Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) presentó el pasado 27 de octubre Nada del otro mundo (Seix Barral). Galardonado con el premio de la Crítica, con el Planeta y con el Nacional de Narrativa en dos ocasiones, entre otros premios, el autor de El jinete polaco (1991) cree que está por ver que "la experiencia sirva de algo en literatura", ya que "se han dado casos obvios de escritores que han empeorado". Él, "personalmente", se siente "aprendiendo en el arte de los relatos", que son "una especie de ‘aquí te pillo, aquí te mato’; tienen algo como de fotografía instantánea de la experiencia". Y eso de "vivir en el cuento durante unos días, mientras lo escribes, esa especie de arrebato, también es fantástico".
En esta antología reúne catorce cuentos escritos entre 1988 y 2011, de los cuales uno (Apuntes para un informe sobre la Brigada de la Realidad) se publicó en EL PAÍS en 1999 y otro, El miedo de los niños, último del volumen, es inédito. Cuando lo escribió, vivía "en un estado de excitación muy interesante (…) Ese cuento me tuvo una noche en vela, imaginando detalles", comenta el escritor al referirse a este relato "sobre la tradición oral y el modo en que las historias están en la imaginación de los niños". Y una historia breve que pertenece a "la tradición folclórica del desconocido que llega, el hombre del saco, el tío mantecón. Esos cuentos son una advertencia del peligro que corren los niños", señala.
El libro es una recolección de historias de terror, amor y muerte, que descubren a un Muñoz Molina "más humorístico y propenso a lo fantástico (…) sostener la fantasía durante el espacio de una novela es insoportable. No lo creo como lector. Pero en el cuento lo fantástico es como un chispazo, y en los de este libro surge a veces como una posibilidad, como un quiebro", comenta. Ese quiebro se da en el primer relato (que da título al libro), que con sus 85 páginas es casi una novela corta, excepcional como la mayoría de las narraciones de Muñoz Molina. "Este cuento es una especie de crónica un poco burlesca de una época, una parodia de la vida literaria y, de pronto, poco a poco, va convirtiéndose en otra cosa. Tiene algo de película de zombi", comenta. Un libro, en definitiva, con todos sus cuentos, que muestra su larga e intensa relación con un género que le hace sentirse "más tranquilo y desahogado".
Muñoz Molina comenzó a publicar cuentos en 1983 y diez años después reunió los escritos hasta entonces, casi siempre por encargo, en un libro con el mismo título que el que sale ahora. Ha reunido casi todos los suyos, una prueba de cuánto le gusta al escritor este género que, según el autor, es cada vez menos demandado. Convencido de que el relato es más propicio que la novela "para la tentativa o la aventura, la ironía o lo fantástico". El autor explicó su gusto por lo fantástico en la distancia corta: "Ni como lector, ni como espectador, me interesa lo fantástico, desconecto; sin embargo me interesa mucho lo fantástico como atisbo o como golpe en el relato. En un contexto naturalista, me gusta introducir un quiebro de misterio". Desde el cuento, añadió, le resulta más cómodo acercarse al presente. "Siempre me apetece escribir más sobre mi época. Tengo sed de contemporaneidad".
"El cuento es una máquina que tú ves. Es como la maqueta de un edificio racionalista. Se ve todo el proceso de la construcción narrativa, pero de una manera sintética". Para Muñoz Molina, el cuento (tocado de más misterios y fantasías que la novela) se rige por el mismo pulso que la poesía y eso lo convierte en impredecible. "Siempre recuerdo el momento, o el proceso, en el que surgió cada uno de ellos, como el último, que llegó repentinamente, por equivocación, en una noche de insomnio. Yo había empezado a escribir otro pero se hacía cada vez más y más largo. Tuve que dejarlo. Hasta que una noche surgió El miedo de los niños, lleno de ciertas sensaciones de la infancia, de pequeños detalles".
