como entre los míos, y también entre quienes muerden su hogaza de salazón y contemplan sencillamente el espectáculo del sábado. Por las buenas familias, los poderosos, los exquisitos, los calologistas y los adoctrinados no siento simpatía.
Defino el Arte como la objetivización del sentir estético a través de la materia; la libertad, como posibilidad de realizar lo indeterminado; y la justicia, como un punto de vista sobre el Mundo. Amo el Arte, la libertad, la justicia y el ser-bueno. Sin embargo, nada espero de los dioses ni de los hombres. Por eso soy hombre.
Considero el Estado como organización metódica de Poder, y el Derecho, como método del Estado. Los principios del llamado Derecho Romano me parecen una antigualla, construida para asegurar a ciertos palurdos la explotación del mundo entonces conocido. Valoro lamentable que tal Derecho haya servido de ciencia asnal a centenares de generaciones aficionadas a la sopa estatal y boba.
Gusto de sacar la lengua a los fariseos, filisteos y demás etcéteras, haciéndoles comprender que nada saben, y esto juicio a juicio, sistemáticamente, sin claudicaciones. Al enfrentarme con ellos, confieso: "Nada concederé si no lo prueban signo a signo". Y jamás me he hallado en la necesidad de admitirles una verdad evidenciada según la razón por la que somos hombres.
Me llamo Asklepios, y desde Megara, cuando niño, mis padres a esta Ciudad me trajeron de la mano.