31 diciembre 2014

Bienvenido Mr. Putin

...a la guerra económica

Cuando Vladimir Putin, presidente de Rusia, decidió intervenir en el conflicto ucraniano otorgando apoyo logístico y armamentístico a los rebeldes del este del país, probablemente lo hizo considerando las posibles consecuencias de su acción en el corto, medio y largo plazo, además de en clave local y regional. Llegaría a la conclusión de que, salvo intervención de Moscú, Ucrania, no sin pocas dificultades, vencería a los rebeldes prorrusos, perdiendo así la neutralidad de un país estratégico en el statu quo entre Rusia y el occidente europeo. Igualmente consideraría la debilidad política de la Unión Europea, enfrascada en pulsos internos y con una crisis económica cuya resolución es la prioridad absoluta de Bruselas, por lo que salvo enérgicas condenas y ayudas testimoniales a Kiev, su capacidad de respuesta iba a ser bastante limitada. Tampoco vería excesivo peligro en el papel de la OTAN, una organización político-militar que dada su orientación defensiva y las escasas capacidades ofensivas que presenta, poco iba a enturbiar la actuación rusa en suelo ucraniano.

Ni siquiera Estados Unidos le podía suponer un problema; enfrascado en un Oriente Medio que se desmorona por momentos, la importancia de Ucrania en la política exterior de Washington era nula. Si todo no marchaba según lo previsto, Rusia siempre podría jugar la carta de cortarle el gas a Europa, una frase que pone firme a todo el continente de inmediato. Así, el saldo entre ventajas e inconvenientes era claramente favorable a una intervención en el país vecino.

Una de las primeras maniobras, y claramente la más directa y arriesgada, fue la ocupación de la península de Crimea por tropas rusas en febrero de 2014, seguida al mes siguiente de un referéndum sobre la integración de la región a la Federación Rusa, cuyo resultado fue favorable a ello. Sin que se produjese combate alguno, Putin añadía otro episodio a la lista de éxitos de su particular realpolitik, iniciada con éxito en los años noventa en el Cáucaso. La reacción occidental a esta maniobra fue la esperada: condenas, declaraciones reprobatorias y la negativa a reconocer tal anexión —algo que tampoco reconoce la ONU y que desde el punto de vista del Derecho Internacional es un hecho ilegal—. La continuación de la política del apaciguamiento.

Con este error sobre sus espaldas, el pulso entre Rusia y sus adversarios ha pasado de una Blitzkrieg rusa a un camino muy cuesta arriba que por poco ha acabado en bancarrota para Moscú. Sin duda, el mayor interrogante actual para la potencia de los Urales es si continuar insistiendo en su política sobre Ucrania y para con la Unión Europea y arriesgarse a seguir recibiendo certeros disparos sobre su economía o dar un paso atrás y esperar que los dioses financieros sean clementes con el país.

El inicio de esta guerra —económica— tuvo más un carácter político que estrictamente económico. Los primeros movimientos se encaminaron más a tantear y advertir al adversario que a desvelar las cartas. Una escalada en el conflicto económico podía tener efectos tan perjudiciales como una guerra convencional, por lo que si se atajaba antes de llegar a cierta fase crítica, ambas partes se ahorrarían muchos disgustos.

Así, las primeras medidas de castigo provenientes de la UE y EEUU hacia Rusia se produjeron al poco tiempo de la anexión de Crimea. Algunos altos funcionarios rusos veían congeladas sus cuentas y activos en territorio comunitario y estadounidense, una medida dirigida a la élite del Kremlin que se podría considerar como justa al no castigar así a la población rusa pero enormemente ineficaz y sin coste político alguno para las altas esferas de la Federación.

Sin embargo, la medida realmente dolorosa provino del G7, que decidió a última hora excluir a Rusia de un encuentro en la ciudad de Sochi y trasladar la reunión a Bruselas. Se jugaba pues la baza de aislar internacionalmente a Rusia, algo que sí suele tener un alto coste político y económico, más aún para el gigante euroasiático, con aspiraciones de potencia global. Aun así, no era suficiente. Los beneficios para Rusia todavía eran bastante más altos que los costes por mantener el apoyo a los rebeldes prorrusos que se habían hecho fuertes en el este del país, en las regiones de Donetsk y Lugansk.

Por aquel entonces, Putin ganaba tiempo con discursos llamando al diálogo entre las partes en conflicto, y mensajes cordiales hacia el entendimiento con la UE. Tiempo era lo único que necesitaba, esperando que Ucrania colapsara o que el conflicto llegase a tal punto muerto que se aceptase la influencia rusa sobre el este del país. Sin embargo, en la zona atlántica también eran conocedores de este hecho, y al contrario que Rusia, tiempo es precisamente lo que no tenían.

A finales de abril de 2014, Estados Unidos y la UE volvieron a mover ficha para presionar a Rusia. Se ampliaron las sanciones contra altos funcionarios, y Washington impuso limitaciones a la exportación de alta tecnología a Rusia. Una vuelta de tuerca al conflicto económico, que pasaba de las sanciones personales a sanciones comerciales.

   No favoreció al entendimiento el hecho de que aunque Putin apoyase las elecciones presidenciales ucranianas del 25 de mayo y pidiese a los rebeldes que aplazasen su consulta independentista del día 11 de ese mismo mes, estos hiciesen caso omiso de Moscú. Esto ponía al presidente ruso en una delicada posición; o retirar el apoyo a las milicias prorrusas, lo que suponía destruir gran parte del éxito del modus operandi de la influencia rusa en las exrepúblicas soviéticas o reafirmarse en el apoyo a los rebeldes, lo que enconaba la tensión con el resto de Europa. Putin se encontraba encadenado a una situación que pretendía controlar, algo que no es nada agradable para una persona de su visión y estilo político.

   Mientras la guerra arreciaba en Ucrania, Bruselas y Washington volvían a apostar un poco más fuerte. A finales de julio se decidía sancionar a importantes empresas rusas, en especial bancos y corporaciones energéticas, cerrando el grifo de la financiación. Las empresas Gazprom o Rosneft se veían seriamente perjudicadas por esta decisión, puesto que la facilidad de financiación en Europa es mucho mayor que la existente en Rusia. Los costes empezaban a aumentar peligrosamente para Moscú mientras la guerra permanecía empantanada y el país se acercaba peligrosamente a la recesión. El factor tiempo empezaba a dejar de ser un aliado para convertirse en una molestia.

   Tampoco Rusia iba a quedarse de brazos cruzados mientras desde el oeste le presionaban más y más. Había aplicado sanciones contra algunos funcionarios norteamericanos, pero no había ido más allá. Sin embargo, en agosto decidió apuntar a una flaqueza económica, social y política de la Unión: la política agraria. Así, el 6 de agosto, Putin ordena suspender las importaciones de productos ganaderos, hortalizas, pescado y leche entre otros de todos aquellos países que habían impuesto sanciones contra su país. Además de la UE y Estados Unidos, esta medida se extendía a países como Australia, Canadá o Noruega, si bien la zona comunitaria fue —y es todavía— la más afectada.

Embargo Rusia alimentos

Pérdidas de miles de millones para la agricultura europea fueron las consecuencias inmediatas de la decisión rusa dada la condición del producto y la imposibilidad de encontrar mercados, ya que la agricultura europea es poco competitiva, de ahí que esté tan protegida por la Unión. Putin había esperado para devolver el golpe, pero este había sido certero y dañino. Parecía que Rusia también sabía cómo jugar a este tipo de guerra.

