Cuando se habla de la inmortal obra de Miguel de Cervantes, pensamos siempre en la estrafalaria figura de un hidalgo manchego capaz de realizar las acciones más inverosímiles y sorprendentes. Sin embargo, el lector no puede olvidar que el relato de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha ofrece dos biografías distintas, aunque éstas se hallen vividas o interpretadas por una misma persona. Hay que hablar de dos personajes de mentalidad y formas de vida muy distintas. En primero lugar, tenemos al hidalgo bueno y culto Alonso Quijano y en segundo lugar al caballero andante, buscador de aventuras, don Quijote de la Mancha. De don Quijote sabemos mucho, pero…
¿Qué sabemos de Alonso Quijano? No es fácil contestar a la pregunta. Para poder dar una respuesta satisfactoria tenemos que organizar laboriosamente todo el material disponible. Cuando el lector realiza este trabajo, éste descubre con sorpresa un hecho incuestionable. Casi toda la información que poseemos del hidalgo manchego la tenemos en las dos primeras páginas del libro. Aparte de esto, encontramos datos sueltos que se van intercalando a lo largo de toda la obra como breves cuñas explicativas de la existencia de Alonso Quijano. Así sabemos que de joven tuvo problemas físicos muy serios, que era una persona que sentía una fuerte atracción por el mundo de la farándula, que tenía por lo menos una hermana, etc., y pocos datos más. Pero, ¿qué puede deducir el lector de todo esto? Algo muy importante. Si el narrador omnisciente es capaz de ofrecernos detalles tan particulares de la vida del hidalgo, igualmente podría informarnos sobre aspectos mucho más importantes y centrales de su existencia. Los datos que no nos ofrece, —el pasado familiar, los años de niñez y mocedad, etc.—, deben ser considerados como una ocultación informativa consciente y voluntaria. Parece que al autor sólo le interesa la vida y la acción de don Quijote, marginando, si no despreciando, olímpicamente la existencia de Alonso Quijano. Volveremos sobre este punto más adelante, cuando tengamos las razones suficientes para poder explicar este hecho tan sorprendente.
¿Qué significa este desfase informativo si hay, como se ha dicho, una voluntad clara tanto en la comunicación como en la ocultación? En primer lugar, la vida de Alonso Quijano debe interpretarse como una existencia sin la suficiente garra o interés para ser objeto de escritura. Por eso, en unas cuantas líneas se despachan cincuenta años de existencia. Inversamente, la corta vida de don Quijote, ya se reduzca ésta a unos dos meses, como quieren algunos críticos, o se amplíe a un año, como proponen otros estudiosos, acapara toda la atención del narrador y, por tanto, abarca todo el espacio del relato. Por estas simples consideraciones cabe afirmar que Alonso Quijano como experiencia vital no interesa. La novela se centra y valora la vida y la acción de don Quijote de la Mancha. Alonso Quijano se subordina a don Quijote de la Mancha. En el relato interesa el caballero andante y no el hidalgo de gotera. Sin embargo, es imposible querer entender la personalidad de don Quijote si previamente no se analiza la psicología y la acción de Alonso Quijano. Para llegar a don Quijote hay que pasar por los espacios existenciales del hidalgo manchego.
Asumamos este criterio e intentemos analizar la vida y la obra de Alonso Quijano para llegar a entender las claves emocionales de don Quijote de la Mancha. ¿Es posible realizar esta empresa con los datos que nos ofrece el texto? Como se ha dicho con anterioridad, éstos no sobrepasan unas cuantas líneas. Poco material para un intento tan ambicioso. Asumimos el riesgo conscientes de que en ocasiones es tan importante lo que se silencia como lo que se afirma. Por eso, entre asertos y ocultaciones intentemos dar respuesta al plan proyectado.
Como se afirmaba al principio de este trabajo, la historia de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es la superposición de dos vidas distintas encarnadas por una misma persona, se llame ésta Alonso Quijano o don Quijote de la Mancha. Dicha historia abarca los cincuenta años de existencia de nuestro protagonista. Sin embargo, el noventa por ciento del tiempo narrado corresponde al hidalgo Alonso Quijano y no llega a un diez por cierto el tiempo de vida que corresponde al caballero don Quijote. Sorpresivamente, esos cincuenta años de existencia de Alonso Quijano se reducen en la obra propiamente a un par de páginas y los meses de vida protagonizados por don Quijote acaparan casi el cien por cien de la extensión de la novela. Sorpresivamente se encuentra el lector que la existencia del hidalgo queda ninguneada a pesar de novelarse medio siglo de su vida mientras los pocos meses de actividad caballeresca de don Quijote merecen cientos de páginas de escritura, propiamente toda la novela.
