02 octubre 2011

Alemania nos concede una tregua

  
En medio de la hipocondría de una crisis que está alterando nuestras vidas, un rayo de luz pareció iluminar a Alemania. Ocurrió el pasado jueves en el centro de Berlín. Angela Merkel, heroína a su pesar, salvó, por ahora, a Europa y al euro allanando un estrecho cortafuegos en el tiempo de descuento de la crisis de la deuda. Una prórroga para evitar el despeñadero al que nos arrojaban ineludiblemente el arrastrar de pies de los actualmente pequeños dirigentes de la Unión Europea —los procesos de la UE se ejecutan tres meses después de tomarse—, llegando tarde y con poca fuerza como para frenar la vertiginosa celeridad con la que operan los mercados. Porque no hay Plan B, ha vuelto a repetir el comisario Almunia: “Si esto falla, será una catástrofe”. Por unos instantes —la felicidad está tejida de momentos fugaces—, bajo la futurista cúpula acristalada del Reichstag, obra de Norman Foster, Alemania volvió a ser el buen país europeísta de Adenauer y Kohl, posibilitando pensar en el regreso de una Alemania europea capaz de enterrar una Europa alemana, que una mayoría de sus ciudadanos parece sin embargo preferir. La canciller, aferrada a una coalición en la que los liberales están desaparecidos y el ala bávara de su democracia cristiana apuntada al euroescepticismo, logró un importante triunfo político en el Bundestag. Una mayoría propia, entre los suyos, a favor de ampliar el fondo de rescate europeo, que debiera hacer posible que Grecia continúe pagando sus deudas.


Nos esperan todavía días churchilianos de sudor y lágrimas. El fondo, ampliado a 440.000 millones, es insuficiente. Dos billones de euros serían el listón para que los mercados se lo piensen dos veces antes de ir a por Italia y España. Alemania advierte que no pondrá más dinero, se opone a convertir la UE en una unión de transferencias y rechaza los eurobonos. La agencia calificadora Standard & Poor’s amenaza con degradar el crédito del país. Aun a regañadientes, Alemania no tiene más remedio que defender el euro. Como ocurrió en 1914 y 1939, por otras razones y con otras consecuencias, Berlín vuelve a tener la llave. Esta vez para evitar un ciclón financiero capaz de arrastrar al continente y a todo el mundo a un agujero negro. Alemania impone su ritmo, el paso a paso: no existen soluciones mágicas, de una sola vez, para resolver la crisis europea. La respuesta no es regar con más dinero el problema. “No puedes luchar contra el fuego con más fuego”, dice el ministro de Hacienda alemán. Los países pecadores, culpables de endeudamiento, no pueden irse de rositas con una leve penitencia. The Economist recuerda esta semana que en alemán la palabra para deuda es schulden, derivada de schuld, que también significa culpa. La piedra trasatlántica lanzada desde EE UU por Obama contra los europeos, “culpables” de la crisis mundial, es indebida. Washington dista mucho de estar libre de pecado. La economía norteamericana se ha detenido; EE UU nos exportó la primera crisis; la irresponsabilidad fiscal del Congreso amenaza la recuperación; el primer país del mundo acumula una cantidad de deuda que supera a las europeas. Y el horizonte, hasta noviembre de 2012, es ya prisionero de una larguísima campaña electoral en la que lo urgente, la reelección de Obama, pasará por encima de lo importante.

 Alemania pasa a contribuir con 211.000 millones al fondo, 83.000 más que hasta ahora. Merkel se inclina por el futuro de Europa oponiéndose a un electorado escéptico, encendido por los tabloides de la prensa sensacionalista con la idea de la Europa buena: la trabajadora y austera, al norte del Rhin, que paga el despilfarro y la anarquía de los vagos del Sur. “Tenemos un interés nacional existencial en la estabilidad de Europa y el euro”, advirtió el portavoz cristianodemócrata en el debate en la Cámara baja. Un abatido Papandreu había volado a Berlín para suplicar por el rescate de Grecia: “Incluso Alemania depende de Europa, su mayor socio comercial, para su crecimiento y empleo”. Existencialismo germano doblado de egoísmo: la mayoría de sus exportaciones van a la eurozona; los bancos alemanes atesoran deuda soberana en euros. Y los derrochadores sureños han ayudado a mantener bajo el tipo de cambio del euro beneficiando las exportaciones alemanas al resto del mundo. Las élites alemanas, políticas y económicas, son mayoritariamente europeas; la gran industria también; la izquierda más radical, los neocomunistas de La Izquierda, votaron en contra; el rechazo europeo anida más en clases medias y bajas y en la pequeña empresa. El nacionalismo no es visto como la solución en Alemania, donde, a diferencia de Holanda, Austria o Finlandia, la extrema derecha xenófoba está a la baja.

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