Tocada y casi hundida

30 diciembre 2014

La voz de Cide Hamete Benengeli en ‘El Quijote’


      
Con respecto a Cide Hamete Benengeli, se han barajado múltiples interpretaciones relativas a su «identidad» [1]. El primero que da una etimología popular es el propio Sancho, quien en II, 2 deforma el nombre en Cide Hamete Berenjena y comenta que «por la mayor parte he oído decir que los moros son amigos de berenjenas» (p. 645). Dejando aparte esta explicación jocosa, los estudiosos han añadido hipótesis numerosas y diversas; así, algunos interpretan el nombre de esta manera: Cide (Señor) Hamete (que más alaba al Señor) Ben-engeli (hijo del Evangelio); otros, en cambio, creen ver en Cide Hamete Benengeli un anagrama casi perfecto de Miguel de Cervantes; otros encuentran en tal nombre una alusión a la comedia El Hamete de Toledo de Lope de Vega; otros lo vinculan con el término bengerinel, ‘hijo de Miguel’… Hay, en fin, muchas otras propuestas [2]. Sea como sea, coincido con Márquez Villanueva cuando señala que Cide Hamete es
el foco cristalizador de la estructura narrativa del Quijote. Tangible y evanescente a la vez, se halla dotado, igual que Dulcinea, de un ser literario que lo sitúa un escalón por encima y un escalón por debajo del plano «real» de la novela [3].
Jean Canavaggio que Cide Hamete es «la más fascinante de las máscaras inventadas por Cervantes para disimularse y excitar así nuestra curiosidad» [4].
 
En un segundo nivel de enunciación nos encontramos con un narrador-segundo autor que narra basándose en la lectura previa de fuentes diversas, que constituyen el tercer nivel de enunciación. Dentro de esas fuentes, existe una que se va a convertir en la fundamental a partir de I, 9, como he señalado en la entrada anterior: la de Cide Hamete, que es accesible merced a una traducción.
 
Desde el capítulo I, 9, la única fuente será este texto de Cide Hamete Benengeli; va a ser, por tanto, un historiador arábigo quien cuente la historia de un caballero cristiano, lo que no deja de ser irónico: para un cristiano de aquella época, todo lo relacionado con el mundo musulmán presentaba connotaciones negativas; en concreto, los árabes tenían fama de mentirosos, de ahí que el origen arábigo del historiador de los hechos de don Quijote pudiera resultar altamente sospechoso en punto a su veracidad. Este será un aspecto puesto de relieve por el propio don Quijote en la II Parte, cuando se entere de quién es el sabio que cuenta sus aventuras:
…desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas. Temíase no hubiese tratado sus amores con alguna indecencia que redundase en menoscabo y perjuicio de la honestidad de su señora Dulcinea del Toboso; deseaba que hubiese declarado su fidelidad y el decoro que siempre la había guardado… (II, 3, p. 646).
En definitiva, el hallazgo de estos papeles permite al narrador o segundo autor reanudar la aventura interrumpida del vizcaíno, y contar, mediando la traducción, todas las que vienen después, incluidas las de la Segunda Parte. Recordemos que el capítulo primero del Quijote de 1615 comienza con estas palabras:
Cuenta Cide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia, y tercera salida de don Quijote, que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle… (p. 625).
Esta técnica de los «papeles hallados» era un recurso habitual en las novelas de caballerías, y su utilización por parte de Cervantes es un aspecto más de la parodia de tales obras. Sin embargo, aquí pasa a formar parte de un entramado narrativo mucho más complejo que tiene rasgos de plena modernidad. En efecto, en el Quijote se manejan, como vamos viendo, distintos niveles de enunciación. Tenemos por un lado a los personajes que se comunican a través de diálogos (forma predominante en esta novela), monólogos y discursos. A su vez, desde el nivel de los personajes, don Quijote, conocedor del género caballeresco, sabe que todo caballero debe tener un sabio historiador que cuente sus hazañas. Recordemos el célebre pasaje en el que, tras salir de casa, imagina cómo se contará su historia:
Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo:
—¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos…» (I, 2, p. 46).

El inventado autor como forma de autorreflexión crítica

 
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha
 
Los discursos en el Quijote están constituidos por una serie de referencias que sobrepasan la misma textualidad de la obra, es decir, no solo abarcan aspectos estetizantes sino que la superan y recoge una multiplicidad de discursos que abren el texto hacia una interpretación crítica. Una de estas referencias que emergen del texto es la voz segregada y desautorizada del árabe. Con esta voz, Cervantes posibilita una perspectiva literaria que establece otros fenómenos, tales como la parodia o la ironía. De esta manera, se intenta establecer esta voz como una autorreflexividad crítica que posibilita el enfrentamiento discursivo dentro del texto cervantino.
 
La voz árabe aparece textualmente en el capitulo nueve del Quijote de 1605. Anteriormente, un narrador por medio de diversas fuentes ha narrado las aventuras quijotescas hasta que la falta de información lo lleva a detener la acción. Aquí, la metanarración cervantina perturba la lectura lineal, creando una posibilidad a su texto: la aparición del historiador Cide Hamete Benengeli. Esta voz árabe cierra toda posibilidad de una lectura simple que neutraliza los discursos y centraliza el sentido del texto. Cide Hamete produce la ambivalencia discursiva: “la contigüidad, la coexistencia de significados” (Zavala, 1996: 121), sin embargo, esta coexistencia no es pacifica ni dentro del texto ni fuera, ya que la el discurso árabe representa en la España de la época una voz deslegitimada y, por ello, sospechosa. Cervantes instituye esta sospecha como guía de lectura, crea la distancia crítica que permite la risa hacia las instituciones, los valores, etc. presentes en la historia, pero Cervantes realiza este gesto no como una forma simple de desvalorización, sino que por medio de esta ambivalencia, hace que el lector tome una posición dentro del texto, una posición que se hace necesaria para juzgar e interpretar.
 
En este sentido, para el narrador desconocido, Cide Hamete no aparece directamente, sino que una segunda voz árabe, la del morisco de Toledo le traduce el texto de este historiador, creando una doble voz ambivalente que se mantendrá durante toda la obra. Incluso la ironía cervantina va más allá al caracterizar a Cide Hamete como “historiador”, categoría de confiabilidad y de autoridad que siempre será socavada, incluso menospreciada, ya que hasta a Don Quijote “desconsolole pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía esperar verdad alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas” (Cervantes, 2004: 566). No solo en los moros se puede esperar verdad alguna: en todo el Quijote establecer una verdad concluyente es un acto violento hacia un texto que no espera tal acción, espera la desintegración de los sentidos. Así, si Cervantes hace aparecer la voz árabe para establecer una relación dialógica, en la cual existe una multiplicidad de discursos, de puntos de vistas o de sistemas de valores (Zavala, 1996: 98) esta relación no es ingenua. Los discursos, por medio de la autorreflexividad crítica, se enfrentan constantemente, destruyendo toda verdad, valor o idea simple. Cide Hamete se introduce en el texto como una autorreflexión “susceptible de desafiar la jerarquía de los lazos mismos del discurso” (Hutcheon, 2003:249), jerarquías basadas en todo tipo de relaciones, ya sean textuales, estéticas o políticas. De esta manera, la lectura en cuanto sospecha es un movimiento hacia un enfrentamiento discursivo que Cervantes no detiene, al contrario, por medio de Cide Hamete introduce nuevos fenómenos críticos: la ironía y la sátira.
 
El capitulo veintidós del Quijote de 1605 comienza particularmente con estas palabras: “Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchengo, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia…” (Cervantes, 2004:199). Este tono irónico abre el famoso capitulo de los galeotes. Esta apertura metanarrativa impulsa el enfrentamiento ideológico entre el discurso libertario de Don Quijote y el discurso oficial de las instituciones provenientes del rey. La ironía de este capitulo actúa como una lectura cómplice entre Cide Hamete y la interpretación del lector, ya que la sospecha se cubre entre la risa y la seriedad de las circunstancias: la locura de Don Quijote y la desautorización discursiva del historiador árabe pluraliza el contexto de la acción. Cervantes crea un vacío de sentidos por medio de la ironía presente en este capitulo ya que al discurso sobre la libertad de los seres humanos, deviene en paliza, en violencia. La risa no proviene de una humorada, sino de una tragedia irónica, de una complicidad entre un discurso autoritario, el rey, la Santa Hermandad, y un discurso crítico: entre los dos el vacío debe ser llenado por el lector.
 