Después de todas estas consideraciones, se impone nuevamente la pregunta inicial. ¿Qué sabemos de Alonso Quijano? Según los datos que nos ofrece el narrador o narradores del primer relato o primer Quijote, Alonso Quijano era un hidalgo medio de un pueblo perdido de La Mancha. Tenía más o menos cincuenta años. Era, a su vez, una persona querida y admirada por todos sus coterráneos por su bondad y por su sabiduría. Por lo que sabemos, sus medios económicos sólo le permitían llevar una vida digna, aunque sujeta a ciertas estrecheces económicas. Las escasas rentas que podía sacar de su pequeña hacienda sólo le daban para comer con suficiencia pero sin excesos y para vestir con dignidad pero sin lujos. Como hidalgo de la España del S. XVI o principios del S. XVII no trabajaba, simplemente porque el trabajo significaba la descalificación del prestigio y del rango que implicaba el título de hidalguía. Por otro lado, poco trabajo le podía ocasionar una hacienda tan reducida y parca como era la de nuestro hidalgo. Con el ama, la sobrina y “un mozo de campo y plaza” podía cubrir perfectamente las necesidades de la tierra y de la casa.
¿Cómo podía ser la vida de este hidalgo con esa pequeña propiedad y en un pueblo perdido de La Mancha? ¿Cómo podía llenar las horas del día y los días del mes? Para responder a esta pregunta seguimos al pie de la letra las pistas que nos ofrece el propio relato. La administración de la hacienda tenía que ser una tarea sencilla en el tiempo. Poco tenía que dirigir y cuidar donde casi no había qué administrar. En casa no hacía labor ninguna, porque para ello estaban las otras personas de la casa. ¿La caza podía funcionar como paliativo de este estado de inactividad? Es verdad que en ciertas épocas, no muy lejanas, dedicaba horas del día a la caza con su “galgo corredor”. Pero sus condiciones físicas y psicológicas no eran las apropiadas para grandes y continuados ejercicios corporales. De joven experimentó ciertas molestias renales, lo que le impediría toda acción física, incluida la caza. Por otra parte, su edad, “frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años”, no era la más idónea para llevar a cabo actividades cinegéticas. De todo esto se deduce que no era una persona ni con aptitudes ni con demasiada inclinación hacia la actividad física. Por otra parte, la administración de su hacienda le debía exigir muy poco tiempo de su dedicación diaria. Podía dedicar parte del día a la plática con sus amigos el cura y el barbero, ya que a lo largo de la obra se nos presenta como un perfecto y consumado dialogador. ¿Cuántas horas del día podía dedicar al trato con sus amigos? Pensemos que unas horas como mucho. Otros ratos los tenía que dedicar a la lectura, ya que en los momentos lúcidos se nos presenta como hombre de profundos y muy amplios conocimientos. Es decir, según lo que se puede deducir de lo que nos comunica el propio relato, los únicos pasatiempos reales que tenía el hidalgo eran la lectura y la plática con sus amigos .
Alonso Quijano en la vida real y diaria no tenía nada que hacer y si algo hacía, eso era bien poco: lecturas, pláticas y una corta actividad administrativa. La característica vital de Alonso Quijano en esas circunstancias que presentaba su vida a los cincuenta años era una casi total inactividad que le tenía que llevar a una monotonía brutal. La vida de Alonso Quijano en esa aldea perdida de La Mancha debía ser de una uniformidad completa y de un aburrimiento insufrible.
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Si ésta era la vida del presente existencial de Alonso Quijano, ¿qué nos ofrecía su pasado? Una vida a los cincuenta años con una experiencia rica en vivencias y en recuerdos del pasado podría funcionar como razón compensatoria a una existencia tranquila y sosegada en época de madurez. Para probar y profundizar en esta idea es necesario estudiar el pasado del hidalgo para poder comprender mejor su presente en esa edad de clara decadencia física. El texto nos revela que Alonso Quijano era una persona sin acción y sin aventuras ni el presente ni en el pasado.
La impresión que puede sacar el lector de los parcos pero interesantes apuntes que ofrece el relato es que nuestro hidalgo nunca había salido de su comarca. Cuando el caballero se lanza al mundo de aventuras, después de un día de camino sobre los débiles lomos de Rocinante, Don Quijote miraba “a todas partes por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha necesidad” (I-II). ¿Qué significa esta frase? Sencillamente, Don Quijote desconocía el lugar. La acción previa a la salida y la propia salida revelan un conocimiento exacto del lugar. No hay dudas en su acción. Don Quijote muestra una total seguridad. Sin embargo, cuando, después de caminar unas cuantas millas, otea el horizonte para comprobar si en el camino existen majadas o castillos demuestra que ese lugar le resultaba desconocido. Alonso Quijano nunca pudo estar en esos parajes, porque de otra forma el lugar le resultaría conocido. ¿A qué distancia se podía encontrar de su lugar? Haciendo un cálculo aproximado, se puede afirmar que como máximo a unos treinta kilómetros. No parece lógico pensar en una distancia superior. ¿Qué distancia mayor podría recorrer en un día el famélico y viejo Rocinante? Por otro lado, la carretera que toma el hidalgo manchego es equiparable a una de nuestras autopistas o carreteras nacionales actuales. ¿Sería y es con pocos cambios la nacional que va de La Mancha a Andalucía a través de Sierra Morena? El desconocimiento completo que ofrece Don Quijote en una carretera tan importante y en una distancia tan reducida nos revela un hecho palpable: el héroe cervantino no había salido nunca de su lugar o de su comarca. Sólo había podido llegar al Toboso, “un lugar cerca del suyo”, donde tuvo lugar ese supuesto encuentro con la mujer de sus sueños y de sus delirios. Si ha permanecido en casa a lo largo de sus cincuenta años de existencia, con excepcionales salidas a lugares cercanos de su hacienda, cabe deducir que la inexistencia de acción y de experiencias en el caso de nuestro hidalgo era total. La quietud emocional y el sosiego vital eran las características de su vida.