Una fuerza emocional que, según el escritor, empuja a los grandes relatos que él admira, como El nadador, de Cheever, o Un día perfecto para el pez plátano, de Salinger: "En los grandes cuentos parece que no pasa nada pero siempre pasa algo decisivo". El autor confesó que al reencontrarse con sus textos de hace 30 años ha vencido la tentación de corregirse. "¿Pero hasta qué punto puede corregirse el pasado. La energía hay que concentrarla en lo nuevo. Yo no volvería a escribir un cuento de entonces, entre otras cosas porque ya no soy el mismo. Pero he aprendido a convivir con esa mirada angustiada al escritor que fui".
Una fuerza emocional que, según el escritor, empuja a los grandes relatos que él admira, como El nadador, de Cheever, o Un día perfecto para el pez plátano, de Salinger: "En los grandes cuentos parece que no pasa nada pero siempre pasa algo decisivo". El autor confesó que al reencontrarse con sus textos de hace 30 años ha vencido la tentación de corregirse. "¿Pero hasta qué punto puede corregirse el pasado. La energía hay que concentrarla en lo nuevo. Yo no volvería a escribir un cuento de entonces, entre otras cosas porque ya no soy el mismo. Pero he aprendido a convivir con esa mirada angustiada al escritor que fui".
Para el autor de Sefarad (2001), "el cuento necesita un espacio que acaba siendo el del libro pero que no empieza en el libro. En un ecosistema literario saludable, las revistas y los periódicos eran ese lugar de nacimiento". En ese sentido, apunta hacia el clásico ejemplo para cualquier amante de la lectura: The New Yorker, la revista semanal que desde 1925 se mantiene fiel a si misma y a sus principios publicando un relato de ficción y en cuyas páginas han crecido algunos de los mejores escritores del siglo XX. "Pero tristemente los medios españoles no son hospitalarios con el cuento". Crítico con una información que mira con "abatimiento y desdén" la cultura ("y yo tengo mucho respeto por la inteligencia de los lectores"), añadió. "Hoy hay más literatura en un vagón de metro que en un suplemento cultural".
Este académico de la Lengua creía que seguiría concibiendo muchas más historias breves, pero no fue así. Para el escritor, el cuento no pasa por su mejor momento, al menos en España, algo que para él tiene relación directa con los periódicos. Los medios de comunicación "han perdido ese hábito maravilloso de pedirle cuentos a los autores" y han ido relegando el espacio del cuento al del microrrelato, sobre todo en verano. "Los periódicos españoles han decidido dejar de serlo, para convertirse en puestos de chucherías", escribe en el epílogo de Nada del otro mundo, en el que reconoce que para ser un genio de lo breve hay que ser Monterroso: "Lo más que quieren son microrrelatos y me niego porque, para hacerlos bien, tienes que ser Augusto Monterroso. (…) Los directivos de los periódicos españoles viven con la extraña convicción de que el mejor público posible son las personas a las que no les gusta leer, lo cual es casi como que los bodegueros enfocaran sus vinos a seducir a los abstemios. Los medios de comunicación "han dejado también de publicar crítica de música clásica", aunque las salas de conciertos "están llenas", añade Muñoz Molina. "Nunca ha habido más público que ahora en las grandes exposiciones, y uno va en el metro y la gente va leyendo literatura. Entonces, ¿por qué este desprecio, este recelo hacia la literatura, la música o las artes en el sentido más noble?", se pregunta. "¿Para quiénes están trabajando los periódicos? Creo que para los fantasmas que tienen en la cabeza", subraya el escritor.
Antonio Muñoz Molina viajó hace unos días a Holanda para presentar la traducción de La noche de los tiempos (2009), que transcurre en parte en los comienzos de la Guerra Civil y que ha salido también en alemán y se publicará en francés, inglés, italiano y polaco. De momento, dice que no tiene ninguna novela entre manos: "Jacques Brel tuvo el talento de saber cuándo tenía que dejar de escribir canciones". ¿Será un aviso?
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Enlace: En los reinos del cuento: una cronología personal. 'Antonio Muñoz Molina repasa su vida como lector de relatos'. (El País, 26 de octubre de 2011)
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