Otro ejemplo de autorreflexión crítica se encuentra en el capitulo setenta del Quijote de 1615. En este episodio los duques le juegan una última broma a Don Quijote y Sancho: la muerte y resurrección de Altisidora. Luego de toda esta aventura, Cide Hamete comenta lo siguiente: “que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados y que no estaban los duques dos dedos de aparecer tontos, pues tanto ahínco ponían en burlarse de dos tontos” (ídem: 1077). La voz árabe establece directamente una valorización hacia los personajes, pero esta valoración, Cervantes no la concede como un simple comentario, sino que realiza toda una reflexión sobre un sector social: aquí aparece la sátira, forma que tiene como finalidad corregir, ridiculizándolos, algunos vicios del comportamiento humano. Estos vicios son referentes extratextuales, ya que son morales o sociales (Hutcheon, 1992:178). De esta manera, Cide Hamete advierte de tal sátira, mostrando que los duques se burlaban de sí mismos, ya que Don Quijote y todos sus valores caballerescos, nobles, etc. eran una creación histórica de la nobleza española medieval y renacentista.
 
Don Quijote y los Duques

Don Quijote y los Duques

En este sentido, los duques representan los vicios de un sector decadente, con una moral que ya no puede ser universal y, por ello, se burlan de Don Quijote sin ninguna piedad: no puede recorrer España intentando recuperar unos ideales desvalorizados. Don Quijote es una especie de espejo, en donde este anciano alto y flaco les viene a mostrar corporalmente lo que los duques como nobleza son. Por ello, es representativo que en el capitulo treinta y uno sea el eclesiástico quien pronuncie estas palabras: “por el hábito que tengo que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras!” (Cervantes, 2004: 794). El eclesiástico, como poder en vigencia, les hace ver a los duques su propia desintegración social, de la misma forma que lo hace Cide Hamete. La ironía de Cervantes esta en enfrentar dos discursos contrarios: Cide Hamete desautoriza la veracidad del eclesiástico, lo subvierte. La ironía no se establece en la voz del eclesiástico, porque todavía es una fuente de autoridad y poder, mientras que la voz oculta y despreciada de Cide Hamete crea una distancia crítica, una relación desigual entre los sentidos.

De esta forma, se ha intentado mostrar que Cide Hamete Benengeli no es simplemente un recurso estilístico para ficcionar la realidad o en recurso formal que Cervantes utilizo para parodiar las estructuras narrativas de los libros de caballerías. En este sentido, Cide Hamete funciona no en cuanto neutralizador de sentidos, como mero relator de las historias de Don Quijote, sino que su aparición posibilita una distancia comprometida: una autorreflexión crítica. Esta autorreflexión se instaura en el Quijote desprestigiada por su procedencia árabe y porque ataca, se burla, ridiculiza. Esto hace que la lectura cree una sospecha entre los sentidos, que cada discurso sea puesto en movimiento hacia otros discursos. De esta manera, cuando aparece Cide Hamete en unos cartapacios en Toledo, Cervantes no solo comienza a creara una ficción, a desfigurar la realidad, también abre esta ficción hacia una lucha por el sentido. Cide Hamete crea ambivalencia, desorden, porque su propia voz es incapaz y porque no lo necesita, de cerrar, de reducir los discursos hacia una verdad oficial. No podría, ya que es árabe.
 
Por otra parte, esta autorreflexividad crítica instaurada con Cide Hamete da cabida a una serie de fenómenos que proceden de esta ambivalencia a la que se somete la lectura. Así, la ironía y la sátira son posibles ya que la confrontación discursiva del Quijote no se reduce al texto, sino que parte de él hacia fuera, hacia diversos contextos. Por ello, el episodio de los galeotes o de los duques se observan desde diversos ángulos y que comprometen al lector con la situación de la acción, los personajes, el narrador y los sistemas de valores presentes. Lo que se ha mostrado es que Cide Hamete propicia estos fenómenos, tanto desde la ambivalencia como por su voz desautorizada y, por ello, sospechosa. En definitiva, Cide Hamete, la voz árabe, le da una libertad de acción a Cervantes para contraponer, discutir y comentar su propia historia, además le entrega al lector la sospecha y la distancia necesarias para la interpretación y la crítica.
 
Notas y Bibliografía
 
Notas 
  1. Las citas del Quijote corresponden a la edición del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, Barcelona, Editorial Crítica, 1998.
  2.  Ver Santiago López Navia, «El autor ficticio Cide Hamete Benengeli en el texto del Quijote», en La ficción autorial en el «Quijote» y en sus continuaciones e imitaciones, Madrid, Universidad Europea-Cees Ediciones, 1996, pp. 43-151.
  3.  Francisco Márquez Villanueva, «Fray Antonio de Guevara y Cide Hamete Benengeli», en Fuentes literarias cervantinas, Madrid, Gredos, 1973, p. 254. Más detalles y una bibliografía más completa sobre este aspecto en Santiago López Navia, La ficción autorial en el «Quijote» y en sus continuaciones e imitaciones, Madrid, Universidad Europea-Cees Ediciones, 1996.
  4.  Jean Canavaggio, «Vida y literatura: Cervantes en el Quijote», estudio preliminar en Don Quijote de la Mancha, ed. del Instituto Cervantes dirigida por Francisco Rico, p. XLVI.
Otras fuentes bibliográficas
 
  • Blasco, Javier. “La compartida responsabilidad de la escritura desatada del Quijote.” Criticón 46 (1989): 41-62.
  • Hutcheon, Linda. “Ironía, sátira parodia. Una aproximación pragmática a la ironía” en De la ironía a lo grotesco de AA. VV. México: Univ. Autónoma Metropolitana Iztapalopa, 1992.
  • ___ .“Política de la ironía” en La poética de la ironía de Pierre Schoentves. Madrid: Cátedra, 2003.
  • Marina, José Antonio. Elogio y refutación del ingenio. Barcelona: Anagrama, 1992.
  • ___. El misterio de la voluntad perdida. Barcelona: Anagrama, 1997.
  • Montero Reguera, José. ‘El Quijote¡ y la crítica contemporánea. Alcalá de Henares: Centro de estudios cervantinos, 1997.
  • Zavala, Iris. Escuchar a Bajtín. Barcelona: Montesinos, 1996.

29 diciembre 2014

Chesterton, Pérez-Reverte y la estupidez humana

Gracias a un amigo, leo un artículo de Arturo Pérez-Reverte titulado “Somos gilipollas”. Es un texto que no me resulta especialmente ofensivo, pues los he leído peores, mucho peores. Sin embargo, no deja de asombrarme la capacidad que don Arturo tiene para, abordando un asunto particular, generalizar con tanta alegría.
 
En ese texto Pérez-Reverte llama gilipollas a una periodista por pronunciar ciertas palabras: “El rey se vino de allí sin hablar de derechos humanos”. La cita hace referencia al viaje oficial de Juan Carlos I a Arabia Saudí. El que una periodista haya hecho un comentario que a su juicio sea desafortunado no le autoriza a insultarla como lo hace, y menos aún a extrapolar esa aseveración y llamarnos a todos los demás gilipollas. Al menos don Arturo tiene el detalle de no decir el nombre de la interesada. Será que en el fondo es un caballero. Pero lo que más me irrita no es tanto esa falta de respeto como su predilección por las generalizaciones.
En una ocasión le preguntaron a Chesterton qué pensaba de los franceses. No lo sé, respondió él, no los conozco a todos. Esta anécdota define bastante bien mi postura hacia las generalizaciones. Me parecen muy injustas y peligrosas. No todos los políticos son iguales, por ejemplo. De igual modo, en el seno de la Iglesia hay distintas iglesias, diferentes formas de entender la acción pastoral, aunque parezca una institución monolítica. Lo mismo sucede con los jóvenes o con los votantes del PP: no se pueden englobar, así a lo bruto, al estilo pérezrevertiano, en una categoría absoluta y generalizadora. Decir que los votantes del PP son unos fachas o que los jóvenes son unos irresponsables son afirmaciones cuanto menos arbitrarias y decididamente tendenciosas. Entiendo que puedan resultar tentadoras, pero no estamos en la barra de un bar tomándonos unos carajillos: hablamos de artículos de opinión, de textos que aspiran a influir sobre los lectores. ¿No fue Flaubert quien dijo que Dios estaba en los detalles? ¿Y qué es la generalización sino la eliminación de las aristas, de la discrepancia?
 