¿Qué podemos deducir de la vida sentimental de Alonso Quijano? Una existencia sin grandes aventuras de acción pero rica en experiencias emocionales podía representar una vida llena de alicientes, cuyos recuerdos dieran sentido y razón a un vivir tranquilo y sosegado. ¿Éste era el caso de Alonso Quijano? De la propia obra se pueden colegir todos los datos necesarios para proponer la radiografía sentimental de nuestro hidalgo. El resultado de una lectura medianamente atenta sobre el apartado de los amores de nuestro personaje es tan sorprendente como dramático. Alonso Quijano, hidalgo de cincuenta años, no ha conocido mujer. Es decir, la vida sentimental del héroe cervantino era tan vacua como su acción aventurera. Cuando decide convertirse en caballero andante y buscaba “una dama de quien enamorarse”, requisito imprescindible de su nueva condición caballeresca, tuvo un gran problema. Pero este dilema no derivaba del excesivo número de candidatas sino de la falta de las mismas. Alonso Quijano a pesar de su edad era un impenitente solterón. Si hubiera tenido alguna aventura amorosa, por pequeña que ésta fuera, la elección hubiera sido fácil o, por lo menos, dicho amor o el personaje de la aventura hubiera estado presente en el momento de la deliberación. En la triste historia del caballero no había propiamente candidatas. Tuvo que optar por una mujer que en el pasado fue moza labradora de muy buen parecer, de quien estuvo enamorado, aunque ella, como nos dice el relato, no se dio cata de ello. Por lo que parece, el amor que profesaba el personaje hacia Aldonza Lorenzo tenía un origen lejano. El propio Don Quijote nos dice que eran como mínimo doce años: “…osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre de estos ojos…” (I-XXV).
¿La realidad de estos amores radicaba en su ocasionalidad o en su permanencia? Es difícil poder llegar a una conclusión definitiva. Lo que se afirma en una parte se niega en otras. Creo que cada lector tiene la última palabra. ¿Fue un amor duradero en el tiempo? No lo podemos afirmar. ¿Fue un amor platónico nacido de la contemplación de la mujer o de las referencias que sobre ella llegaban a los oídos del hidalgo? Tampoco lo podemos decir. Hay razones para defender una tesis como existen pruebas suficientes para sostener el otro punto de vista. Lo único cierto es el sentimiento amoroso que experimentó el hidalgo manchego por esa moza labriega de buen ver, pero de costumbres un tanto disolutas y frívolas.
Se puede afirmar que hacia los cuarenta años se debió enamorar platónicamente de esa “moza de buen ver” a pesar de su fama y de su conducta. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, más de doce años, no se había atrevido en ocasión alguna a mostrar sus sentimientos a la joven. Es posible que durante ese tiempo dedicara buena parte del día a imaginar lances y situaciones con Aldonza Lorenzo. Por el conducto de la imaginación, representaría el papel de héroe triunfador que lograba alcanzar las metas que se proponía. Lo malo de la situación era que la vivencia descansaba en los espacios del ensueño y de la evocación. La imaginación suplantaba la realidad. Don quijote era muy dado al ensueño y a la fantasía. Este dato queda perfectamente explicado a partir de esa querencia natural que el hidalgo sentía por la farándula y por la ficción literaria.
Los amores de Alonso Quijano revelan una personalidad un tanto patológica. Si Alonso Quijano vivía ensimismado en sus amores sin dar a conocer dichos sentimientos a la persona amada era simplemente por su timidez un tanto enfermiza. Este dato implica la imposibilidad de propiciar un encuentro con la mujer amada para la comunicación de sus sentimientos. Si no se atrevía a establecer una simple relación dialogal, mucho menos se atrevería a proponer una relación más profunda con la persona de la que estaba enamorado. Alonso Quijano era un solterón irredento a causa de una timidez en grado patológico. Si esto era así, cabe concluir esta breve exposición afirmando que la vida sentimental del hidalgo manchego se caracterizaba por su pobreza absoluta y por su vacío total.
