La mayoría de los debates acerca del futuro de la izquierda se centran actualmente en dos conceptos: La (in)capacidad de movilizar a un electorado que siempre es exigente en el cumplimiento de las políticas de izquierda y la necesidad de centrar el mensaje político alejándose de las estrategias tradicionales de la izquierda, pero que ahora se ven caducas en esta fase avanzada del capitalismo.
Para los primeros, el problema es que la izquierda no es muy lúcida a la hora de convencer a sus potenciales electores de que tiene la solución a sus problemas. Esta línea de pensamiento parte de la base de que, a grandes rasgos, la izquierda no sólo tiene razón (histórica y/o moral), sino de que existe una mayoría de votantes potencialmente dispuesta a votar a una izquierda moderna pero fiel a sus principios de siempre. Para los que así piensan, el que los votantes no respalden mayoritariamente en las urnas las opciones de izquierdas es un problema de primer orden, pero puede ser imputado a factores endógenos (estrategias de comunicación, calidad del liderazgo o sistemas electorales, entre otros) o bien a factores exógenos, como el hecho de que el poder económico respalde económicamente a los partidos conservadores, lo que situaría a la izquierda en evidente inferioridad de condiciones. También se menciona un factor que, por razones varias (exclusión social o débil cultura política), aquellos que más se beneficiarían de las políticas de izquierda se abstengan de votar, o se señala que las dinámicas económicas (globalización) hagan imposible “la socialdemocracia en un solo país”. En resumidas cuentas, por usar una terminología económica, los partidos de izquierda tendrían un problema de oferta (tendrían que mejorar la calidad de su producto) pero no un problema de demanda (porque habría demandantes dispuestos a comprar su producto). Por tanto, ante una crisis económica como la actual, la respuesta estaría clara: más y mejor izquierda.
Para otros, el problema es que la izquierda no es suficientemente hábil en el sentido de que no está suficientemente centrada para poder abarcar más sectores sociales. En una sociedad moderna políticamente, sólida económicamente y dominada por las clases medias, dicen, los partidos de izquierda se enfrentan a un grave problema de demanda. Puede que sigan teniendo razón, efectivamente, y que sus principios clave sigan siendo validos, pero dado que la democracia es el gobierno de la mayoría, tener razón sirve de poco si uno nunca consigue una mayoría con la que llevar a la práctica sus ideas. Así las cosas, la creencia típicamente izquierdista en un Estado que regule los mercados y que garantice la igualdad de oportunidades mediante (elevados) impuestos progresivos y servicios públicos de calidad podría estar en vías de extinción si sólo el tercio más desfavorecido de la sociedad le concede su apoyo en las urnas. Continuando con la analogía económica, la oferta sería adecuada, pero no habría suficientes demandantes. Aquí, averiguar qué ha pasado con los desertores sería crucial. ¿Han cambiado de intereses, y por tanto de valores, es decir, se han derechizado? O, sin que sea incompatible, ¿han ocupado algunos valores de lo que podríamos llamar la nueva izquierda —especialmente los referidos a la libertad personal, como el aborto, el divorcio, pero también el medio ambiente...— de otros espacios políticos, permitiendo a muchos electores de clase media abandonar la izquierda tradicional sin renunciar enteramente a sus principios? Fuera lo que fuese, en ambos casos, la izquierda tendría que repensar no ya sus estrategias, sino revisar a fondo sus planteamientos.
Ninguna de las respuestas a estas cuestiones es fácil ni inmediata. No obstante, desconocer cuáles son las cuestiones que uno tiene que hacerse es mucho más grave que ignorar las respuestas a esas preguntas. Y da la impresión de que algo así le está pasando hoy a la izquierda. Por un lado, la izquierda se percata de que la falta de equidad en la distribución de la riqueza, las diferencias sociales y la falta de regulación de los mercados han dejado de ser el factor de movilización electoral decisivo que inclina las elecciones a su favor. Por otro, también percibe que los valores de libertad individual no están puestos en cuestión ya que una muy amplia mayoría de los ciudadanos (también en la derecha) no sólo los admite, sino que los practica. A la vez, muchos en la izquierda creen en la libertad económica y de empresa como fuente de prosperidad y de distribución de oportunidades, incluso en lo referido a la prestación de servicios públicos esenciales, debilitando el credo redistributivo de la izquierda.
Con todo este cruce de ideas y valores, la impresión es que el juego político de la izquierda ha quedado como la carta a elegir en una partida de las siete y media: o te pasas o no llegas.
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