El que yo no comulgue con esa forma de redactar de don Arturo no tiene mayor importancia. Es simplemente que concebimos de manera distinta la escritura de un artículo de opinión. Para mí, casi por definición, el pensamiento ha de matizar, debe hilar fino; tan fino que me obligue incluso a replantearme mis propias convicciones, lo que creo cierto y seguro, aunque sólo sea un poquito. En ese sentido la escritura es un proceso de aprendizaje. Al concluir un texto salgo siendo una persona distinta de la que era. El acto de escribir ha de cambiarme, de otro modo no me sirve para nada. Es puro egoísmo, sí: escribo para ser mejor persona, más reflexiva que cuando comencé el proceso.
A diferencia de lo que quizá le interesará a Pérez-Reverte, para mí el pensamiento —o el artículo de opinión— ha de huir de las líneas gruesas, ha de evitar categorizar con autoridad y sin un ápice de duda. Ya lo dijo Voltaire: la fe afirma o niega; la ciencia, duda. Para lo único que sirve la opción del autor cartagenero es para sentirnos mejor con nosotros mismos confirmando lo estúpidos, gilipollas, vagos o sinvergüenzas que son todos los demás. No nos engañemos: aunque don Arturo utilice la primera persona del plural, nunca se mezcla con aquellos a los que con tanta severidad juzga. Aunque en un ejercicio de falsa solidaridad se incluya en ese enorme saco común, en realidad se sitúa al margen, recubierto por un aura incontaminada que le permite ver pero no mancharse. Ese plural le confiere una pátina de persona honesta y directa, sin pelos en la lengua. Sin embargo, es una fachada que le sirve para esconderse, para seguir despotricando contra los demás sin analizar su propia conducta. Cuando abandone ese plural y comience a escribir en primera persona del singular criticándose a sí mismo tanto como critica e insulta a los demás, hablaremos.
Quizá para algunos de sus seguidores leer esas groseras generalizaciones puedan representar una especie de catarsis que les alivie de estar rodeados de tanto inepto; que colme, de manera simbólica, esa necesidad primitiva de golpear –aunque sólo sea con las palabras—a quienes les irritan. En mí no tiene efecto ese bálsamo: quizá porque al estudiar la cultura —aquello que nos aleja de la naturaleza—rechazo todas aquellas prácticas que nos devuelven a ella. Piénsese, sin ir más lejos, en un país donde todos los articulistas escribieran columnas de opinión como él. Viviríamos en un ambiente irrespirable.
 
En cualquier caso su actitud sólo sirve para atrincherarnos tras una supuesta capa de pureza que resiste ahora y siempre al invasor, a esos seres alelados e ignorantes que nos rodean y que no merecen más que nuestro desprecio. Don Arturo es un hombre viajado, supuestamente leído, y todas estas cosas ya debería saberlas. No es necesario salir a buscar la ignorancia, la ineptitud o la estupidez por otros lares. Esos rasgos ya están en nosotros mismos.
Y aquí estoy yo, algo menos gilipollas que cuando comencé el artículo.

El de Pérez-Reverte está aquí.

 


El “caso Avellanada” de nuevo

En un artículo de Francisco Rico en El País de hoy, leemos:

El continuador de la novela de Cervantes rezuma mezquindad intelectual y mala leche

 
  • Pocos enigmas más tontos, más vanos, que la identidad del fingido “Alonso Fernández de Avellaneda”, a cuyo nombre apareció, en 1614, hace ahora 400 años, una continuación del primer Quijote (1605) de Cervantes. El libro cayó enseguida en el desdeñoso olvido que se merecía y no volvió a estamparse hasta 1732, luego hasta 1805 y en contadas ocasiones posteriores. El honrado lector de a pie que se ha conmovido y desternillado con las andanzas del inmortal Quijano y su escudero puede entretenerse un rato con el apócrifo, en particular cuando le descubre algún eco acertado del original, pero con mayor frecuencia se sentirá irritado por la tosquedad y la sosería de la imitación.

El artículo puede leerse en este enlace 2
 
Por nuestra parte, para aquel lector que sienta curiosidad, de las pocas ediciones que del Quijote apócrifo se han hecho, la última corrió a cargo en 2005 de José Antonio Millán, edición no filológica ni anotada que pretendía, nada menos, que romper el “monocultivo cervantista” y la “quijotelatría excluyente” del cuarto centenario. Una empresa tan inútil como la del propio Avellaneda.
 
Cervantes incluyó el verso del Orlando furioso “Forse altri canterà con miglior plettro” (“Quizá otro cantará con mejor plectro”) al final de la primera parte, lo que dio pie a diversas especulaciones. Con la utilización de uno de los personajes del apócrifo y sus referencias al Quijote “malo”, Miguel de Cervantes contribuyó quizá involuntariamente a la fama de Avellaneda, sobre cuya verdadera identidad no hay consenso.
 
Millán defiende que la lectura “distanciada y sin prejuicios” del apócrifo, publicado por primera vez en 1614, es “muy divertida y amena” y cita la pluma “fácil, jovial, casi inconsciente” que alabó Azorín. “Con la primera y la segunda parte del Quijote de Cervantes, Avellaneda, con sus partidarios y sus detractores, completa un mundo”.
 

 
Las tres obras juntas constituyen “un juego de extrañas ambigüedades”, en palabras de Borges. “Es un juego que ahora llamaríamos intertextualidad”, continúa el prologuista de esta edición, que se suma a otras disponibles de Castalia, Biblioteca Nueva y Océano.
 
Las referencias del uno al otro son constantes. El pseudo Avellaneda inicia su novela con una andanada contra Cervantes, a quien llama manco -“digo mano, pues confiesa de sí que tiene sólo una”-, “viejo”, “mal contentadizo” y “falto de amigos”, y le reprocha haber ofendido a Lope de Vega y a él mismo.
 
Más adelante lo trata de cornudo. Cervantes, por su parte, estuvo a tiempo de introducir al usurpador en su segunda parte para expresar así su disgusto: hizo que su Quijote y su Sancho leyeran las andanzas de sus dobles y utilizó a uno de sus personajes, don Álvaro Tarfe, quien dice sobre el Sancho falso que “más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso”. Explica Millán: “A Cervantes le molestaron sobre todo dos cosas: el tono del prólogo, que era muy feo incluso en una época donde se intercambiaban muchos insultos, y que sus personajes tuvieran un padre nuevo y camparan por sus repetos por España”.
 
Muy probablemente, Cervantes sabía quién era el autor del apócrifo, y se dirigía a él como “aragonés”, uno de los argumentos que utilizó Martín de Riquer en su “hipótesis plausible” de identificación de Avellaneda con Gerónimo de Pasamonte (Juan Antonio Frago acaba de publicar en Gredos el libro El Quijote apócrifo y Pasamonte), antiguo compañero de milicia de Cervantes ridiculizado en la primera parte como el personaje preso Ginés de Pasamonte.
 
A pesar de los insultos iniciales y de que el Quijote de Avellaneda reniega de Dulcinea —se convierte en el Caballero Desamorado—, Millán considera que el apócrifo es muy “respetuoso” con la obra de Cervantes. “El autor demuestra conocer muy bien el libro y el recuerdo a las aventuras pasadas por Quijote y Sancho en la primera parte es constante. Yo comparo la práctica de coger una obra ajena para continuarla —algo muy habitual en los libros de caballerías y todavía vigente en el siglo XVII— con el fenómeno que se da en Internet y que se conoce como fanfic: la escritura de secuelas por parte de admiradores. Sucede mucho con Harry Potter. No deja de ser una forma de homenaje”.
 
“Se dice que Avellaneda tiene un humor más grueso que Cervantes, pero no creo que mucho más. Es más verde, eso sí, libidinoso, como decía Menéndez y Pelayo, se demora en las escenas eróticas de los cuentos intercalados en la novela”, afirma Millán. “También se inventa el modelo de la acogida de Quijote y Sancho por parte de nobles, que les fabrican aventuras a medida, y que Cervantes utilizará en la aventura de los duques de su segunda parte”.
 