Por lo tanto, la vida de Alonso Quijano en ese pueblo perdido de una región olvidada sin vivencias y sin expectativas se tenía que caracterizar por una monotonía completa, por una vulgaridad total y por un tedio insufrible. En su existencia de hidalgo de aldea no había ni acción, ni amores, ni trabajo, etc. ¿Qué había entonces? Monotonía y aburrimiento. Toda su vida se tenía que reducir a un pasar en la cotidianeidad más completa sin más expectativas que el tedioso discurrir de todos los días. Desde este punto de vista, la existencia del hidalgo manchego, tanto en su pasado como en su presente, tuvo que ser dramática por la falta de expectativas y por la ausencia de recuerdos o experiencias del pasado. Alonso Quijano vivía un presente vacuo sin motivaciones en el pasado y con un futuro tan poco atractivo como desalentador era su presente y tuvo que ser su pasado. Desde este punto de vista, se puede afirmar que la personalidad humana del hidalgo manchego era tan triste como trágica.
Si a partir de estas breves pinceladas sobre la vida de Alonso Quijano, ofrecemos un cuadro sinóptico sobre el ser y el estar del hidalgo manchego, llegaríamos a las siguientes conclusiones:
o Alonso Quijano era un hombre bueno y honrado, querido y admirado por sus coterráneos. El cariño que en todo momento mostraban hacia él tanto el cura, el barbero, el bachiller, etc., como el bueno de Sancho, así lo viene a demostrar. Las respuestas que asumen cura, barbero, bachiller, etc., frente a la supuesta locura de Don Quijote son consecuencia de la sincera amistad que profesaban al hidalgo y del fuerte cariño que sentían por él. Alonso Quijano era un hombre querido por todos sus convecinos.
o Alonso Quijano era un intelectual, hombre de letras, de profundos y muchos conocimientos. Los saberes que demuestra a lo largo de toda su vida caballeresca lo certifican. Por otro lado, se puede deducir de la lectura de la obra que Alonso Quijano como hombre de letras fue un autodidacta. Nunca salió de su comarca. No asistió a universidad o centro docente señalado. ¿Qué estudios pudo realizar en la pequeña aldea de donde era natural? Muy pocos y muy rudimentarios. Sin embargo, demuestra unos conocimientos fuera de lo común. Buenos ratos de ocio, que eran muchos en su vida, como nos dice el autor de la narración, tuvo que dedicarlos a la lectura y al cultivo intelectual. A sus cincuenta años, Alonso Quijano es un hombre sabio de amplios y profundos conocimientos.
o Alonso Quijano era un hombre de parco pero de buen vivir. Como se ha dicho con anterioridad, los recursos de la hacienda le daban justamente para una comida suficiente y un vestido digno. Nunca ha pasado hambre ni ha conocido el frío. Si en ningún momento de su vida de caballero andante vive angustiado por la comida es porque nunca ha tenido el más mínimo problema de alimentación. Igualmente, si nunca presenta el más mínimo deseo por los bienes materiales, especialmente los económicos, es porque nunca ha conocido el sabor de su carencia. Sus bienes podían ser escasos, pero eran suficientes para poder llevar una vida digna sin grandes alardes y gastos pero también sin fuertes necesidades. Alonso Quijano vivía feliz en una aproblemática y atractiva medianía económica
o Alonso Quijano era un impenitente solterón, caracterizado por su timidez patológica. Los amores platónicos con Aldonza Lorenzo son la mejor prueba de lo expuesto. A sus cincuenta años no ha conocido mujer. Toda su experiencia amatoria se reduce a un casto mirar, si esto es realidad. Ciertas insinuaciones por parte de cierta crítica muy actual sobre la posible homosexualidad de Alonso Quijano rondan la estupidez más completa y demuestran una fuerte miopía crítica. Alonso Quijano era un hombre sin experiencias amorosas debido a una especie de timidez patológica. Lo demuestra ese ir y venir a esa aldea cercana para ver en la distancia, presumiblemente sin ser visto, a la mujer de sus amores: Aldonza Lorenzo.
o Alonso Quijano era una persona carente de experiencias físicas y afectivas. Con un pasado vacuo y con un presente sin alicientes presentaba un futuro sin expectativas. La monotonía y el aburrimiento eran una constante en su existencia. A sus cincuenta años, presentaba un futuro muy poco prometedor. Nuestro hidalgo manchego vivía en la decrepitud de la edad. Como hidalgo, había pasado toda su juventud y madurez en un pequeño pueblo de La Mancha, haciendo dejación de la costumbre habitual de los hidalgos: el ejército, las Américas, etc. La vida aventurera propia de los hidalgos españoles de la época fue suplantada en el caso del hidalgo manchego por una medianía vital sin alicientes ni expectativas. La mediocridad era el valor que mejor define la vida de Alonso Quijano.
o Alonso Quijano era un hombre soñador e imaginativo. A falta de vivencias, lo único que tenía el buen hidalgo era su imaginación. Era una persona con fuerte tendencia hacia la fantasía. La inclinación que había sentido siempre, especialmente en sus años de mocedad, hacia el mundo de la farándula, demostraba esta tendencia hacia lo irreal y lo fantasioso. Nuevamente los amores utópicos y atípicos con Aldonza confirmaban este carácter fantasioso e imaginativo de nuestro personaje. La más que probable falta de experiencias vitales era compensada por la fuerza de la fantasía y de la imaginación.
o Alonso Quijano, persona imaginativa, en medio del aburrimiento y de la inactividad, se dejaba llevar por la fantasía y por la imaginación. La edad del hidalgo, “frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años”, era problemática, ya que el hombre debió tomar conciencia de su declive físico y de su cercana decrepitud. En el caso de Alonso Quijano, finales del S. XVI, habría que hablar de un estado de clara decadencia física. En estos momentos y en estas circunstancias, Alonso Quijano daba rienda suelta a su fantasía para colmar por la vía de la ensueño y de la fantasía las carencias existenciales que presentaba. El punto de referencia lo encontraba en los libros de caballerías, donde la valentía y la fortaleza de unos jóvenes caballeros hacían posible las más extraordinarias aventuras en nombre del amor y de la justicia. Es decir, los libros de caballerías formaban un género de ficción donde el amor y las aventuras físicas eran el cuerpo de sus contenidos. Es lógico que Alonso Quijano se dejara arrastrar por este tipo de literatura de evasión, que llenaba con creces las necesidades espirituales y emocionales de su vacío corazón. La ficción le ofrecía lo que no le aportaba la realidad. Por eso, vive cada vez más ensimismado en los mundos ficticios de la literatura hasta llegar a identificar la poesía con la realidad.
Sin embargo, antes de seguir por esta línea de lectura, interesa volver al principio para ofrecer otra serie de datos que sirven para conformar con mayor exactitud la verdadera personalidad y el auténtico sentido del hidalgo manchego. Seguimos en la misma línea emprendida al inicio de este trabajo en torno a la pregunta del grado de conocimiento que tiene el lector sobre Alonso Quijano. Desde este punto de vista, cabe preguntarse por el nombre, el lugar, el tiempo, la historia, etc., de nuestro hidalgo manchego.
o ¿Cuándo conoce el lector el verdadero nombre del hidalgo? Al inicio de la historia éste aparece con diferentes nombres: Quijada, Quesada, Quejana o Quijana. Incluso el narrador omnisciente y el propio personaje parecen decidirse por la denominación de Quijana. Por eso, a lo largo de toda la historia, el lector piensa que el verdadero nombre de nuestro personaje es Quijana. Sin embargo, en los postreros párrafos del último capítulo de la obra nos enteramos de que su verdadero nombre era Alonso Quijano. Hasta este momento, casi hasta finalizar la historia, el lector ha permanecido en el error. El narrador ha ofrecido un nombre falso al inicio de la novela y ha mantenido el equívoco hasta el final del relato. El lector ha vivido en el equívoco a lo largo de toda la novela a causa de la mentira del narrador. Este error implica la falta de identificación del personaje. Si el nombre es elemento de distinción y rasgo de personalidad, Alonso Quijano a lo largo y ancho de toda la novela ha carecido de identidad y de carácter. ¿Quién era realmente esa persona que el lector pensaba que respondía al nombre de Quijana? Podía ser cualquier persona menos el auténtico Alonso Quijano. Éste se nos presenta sin nombre o, si se quiere para ser más precisos, con un nombre equivocado. El lector ha permanecido en el error porque el narrador ha hecho que el personaje presentara una personalidad fingida.
o ¿De dónde era este hidalgo? Dejemos de lado la voluntariedad del silencio narrativo, “de cuyo nombre no quiero acordarme”, y centrémonos en el hecho concreto de la cuna del personaje. Sólo sabemos que es un hidalgo manchego. ¿Pero de qué lugar de La Mancha? Es un dato ocultado por el narrador. El misterio de los orígenes de este personaje no se resuelve en ningún momento. Por eso, el lector permanece en la ignorancia. Nunca sabrá el lugar de origen del personaje, porque, aunque éste tenga una cuna geográfica, ésta permanece en el más estricto de los silencios.