El lingüista señala que la mayoría de cervantistas creen que Avellaneda “empobrece” a Quijote y Sancho y rompe una lanza a favor del apócrifo. Para el prologuista de esta edición, es “injusto” comparar a los personajes del Quijote falso con los de la segunda parte de Cervantes, más “desarrollados” que los de la primera.
 
Ante el “desprecio” con que se trata habitualmente al Quijote apócrifo, Millán defiende que, con Avellaneda, “es posible recuperar el ambiente cultural y literario de una época en que había muchos autores que escribían muy bien, lo que ha permitido que haya habido casi cien atribuciones diferentes”.
 

19 diciembre 2014

La corrupción no es de todos, Sra. Cospedal

Ahora que están pillados por todas partes, ahora que jueces y testigos parecen haber perdido el miedo al rodillo con el que el Partido Popular ha laminado el bienestar de los españoles y preguntan unos y responden otros sobre las tropelías que, durante lustros, han venido cometiendo los partidos que nos gobernaron y nos gobiernan, ahora que la tolerancia de la ciudadanía hacia la corrupción ha tocado suelo, quienes han estado repartiéndose en sobres, comisiones y campañas electorales se esfuerzan en tratar de convencernos de que la corrupción, como los toros, son una tradición inherente a nuestra idiosincrasia, una tradición imposible de combatir que, nos dicen, se extiende a todos los partidos y por toda la sociedad.

Lo acaba de hacer la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal en una emisora amiga al ser preguntada por el, no por intuido menos impactante, testimonio de altos funcionarios de AENA que explicaron al juez Ruz cómo, inmediatamente después de la victoria electoral por mayoría absoluta de Aznar y poco antes de formar el gobierno en el que iba a ser nombrado Francisco Álvarez Cascos como ministro de Fomento, comenzaron a sufrir presiones, bajo forma de sugerencias o, directamente, amenazas sobre su continuidad en el puesto, para que contratasen con "el señor Correa" en concursos amañados y al margen de que sus precios y materiales se ajustasen a los pliegos de los concursos a los que se optaba. De hecho, uno de esos testimonios, que hoy hemos podido escuchar de viva voz, denuncia a preguntas del juez que, desde que comenzó a contratarse con las empresas de la trama Gürtel, la calidad de los materiales de los stands contratados con ellas disminuyó hasta el punto de poner en riesgo la seguridad de sus visitantes.

Viene a decir Cospedal eso tan socorrido de que todos somos iguales e insinúa, que, si pudiésemos, seríamos tan iguales como ellos, que, por lo que se va sabiendo, han estado metiendo la cuchara en el presupuesto de cuantas obras o adjudicaciones han pasado por sus manos a lo largo de tantos años.

Una buena estrategia, diseñada sobre la errónea creencia de que todos pedimos la factura sin IVA o la aceptamos si nos la ofrecen, nos colamos en el metro y nos callamos si alguien se equivoca a nuestro favor con el cambio en un comercio. Pero eso no es cierto o no lo es siempre y haríamos bien en dar por buena la conducta de quien paga con IVA o devuelve el cambio recibido de más, porque vale más quedar por tonto cuantas veces sea necesario que transformar la sociedad en una selva en la que nadie confía en nadie y todos tratan de aprovecharse del prójimo.

No. La corrupción no es inherente a la condición humana. Mucho menos hay que pensar que es algo cultural, de lo que no podemos desprendernos, porque, si Lázaro de Tormes fue el primer héroe para muchos españoles, no hay por qué hacer de su pícara conducta, en el fondo una respuesta a los abusos del poder, modelo de la nuestra. Mejor nos iría sin duda si hubiésemos quedado fuera de la influencia del catolicismo que todo, hasta lo peor, en el que todo se borra si no se es descubierto o si se pide el perdón de los iguales con cara compungida y la voz quebrada por la emoción.

Lo que dijeron estos tres testigos al juez Ruz, lo que hemos podido escuchar hoy es escandaloso, pero más escandaloso es que quien estaba al frente del Ministerio de Fomento, ex secretario general del PP y receptor confeso de los sobres de Bárcenas, comprador compulsivo para el ministerio de las obras de arte que vendía una de sus novias en su galería, trate de ponerse de perfil y quedar a salvo de este escándalo que se desarrolló ante sus ojos y del que, si no fue directamente responsable, los técnicos que informaban los concursos provenían del PP en el que había ocupado la Secretaría General, si lo fue por no haber puesto los medios para evitarlo.

La corrupción no es una tradición española, ni forma parte de nuestra cultura como pretende hacernos creer Cospedal, empeñada desde hace tiempo, desde que ya no le es posible proclamar indignada su inocencia y la de su partido, en diluir su culpa y sus grandes delitos en las pequeñas pillerías de cada día de algunos de nosotros, aunque no todos.

¿Independencia de los poderes y de los organismos del Estado?


¿Se siente incómodo el Partido Popular con la independencia de otros poderes y con la imprescindible neutralidad de los organismos del Estado? Diría que sí, sin matices. Basta repasar la actualidad para comprobar una estrategia para desactivar todos los resortes de la arquitectura institucional de este país e intentar ponerlos a su servicio. En las últimas horas los resultados son más que evidentes y sus consecuencias gravísimas para nuestra democracia.

  1. Dimisión del fiscal general del Estado. La opinión de la inmensa mayoría de los medios es unánime: Eduardo Torres Dulce deja el cargo hastiado por el acoso del Gobierno. Mariano Rajoy no quiere un servidor del Estado sino una marioneta del Ejecutivo.

  2. 13 magistrados del Supremo se rebelan contra las presiones del Gobierno. El detonante es la acusación velada de prevaricación lanzada por el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, por la puesta en libertad de presos etarras que habían cumplido sus condenas de acuerdo con la legislación europea. A las palabras de Fernández Díaz hay que sumar, aunque con menos visceralidad y desproporción, las de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y las del ministro de Justicia, Rafael Catalá. Los jueces le piden al presidente del Supremo que actúe ante estas injerencias insoportables.

  3. Se aparta al juez Ruz de la Audiencia Nacional. En una controvertida decisión de la permanente del Poder Judicial, según especialistas en la materia, muy condicionada desde el poder político, no se prorroga la comisión de servicios en la sala cinco de la Audiencia Nacional al magistrado Pablo Ruz, que está investigando el caso Gürtel, el caso Bárcenas y la presunta financiación irregular del PP. Temas todos muy sensibles para el partido del Gobierno y que el juez tiene hasta marzo para seguir desentrañando. Si no culmina la instrucción, está en el mejor de los escenarios sufrirá un importante retraso.

  4. Nombramientos a la carta. Se ha removido responsables policiales y de la Agencia Tributaria que estaban investigando asuntos judiciales relacionados con el Partido Popular. Nadie del Gobierno ha dado una explicación más convincente que un porque sí.

  5. RTVE, con control remoto desde la Moncloa. Nada más llegar al Gobierno, el PP promovió una reforma de la ley de la radio y televisión públicas para que el director general fuera elegido por la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados a propuesta del Ejecutivo. En la etapa socialista se aprobó una norma para que el responsable de la RTVE necesitara mayoría cualificada de la Cámara para un periodo de seis años a fin de garantizar su independencia. Con este chusco movimiento, el PP ha conseguido un ente público al servicio de sus siglas y que ha perdido la audiencia y la credibilidad adquirida en los años anteriores.
Estos son sólo unos ejemplos a vuelapluma de cómo se las gasta el PP, un partido que no entiende que el Estado y sus instituciones y no son patrimonio de nadie.

Foto.- Confidencia entre Rajoy y Fernández Díaz, que le comenta algo con la boca tapada, para que no se le lean los labios, al modo de los futbolistas.

18 diciembre 2014

quédese con el cambio: La flor de Olmedo, o el arte periodístico de Álvar...