o ¿En qué tiempo vive este sujeto? Parece, por lo que nos dice la propia novela, que el tiempo existencial de nuestro personaje es más o menos el tiempo de redacción. Esto quiere decir que la existencia de Alonso Quijano se tuvo que dar a finales del S. XVI y principios del S. XVII. Esto parece corresponder al principio de “… no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo” (I-1). El tiempo trascurrido entre la acción existencial y el hecho de escritura es mínimo. El posible intervalo temporal entre vida y escritura es tan mínimo que ciertas obras y ciertos autores que aparecen en el episodio del escrutinio de los libros, capítulo noveno de la Primera Parte, son de la más rabiosa actualidad. Incluso, en la Segunda Parte, durante el breve gobierno de Sancho, éste escribe una carta a su mujer fechada el “veinte de julio de 1614”. La Segunda Parte del Quijote, como todo el mundo sabe, es de 1616. Estos datos nos indican que el tiempo de escritura tuvo que coincidir con el tiempo narrado. La coincidencia cronológica es plena. Personaje y autor conviven en unos mismos parámetros de tiempo. Hay que hablar por tanto de una acción en el presente. Sin embargo, con frecuencia sorprendente se nos habla de la tradición oral como medio de conservación de las hazañas del caballero manchego. Igualmente se mencionan machaconamente “archivos y escritorios” como lugar de preservación de los materiales escritos que tratan de nuestro personaje. Surge inmediatamente la sorpresa en el lector. ¿Qué sentido tiene hablar de tradición oral o de archivos, si la acción existencial del hidalgo o del caballero ha tenido lugar en el mismo tiempo en el que el autor la está narrando? En otras ocasiones, como en el capítulo cincuenta y dos de la Primera Parte, propiamente finalizando la segunda salida, nos remite el texto a épocas pasados, como si la vida de don Quijote hubiera tenido lugar en un tiempo remoto y pretérito. ¿Cómo se relaciona el pasado lejano con el presente existencial del personaje? Hay anécdotas y datos que se contradicen. El pasado remoto convive con el presente histórico. Se llega a la conclusión de que en el tiempo de ficción coexisten y se superponen un supuesto tiempo mítico con un tiempo histórico. Nos hallamos ante un tiempo paradójico. Una “historia verdadera”, término con que aparece designado el relato en múltiples ocasiones, no puede sustentarse nunca en un tiempo paradójico o en un tiempo inverosímil. Cabe afirmar, desde esta misma perspectiva, que una existencia sin tiempo no puede ser historia. ¿Qué sentido tiene la historia de Alonso Quijano o de don Quijote de la Mancha? Nos encontramos, por tanto, con una existencia sin tiempo y, por tanto, sin lógica cronológica.
Profundicemos un poco más en la filosofía de la narración. ¿Qué sabe el lector de la vida pasada del hidalgo manchego? La acción arranca cuando la edad de éste “frisaba los cincuenta años”. ¿Qué vivencias y qué experiencias ofrece este sujeto durante esas cinco décadas de vida? El lector puede deducir ciertas constantes vitales, pero no puede ofrecer datos concretos por una ausencia manifiesta de noticias. Da la impresión de encontrarnos con una vida sin historia. Prácticamente no sabemos nada de la vida pasada del hidalgo. Lo que se ha podido entresacar de una lectura un tanto sesgada a partir de los escasos informes que el relato nos ofrece ha sido ofrecido al principio de este trabajo. Ofrecer más noticias es difícil, si no imposible. Parece que la vida de Alonso Quijano no interesa. La verdadera historia se inicia cuando éste se halla ya cerca de la ancianidad.
¿Qué se puede deducir de todos estos datos? Existe por parte del narrador una voluntad consciente de ocultamiento de los rasgos más definitorios de una historia. Hasta el final de la novela, el lector desconoce el verdadero nombre del personaje. Ha permanecido durante todo el tiempo en el equívoco. El narrador ha negado caprichosamente el lugar de origen de nuestro personaje, favoreciendo un clima de total indeterminación. Nos encontramos, por otra parte, con un tiempo paradójico, donde el elemento base es la descronologización contextual. Por otra parte, el lector, por falta de noticias, desconoce la historia personal del personaje. Es decir, el lector desconoce propiamente el verdadero nombre del personaje, su lugar de nacimiento y de existencia, el tiempo de vida, su historia personal, etc. El lector, en medio de una situación de perplejidad límite, topa con una historia que propiamente no es historia. O, si se quiere, se encuentra con un personaje sin definición, sin circunstancias y sin historia. ¿Alonso Quijano es un fantasma? El narrador parece despreciar olímpicamente la vida y la acción del hidalgo manchego. Si no, ¿qué sentido tienen tanto silencio y tanto ocultamiento? Entre tanta indefinición, sólo queda clara una nota biográfica: el tedio existencial en medio de una vida mediocre y carente de proyectos y de futuro.
Después de estas breves consideraciones, el lector tiene que preguntarse por la actitud displicente del narrador hacia el personaje base. La respuesta parece tan sencilla como verosímil. ¿Qué materiales novelables ofrece una existencia de las características de la de Alonso Quijano? ¿Cómo novelar una vida caracterizada por la mediocridad y la monotonía? Por eso, el narrador inicia propiamente la novela en el momento en que ese hidalgo rompe con sus circunstancias personales para asumir otra personalidad llena de acción y de promesas. La existencia del hidalgo Alonso Quijano no ofrece ni garantías ni expectativas para ser objeto literario. Sin embargo, la vida y la acción del caballero don Quijote de la Mancha es la expresión fiel de la aventura y, por tanto, de la ficción. Por eso, el narrador olvida a Alonso Quijano, una vida sin historia, y engrandece el protagonismo de don Quijote, una historia que se realiza en la acción y en la aventura.
A partir de estos supuestos, el lector topa con otro problema más serio y más profundo. Sin lugar a dudas, nos encontramos con la clave del relato. ¿Don Quijote es fruto de la voluntad y de la consciencia de Alonso Quijano o es consecuencia de un grave trastorno psicológico en la mente del hidalgo? La respuesta es determinante para la interpretación de la obra. Entramos de llenos en esos espacios siempre problemáticos de delimitar de cordura o locura, farsa o demencia, voluntad o inconsciencia, tragedia o parodia, etc. ¿Dónde reside el verdadero sentido del Quijote? La respuesta depende de la postura que asuma el lector o el crítico frente al hecho de la conducta del hidalgo.
¿Quién puede negar la realidad de la locura de Don Quijote y, por tanto, la dimensión bufa y paródica de su comportamiento? Simplemente, nadie. En el texto tenemos razones suficientes para llegar a esas conclusiones. Un hidalgo inactivo “los más ratos del año” se da por leer libros de ficción para paliar su estado de aburrimiento permanente. En los libros de aventuras encuentra las vivencias que a él le hubiera gustado experimentar pero que las circunstancias se lo han negado. Una lectura abusiva y monotemática le trastorna la visión de la vida y la valoración de las cosas. A partir de un momento dado, influenciado por la literatura caballeresca, empieza a sentir y a vivir como real la pura ficción. La fantasía se le llena de las aventuras y desventuras de sus héroes, los caballeros andantes. Preocupado por la literatura, olvida el ejercicio de la caza y la administración de la hacienda, empieza a confundir literatura e historia y a trastocar la posición entre realidad y ficción, etc. Incluso, “llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas anegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballería” (I-1) sin darse cuenta de que con esta acción estaba poniendo en riesgo su condición de hidalgo y los medios de supervivencia. A Alonso Quijano le preocupa más la poesía que la vida o, si se quiere, desea convertir la poesía en vida. Por eso, abandona la idea de escribir libros de caballería para convertirse en caballero andante e implantar en el mundo de la realidad histórica un universo de base literaria. Alonso Quijano ha perdido el juicio y Don Quijote es la personalidad que asume el hidalgo manchego en este estado de locura profunda. Topamos con el fundamento burlesco del personaje. Don Quijote es un sujeto ridículo que encarna en su conducta posturas absurdas, intensificando el sentido paródico de su ser y de su actuar.
Sin embargo, esta lectura es simple y muy reduccionista, ya que el lector puede encontrar el mismo número de razones y pruebas del mismo calado demostrativo para defender y proclamar la lucidez del hidalgo manchego en sus móviles y en sus acciones. Un hidalgo que lleva una existencia monótona y rutinaria en un pueblo pequeño y olvidado de la Mancha encuentra en la lectura una forma de llenar sus largas horas de ocio e inactividad. Entre las posibilidades de lectura que le ofrece el libro se va inclinando poco a poco, pero cada vez de forma más firme, hacia la lectura de los libros de caballería, porque en ellos encuentra sus verdaderas razones de vida, negadas por la fuerza castrante de la realidad social e histórica. A través de la lectura, toma plena conciencia del absurdo de su vida, de la vacuidad de sus acciones, de la intrascendencia de sus miras, de la ausencia de proyectos, etc. Alonso Quijano descubre la pobreza trágica de su existir. Y se rebela, porque no quiere aceptar una existencia sin sentido y sin expectativas. Pero, ¿cómo manifestar esa rebeldía?, ¿cómo dar forma a ese espíritu inconformista? Sólo encuentra una solución: la locura como farsa. Alonso Quijano asume la representación de una locura para hacer posible la historia de una trasgresión. En la farsa caballeresca tiene que amoldar todos los actos y a todos los personajes a esa nueva situación. Por eso, los rebaños serán ejércitos, los molinos se trasformarán en gigantes, las mozas de partido se convertirán en princesas, las ventar aparecen como castillos y, como no, Aldonza Lorenzo aparece metamorfoseada como Dulcinea del Toboso y Alonso Quijano como don Quijote de la Mancha. Sin embargo, toda representación supone la asunción voluntaria y consciente de un papel diferente a lo que uno es, conociendo la pura circunstancialidad de la acción. Esto lo vemos claramente en el proceder de nuestro personaje. Episodio tras episodio encontramos claras pistas y pruebas definitivas de la consciencia del caballero. La prueba definitiva de la farsa la tenemos en el capítulo veinticinco, cuando en medio de la penitencia declara a sancho la verdadera personalidad de Aldonza Lorenzo. Si en la aventura de mayor calado caballeresco es capaz de ver la realidad tal como es y de valorar las cosas en su justa medida es porque en todo momento y en toda circunstancia sabe perfectamente lo que son las cosas y lo que representan las personas. Se impone la lucidez del personaje y, como consecuencia, la aureola trágica del héroe. Alonso Quijano es un sujeto trágico obligado a vivir la farsa paródica de la locura para poder revelar y materializar su espíritu rebelde y transgresor.