Del blog de Florán Recio, a quien animo a seguir: 'quédese con el cambio': La flor de Olmedo, o el arte periodístico de Álvaro Cunqueiro

En las noches de insomnio recurro con frecuencia a los libros de Cunqueiro. Esta vez le tocó a Los otros caminos, de la editorial Tusquets, una colección de artículos periodísticos escritos entre 1952 y 1979. Años de grisura y convulsión. Pero el que quiera mirar el retrato de aquellos años, el que busque el rastro de aquella grisura, que lo busque en otros libros, que lo busque en otro autor. Álvaro Cunqueiro escribe desde otra realidad, la suya propia, un mundo donde la melancolía es reina, donde la prosa no es solo instrumento sino alimento. No es que se esconda, no es un cantor hueco, no es de los que lavándose las manos se desentienden y evaden. Entre tanta fealdad ambiente, él contribuye aportando belleza al mundo. Ahora es difícil que alguien se atreva a escribir así. Siempre lo fue, por supuesto. Pero ahora es como si el escritor de artículos estuviera obligado a andar al paso de la realidad, a tener el alma y la pluma atada a la actualidad, es como si se mirase con desprecio y aún con sospecha al que no usa su rincón periodístico para criticar, para atacar, para señalar con el dedo, para ensuciar el aire. Amo a Álvaro Cunquiero, entre otras cosas, por  su libertad, por su desprecio a lo cotidiano, por hacer de la literatura un refugio, de la imaginación un arte, de la palabra un consuelo. Sirva de ejemplo, este artículo... (sígase en el enlace de arriba)

17 diciembre 2014

Gustav Mahler: Sinfonía Nº. 5 / Claudio Abbado / Orquesta Filarmónica de Viena



Rodolfo Serrano: Si alguna vez

Rodolfo Serrano: Si alguna vez:



Si alguna vez

Si alguna vez, cuando el dolor te encuentre
y sientas en el pecho que la vida
es un empeño inútil, aquel sueño
que nos bebió la sangre y la alegría.

Si alguna vez, cuanto te sientas sola,
y busques en las lágrimas consuelo,
y te encuentres que siempre en el camino
hay alguien que nos rompe el corazón.

Si alguna vez, después de haber amado,
las noches se hacen viento y lluvia y frío,
y en la copa no quede más que el turbio
deseo de unos labios ya lejanos.

Si alguna vez el tedio y la tristeza,
como los ceniceros de una fiesta,
te ahoguen la garganta y estés sola
en el peor momento de la noche.

Piensa, entonces, en mí. Y bebe lentamente
la añoranza lejana de los días pasados.
Yo abrazaré muy fuerte las letras de tu nombre
mientras duermes lejana. Y beso tu recuerdo.

13 diciembre 2014

De Florian Recio. 'El secreto del éxito'

Dequédese con el cambio: EL SECRETO DEL ÉXITO:

Pasear por los barrios de nuestras ciudades es pasear entre cadáveres de proyectos fracasados. Cada escaparate vacío, cada cartel de se alquila o se vende, esconde la historia de una decepción. La crisis es buena excusa, pero insuficiente. No todos los negocios han caído. Ahí están los súper, los chinos, los ikeas, los restaurantes de comida rápida. Alguien con más sentido de lo esotérico descifraría en el óxido de estos yermos escaparates los secretos del éxito.  

A principios de los ochenta la escritora Doris Lessing quiso averiguarlo. E hizo un experimento. Envió bajo seudónimo dos novelas a sus editores de toda la vida, y se las echaron para atrás. Mal que bien, consiguió publicarlas en otras editoriales, pero las novelas recibieron unas críticas mediocres y unas mediocres ventas. Lo único positivo, una carta que le envió una amiga, escritora también, con más de setenta novelas a sus espaldas y con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. También ella un día se preguntó si lo que en verdad atraía a sus lectores eran sus historias o sencillamente acudían a las librerías por la inercia del nombre. Y para comprobarlo envió a su editor una novela bajo seudónimo. El editor no le contestó aquello de “¿y no ha pensado usted en el suicidio?”, pero casi. Lejos de desesperarse, se la volvió a enviar al editor, sin cambiar ni el título, solo que esta vez llevaba su famoso nombre en la portada. A los pocos días recibió una carta desbordante en elogios. La novela se publicó y añadió un nuevo éxito a su colección de éxitos. Ambas mujeres llegaron a la misma conclusión: nada tiene tanto éxito como el éxito, nada atrae tanto como un nombre rutilante.

 Lo difícil, claro, es llegar a ese nombre. Y entre los países pasa como con los individuos. Y, quien dice países, dice comunidades autónomas. Cataluña, por ejemplo, está ahora en modo Lessing, preguntándose si el éxito es herencia o merecido. Lo nuestro es otra cosa. Siempre a la espera de un reconocimiento exterior que te ponga en prestigio. Es lo que yo llamaría vivir bajo el síndrome Nicolás, ese trastorno que hace creer al que lo padece que posar junto a gente de mérito te hace partícipe de alguna grandeza. La película extremeña El mal del arriero es candidata a ocho Goyas. Algo extraordinario. Da la sensación, sin embargo, de que nuestra mayor proeza es conseguir que durante una noche un director de cine americano toque el clarinete en una de nuestras ciudades. Alguna ligazón tendrá este sentimiento con esos escaparates vacíos. No sé si será el espíritu navideño, pero me da que si acercas el oído a esos cristales escuchas un lamento: corred a los grandes almacenes, pasad de esos bares de barrio, del hortelano del barrio, de las pequeñas librerías, de las tiendas familiares, brindad con cavas y vinos exóticos, pasad de vuestros músicos, de vuestros artistas, marchaos de vacaciones a lejanas ciudades con barrios y con nombres rutilantes. Pero, a vuestro regreso, no olvidéis traeros una maleta bien grande. De esas de emigrar. Vuestros hijos van a necesitarla.

Alemania, la hegemonía sobre Europa


Una victoria en 2005 y sendas reelecciones en 2009 y 2013 han convertido a Angela Merkel en uno de los líderes europeos actuales más longevos en el cargo. Al mérito de haber superado exitosamente tres citas electorales se le añade el hecho de que dos de ellas han sido durante una de las crisis económicas más profundas que Europa ha sufrido en décadas.

Sus inicios fueron agridulces. La situación de la economía alemana a su llegada al cargo en 2005 era mala, con un paro elevado y un bajo crecimiento. Sin embargo, las expectativas sobre el futuro eran más favorables. Lo más difícil ya lo había hecho su antecesor Schröder con la Agenda 2010, un plan que Merkel reconoció como positivo para Alemania al llegar a la cancillería. El país encontraría gracias a este plan su nuevo rumbo y su lugar dentro de la economía internacional, pero sus efectos se han demostrado una década después incompatibles con el desarrollo general tanto de la Eurozona como de la Unión Europea. Y es que la cara del modelo germano es la cruz de muchos países comunitarios.

Comienza el desequilibrio




Uno de los logros de la Agenda 2010 había sido, desde el punto de vista macroeconómico y empresarial, la paulatina reducción de costes laborales dentro de las fronteras alemanas. Cuando Merkel  llega al poder esta tendencia continúa, y dado el apego que desde el partido democristiano CDU/CSU se le tenía a la hoja de ruta que el SPD había iniciado con la Agenda 2010, no iba a ser ella quien la detuviese. El objetivo era sacar a Alemania del bajo crecimiento, así como reintegrar nuevamente a la economía productiva a los millones de parados que se habían ido generando desde la reunificación alemana; la manera, fomentando la exportación de bienes, especialmente a países de la zona euro, ya que gracias a la competitividad ganada en los últimos años mediante los ajustes laborales, las empresas alemanas habían mejorado enormemente su posición en el mercado internacional y sus productos tenían mejor salida. Además, la medida era doblemente efectiva, ya que desde la entrada en circulación de la moneda única los países de la Eurozona habían perdido la herramienta monetaria para ganar en competitividad devaluando sus monedas. Ahora decidía el Banco Central Europeo por todas.


Así, la estrategia de austeridad mas la ya plenamente integrada política de I+D en las empresas alemanas, permitió al país mantener un modelo basado principalmente en la industria tecnológica y de bienes de equipo altamente competitiva a la vez que aguantar el tirón de la deslocalización hacia Europa del este —Polonia, República Checa o Rumanía— y los productos más baratos de otras economías como China. De hecho, entre los años 2003 y 2008, el mayor exportador global de bienes fue Alemania. A partir de ese año quedó superada por la potencia asiática y Estados Unidos, aunque de momento mantiene un liderazgo indiscutible en Europa.