¿Qué sentido tiene la vida y las acciones de don Quijote de la Mancha? Si el caballero manchego es un loco, el sentido de su vivir se reduce a los límites de la pura alucinación paródica. Si el hidalgo es un cuerdo que sólo encuentra en la farsa caballeresca la forma de demostrar su inconformismo y su rebeldía, el sentido de su existir se recubre con los ropajes del heroísmo trágico. ¿Héroe trágico o sujeto paródico? Por pura lógica y a pesar de lo que afirman sesudos críticos cervantinos parece que la actuación de un simple loco incapaz de ver la realidad como es y de sopesar las consecuencias de sus acciones no puede engendrar tal cantidad de reflexiones críticas, de teorías filosóficas, de propuestas ensayísticas, de creaciones artísticas, etc. El sentido común nos revela que en la historia personal de Alonso Quijano, alias don Quijote de la Mancha, hay bastante más que locura y que parodia. Hay mucho de heroísmo trágico. Sin renunciar a la parodia se llaga a la tragedia o, si se quiere, el heroísmo trágico de nuestro personaje se asienta necesariamente en su dimensión paródica. La clave se halla en la farsa como existencia.
Desde el punto de vista que estamos tratando, la existencia del loco caballero andante es una sarta de acciones absurdas hasta el momento de la muerte, tiempo en que recupera la lucidez y reniega de su pasado caballeresco por considerarlo como impropio de un hidalgo respetable y cristiano. Por otro lado, la existencia del hidalgo cuerdo que asume la farsa para demostrar su inconformismo es una conducta consciente y voluntaria que toma la locura como forma de vida y como única posibilidad de criticar su tiempo, su sociedad y su historia. Si en el primer caso se nos ofrece la radiografía de un personaje paródico; en el segundo encontramos la clave del héroe trágico. Don Quijote, el loco consciente de su acción, mantiene una pugna permanente contra las fuerzas de su contexto y de sus circunstancias. En esta lucha no hay posibilidad de éxito para el héroe. Por eso, es un perdedor nato. Sin embargo, el heroísmo trágico no se asienta en un resultado exitoso sino en una lucha voluntaria a pesar de la conciencia de la derrota. El héroe se hace en la acción. Por eso, la verdadera muerte de don Quijote, héroe trágico, no se da en el lecho rodeado de amigos y familiares, sino en el campo de batalla, enfrentándose al Caballero de la Blanca Luna y asumiendo como pago de su derrota la inhabilitación para la aventura. ¿Qué significa un caballero andante sin acción? Sin aventura, sin posibilidad de demostrar esa voluntad de superación en nombre de la justicia y del amor, no puede haber héroe. Por eso, Don Quijote deja de ser protagonista de una acción heroica.
Las fuerzas sociales le obligan a don Quijote a ser lo que no quiere ser: ese hidalgo de gotera anodino y sin historia que malvive emocionalmente en un pueblo de la Mancha por falta de ideales. El hidalgo Alonso Quijano ha roto con su historia y con su vida para proponer una nueva existencia basada en un proyecto de entrega y de heroicidad. ¿Cómo va a aceptar su vida anterior si ha renegado de su pasado? Don Quijote no puede ser lo que quiere ser y le obligan a ser lo que no quiere ser.
Sin embargo, después de haber vivido la aventura de la andante caballería ya no puede haber marcha atrás. Conscientemente acepta el fin. Si para Sancho el dejarse morir es algo estúpido, para Don Quijote aceptar la muerte es la respuesta más lógica a su nueva situación emocional. Pero aceptar la muerte voluntariamente, porque no asumir lo que le impone la sociedad, es el grado máximo de heroísmo y de tragedia. En la muerte del caballero se asienta el acto supremo del heroísmo trágico. Por eso, Don Quijote se nos presenta como un héroe trágico tanto en vida como en muerte.
La historia de Don Quijote, ser alucinado por una desordenada lectura de libros de evasión, dice poco, aunque nos haga reír mucho. Pero la historia de Don Quijote, ser cuerdo que tiene que vivir la farsa de la locura para afirmar su propia individualidad frente a las fuerzas de la realidad prosaica de su contexto histórico dice mucho, aunque no haga reír tanto.
La clave se encuentra en esta disyuntiva: personaje paródico o héroe trágico. Como personaje paródico la figura de don Quijote es la negación inconsciente de Alonso Quijano; como héroe trágico, la figura de don Quijote es expresión de la farsa consciente de Alonso Quijano. Don Quijote como personaje paródico tiene muy poco que ver con Alonso Quijano; don Quijote como héroe trágico se asienta sobre la verdad y sobre la voluntad de Alonso Quijano. En la parodia, el personaje central es un monigote sin voluntad ni querencia: don Quijote de la Mancha; en la tragedia, el personaje central es un héroe voluntarioso y consciente capaz de asumir los riesgos más extremos como medio de afirmación personal: Alonso Quijano. Desde este punto de vista, Alonso Quijano es un personaje con una psicología y con unos ideales mucho más profundos y más complejos que don Quijote de la Mancha. Y, sin embargo, tanto el autor como la crítica en general olvidan o marginan la historia personal del hidalgo manchego para centrarse en las aventuras del caballero andante. Este hecho y el pensamiento que domina este trabajo nos permite hablar de Alonso Quijano como el personaje olvidado de la tragedia quijotesca.
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