La cuestión es que ese modelo de fomento de la exportación en detrimento del mercado interior fue creando año tras año mayores desequilibrios en las balanzas comerciales con otros países. Desde la teoría, lo ideal es que los saldos comerciales entre países estén compensados y, en caso de que en algún momento haya desequilibrios, estos no se alarguen demasiado en el tiempo. Sin embargo, el ejemplo alemán se aleja bastante del óptimo. Año tras año exportaba por mucho más valor de lo que importaba a pesar de comerciar prácticamente con los mismos tipos de artículos —aquí entra el valor añadido y la calidad de los productos alemanes—. Así, los estados que no pudieron compensar sus desequilibrios con Alemania exportando la diferencia a terceros países, tuvieron que recurrir al endeudamiento para suplir ese desequilibrio y aunque durante la primera década del siglo XXI los países comunitarios, especialmente los de la periferia europea, tenían un endeudamiento público bajo, el privado empezó a aumentar a un ritmo considerable. Cabe destacar además que salvo Alemania, pocos países de la Unión Europea tienen saldos comerciales positivos por una afección habitual en las economías desarrolladas: dificultad para vender sus productos en el exterior —a veces causado por la baja competitividad— y las masivas importaciones de materias primas o productos baratos de otros países. Por tanto, y a pesar de que por aquellos años Alemania estuviese encantada con su situación comercial, estaba obligando a bastantes economías europeas a endeudarse para seguir comprando productos alemanes. Miles de millones de euros iban agrandando año tras año un enorme agujero comercial que casi se tornaba en espiral ya que pocos países, por no decir ninguno, podían hacer el esfuerzo competitivo necesario para atajar su déficit con Alemania.

Sin embargo, entre el comienzo del nuevo milenio y el estallido de la crisis, Alemania era problema y también solución. Gracias al euro, la libertad de movimiento de capitales —entre otras cosas—, el superávit comercial y los buenos resultados empresariales que los germanos cosechaban, los desequilibrios que otros países tenían con los teutones fueron financiados en gran medida por los bancos alemanes, además de empezar a invertir ingentes cantidades de dinero en la pujante periferia europea, caso de Irlanda, España o Grecia. Así pues, todo quedaba en casa. Las economías europeas podían seguir comprando masivamente a Alemania ya que esta dejaba pagarlo cómodamente a plazos, mientras que las cada vez mayores cantidades de capital que industrias y bancos germanos acumulaban buscaban destino con impaciencia al ser su país un mercado saturado y sin rentabilidad ninguna. Miles de millones de euros alemanes fueron a parar al entonces boyante sector español de la construcción, a la Irlanda bautizada como “tigre  celta” o a la Grecia renacida con los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004. Hasta 2008, todo aquello fue un aparente win-win sin fin. Sin embargo, la burbuja que la barra libre de financiación alemana y la adicción que esta había creado en buena parte de la Unión era considerable. Y ninguno estaba preparado para que la fiesta terminase.

Berlín, capital europea de facto



El eje París-Berlín ha sido fundamental dentro de la construcción europea. Incluso integrando otros núcleos de poder más periféricos como Londres, Roma o Madrid, la Unión tuvo durante algunas décadas una repartición de poder algo más descentralizada. Sin embargo, la llegada de Merkel a la cancillería alemana ha puesto de relieve que Berlín ha de ser un centro, por no decir el centro, indiscutible.

El hábil juego de la política exterior alemana en los últimos tiempos ha sido enormemente fructífero para ellos y en gran medida también para la Unión. Schröder tuvo que hilar fino con las relaciones transatlánticas, ya que aunque Alemania participó en la invasión de Afganistán en el marco de la lucha contra los talibanes, rehusó colaborar en la similar operación en Irak en 2003, lo que tambaleó sus relaciones con Estados Unidos y parte de los socios europeos. Sin embargo, la entonces vocación pacifista del país se ha reconocido a largo plazo como positiva para Alemania, ya que evitó participar en el desastre que se ha convertido Irak y ahuyentó los fantasmas que podían quedar sobre el país germano respecto a su belicosidad.

Sin embargo, este desencuentro entre Berlín y Washington permitió a Alemania seguir fomentando su Ostpolitik. La expansión de la comunidad europea hacia el este en 2004 supuso un desplazamiento del centro de gravedad político de la Unión desde la zona atlántica hacia la región centroeuropea. Y de los beneficiados, además de los nuevos integrantes, Alemania era de los principales. Ganaba países vecinos a su causa política, eliminaba trabas económicas y comerciales entre los nuevos adheridos y su país y sobre todo, aparecían nuevos territorios mucho más competitivos sobre los que deslocalizar parte de la producción industrial y de servicios alemana, que a su vez estaba geográficamente próxima a la propia Alemania. Y eso sin contar con los crecientes flujos migratorios que acudían al país germano gracias a la libertad de movimiento de personas, algo que se traducía en mano de obra barata y cualificada.

En igual medida, y aquí viene uno de los grandes valores añadidos políticos de Alemania, es la sintonía entre Berlín y Moscú. A pesar de la aparente enemistad que separa la Europa occidental de Rusia, la confianza existente entre Putin y en especial Merkel es absoluta. Líderes pragmáticos y con un sentido de estado considerable, ambos presidentes han construido otro de los ejes vertebradores del continente, el nexo entre el oeste y el este europeo. Aunque no es una relación que se airee demasiado, la importancia del gas y el petróleo ruso para el oeste, así como la maquinaria europea para el este son de vital importancia. Y ambos saben lo que se juegan. Como dato, durante el año 2014 —especialmente duro en las relaciones UE-Rusia— Putin ha hablado por teléfono con Merkel en 35 ocasiones; con Obama sólo 10.

De puertas para adentro, Alemania también ha proyectado su poder sobre las estructuras comunitarias. Hasta la llegada de la crisis en 2008, sus mayores esfuerzos estaban encaminados a que desde el BCE se controlase la inflación —único objetivo de la institución— para mantener estables los precios y mantener así la competitividad. Sin embargo, con el estallido de la crisis, su posición dominante se ha extendido a otras estructuras comunitarias dada la inacción de las instituciones comunitarias y descoordinación del resto de socios europeos, especialmente Francia. Así pues, por voluntad propia u obligada por las circunstancias, Alemania se ha erigido como guardián de la construcción europea, faro del progreso y látigo de la díscola periferia comunitaria.

Una crisis y muchos dilemas


En términos generales, tanto en Alemania como en buena parte de Europa se tiene una visión sentimental y sesgada de los porqués de la crisis continental. Independientemente de que gran número de los alemanes crea que la periferia europea está de fiesta, no  trabaja y sean vagos por naturaleza, el gobierno germano no se rige por esa visión. No obstante, es una buena cortina de humo, como así demostraron los arrolladores resultados del CDU/CSU en las elecciones de 2013. Simplemente, lo que Alemania lleva haciendo desde 2008 es defender sus intereses en el sentido más amplio. El desequilibrio generado por su agresiva política comercial ha llegado a ser tan grande y su facilidad crediticia ha sido tan alegre que ellos mismos han acabado siendo rehenes de su éxito. En este sentido, crearon tales interdependencias con tantos países europeos que han acabado encadenados al destino de estos, por lo que la caída de uno significa que Alemania puede ser arrastrada detrás. Y aunque es evidente que los alemanes no quieren caer por culpa de otros, Europa tampoco se puede permitir que su locomotora económica se debilite.

El fin de fiesta de la periferia europea ha despertado del sueño a numerosas empresas de Alemania, especialmente sus bancos. Se han encontrado con miles de millones de euros comprometidos en dudosas y peligrosas inversiones —incluyendo deuda soberana— que pueden no retornar a manos alemanas, generando un dominó que afectaría igualmente y de manera grave a la economía germana. Los rescates en Grecia, Irlanda, Portugal y España siguen esta lógica, apoyada por la necesidad del BCE de evitar que todo el entramado económico comunitario se hunda. El interés alemán en estas operaciones es, en un primer momento, recuperar todo o gran parte del dinero invertido, algo difícil en países con unos niveles de endeudamiento público y privado tan altos. Para ello, han recomendado encarecidamente seguir las recetas que ellos aplicaron cuando su situación era aparentemente la misma que la europea actual —bajo crecimiento y alto desempleo—: austeridad y devaluación interna. Rescatar la Agenda 2010 y hacer una versión extendida de la misma. Bajo esta lógica, el adelgazamiento del gasto público estatal y promover medidas flexibilizadoras del mercado laboral permitirán la devaluación interna del país, que unida a la inyección de capitales procedente del BCE, debería servir para la recuperación de los países comunitarios en crisis.

Sin embargo, las recomendaciones alemanas están lejos de seguir el altruismo. Alemania necesita irremediablemente que los socios europeos se recuperen económicamente. Si bien es cierto que la UE no puede subsistir sin Alemania, lo es igualmente que la economía alemana necesita del resto de las europeas para seguir funcionando. El persistente mensaje de austeridad y devaluación ha acabado calando en la troika europea —Comisión Europea, BCE y Fondo Monetario Internacional—. Para los dos primeros pesa más la influencia alemana en sus instituciones que la idoneidad de las medidas; para el FMI, imbuido desde hace décadas de una perspectiva neoliberal, se ajusta perfectamente a su visión.

Sin ser menos cierto que muchas economías europeas necesitan ganar en competitividad de cara al futuro, esto se está haciendo a base de destruir la demanda interna de los países al empobrecer a la población. Alemania necesita que los socios europeos vuelvan a comprar sus exportaciones, pero estos no lo pueden hacer siguiendo las recetas alemanas, ya que se debilita su economía y su capacidad de compra. Además, en ese periplo devaluativo, al ganar en competitividad exterior, incluso pueden desplazar en el mercado a los productos alemanes. Un terrible círculo donde no se tiene claro en qué punto está la salida.

Con el tiempo, la fe depositada en Alemania y su líder se desvanece. Al descontento surgido en el sur europeo se le ha ido sumando la poca colaboración del presidente francés Hollande una vez sustituye a Sarkozy en el Elíseo —aunque no haya hecho de verdadero contrapoder— y en los últimos tiempos, el hartazgo del BCE de seguir recibiendo órdenes de Berlín y del Bundesbank. Así, tarde, pero todavía a tiempo, el sector que exige en la UE otra forma de hacer las cosas, distinta “a la alemana”, gana terreno, mientras que los germanos cada vez se ven más arrinconados y sin que sus planes de reordenar la economía europea y su construcción política hayan salido como tenían previsto.

11 diciembre 2014

Apertura de datos públicos: ‘Open Government’ Data vs. Open ‘Government Data’

El que esfera, desespera

Hoy, fecha de inauguración del portal de transparencia del Gobierno de España, es un buen día para recordar de qué hablamos cuando hablamos de apertura de datos públicos. Una fuente mayor de confusión proviene de la expresión en inglés “Open Government Data”. El adjetivo “open”, ¿a quién determina? ¿A “government”, o a “data”?
No se apresuren con sus respuestas. Antes, echen un vistazo a este grafo, opengovdonde todo parecequedar hermosamente explicado. Lo he tomado de una página del Gobierno de la Columbia Británica, en Canadá.
Para entender qué son los “Open Government Data”, proponen tres esferas que se intersectan parcialmente:
  • Open Government: una forma abierta y colaborativa de gobernar;
  • Open Data: datos que se publican para ser usados;
  • Government Data: datos de titularidad pública.
¡Eureka! Entonces, “Open Government Data” es la zona donde se solapan las tres esferas. En nuestro grafo, la zona granate.
¡¡Pero no!! ¿Realmente queremos referirnos sólo a los datos de Gobierno abierto? Cuidado, porque se trata de un grave error que está afectando a más de una estrategia de apertura. Me explico.

Según este diagrama, “Open Government Data” serían únicamente a los datos que reúnan estas 4 condiciones:
  • Ser datos: por lo tanto, que sean procesables por máquinas.
  • Ser públicos en un doble sentido: de titularidad pública y que sean publicables.
  • Ser abiertos: estar publicados online para su reutilización.
  • Ser datos de Gobierno abierto: servir para la transparencia y la rendición de cuentas.
El problema está en la última condición, que contamina el resultado. El sector central del grafo hace el uso más restrictivo posible del término “open government data”, al considerar que “open government” es el determinante de los “data”; esto es, que estamos hablando únicamente de datos para la transparencia.
Sin embargo, la reutilización de datos públicos persigue también otros fines. Se consideran materia prima para el desarrollo económico y la innovación social. Por lo tanto, nuestra área de interés serían los “Government’s Open Data“, que abarcaría la suma del área central (granate) y de la inmediatamente inferior (roja); es decir, nuestro objeto debe abarcar la apertura de todo tipo de datos del sector público.

Un gráfico que da en el clavo

open gov dataVeamos ahora otro grafo, aparentemente similar. Nuevamente, hace uso de tres esferas que se solapan. Pero esta vez, cada esfera se refiere a un concepto más nuclear que en el caso anterior:
  • Government: instituciones públicas;
  • Data: información desagregada;
  • Open: cualquier variedad del conocimiento abierto.
Aquí sí funciona: los datos públicos abiertos son todos los datos de titularidad pública que se abren. Se diferencian de:
  • Open data: datos abiertos de cualquier origen;
  • Government data: datos del gobierno, abiertos y cerrados;
  • Open Government: una forma de gobernar.

Death by power-point

Hey, ¡pero si estas eran las mismas tres esferas de antes! ¿Cómo es posible que ahora sí funcionen? Bueno, esta es la moraleja del cuento:
Cuidado con los grafos: deben servir para ilustrar, no para demostrar
Las infografías, los gráficos y la visualización de datos precisan de personas que sepan entender los datos, que conozcan qué conclusiones son válidas y cuáles no, que sepan poner en contexto la información. Lo que venían siendo investigadores, estadísticos, periodistas y demás profesionales. Lo mismo que no se aconseja lanzar la máquina a buscar correlaciones sin un aparato teórico que las interprete, es aconsejable abstenerse de dibujar aquello que no entendemos.
Por cierto, veréis una multiplicidad de grafos compuestos de tres esferas. La razón no es que la realidad se componga esencialmente de relaciones dialécticas entre tríadas, sino simplemente que las imágenes que solapan áreas de cuatro o más esferas son horrorosas y prácticamente indescifrables. Cuidado con los grafos.

Abrir es más que transparentar

En el caso que nos ocupa, la confusión viene alimentada por la extraña relación entre Gobierno abierto y datos abiertos. Los datos abiertos son materia prima para casi cualquier asunto interesante, no sólo para mejorar la gobernanza. Sin embargo, en muchos países han estado tan ligados que se han formulado reproches a Gobiernos cuando han abierto datos “no sensibles”. En ese sentido puede interpretarse incluso el artículo de Harlan Yu and David G. Robinson (2012): “The New Ambiguity of Open Government”. Yo diría que la mayor parte de Latinoamérica sigue enganchada a una concepción de los datos abiertos constreñida al territorio de la gobernanza; esto es, al pequeño cuadrante del primer grafo.
En Europa, hemos entendido en seguida que la información del sector público es un activo para el desarrollo económico. En cambio, nos está costando más entender que la clave está en los datos, no en los documentos, al tiempo que nos estamos sumando con cierta pereza al movimiento mundial por el Gobierno abierto.

Entonces, ¿cómo traducimos “Open Government Data”?

Mi expresión favorita para traducir al español “open government data” es “apertura de datos públicos”, como forma de reconocer que lo importante está en la acción, en la apertura vista como un curso de acción continua que no tiene fin. Esta traducción tiene truco: no se refiere a los datos, sino a las políticas de apertura de datos, que es algo que me parece mucho más interesante.
Seguramente, estaremos de acuerdo en unos pocos puntos que deben cumplirse para hablar de “apertura de datos públicos”:
  • concentrarse en datos, en información procesable;
  • cumplir con los “8 principios de los datos abiertos”;
  • reconocer la utilidad de todo tipo de datos públicos;
  • acompañar la apertura de acciones de promoción de la reutilización.