El presente trabajo analiza la filosofía de de Unamuno, a raíz del cambio que supone su obra Diario Íntimo, que es el texto donde se refleja la crisis de 1897. Unamuno deja atrás su filosofía primera, formulada en la “razón científica” de la modernidad; y se convierte en una filosofía que se delimita a un lado de la “ciencia” y al otro de la “literatura”. En esta nueva filosofía, la autobiografía viene al primer plano y la escritura cobra especial relevancia cuando se utiliza por Unamuno para construir su destino como “autoliterario”, que, a propósito de “figuras literarias”, idea de su propia identidad. En este marco, el Diario Íntimo, Nicodemo el Fariseo y algunas cartas se analizan con el objetivo de establecer las diferencias textuales entre diario, carta y conferencia.
Utilizaremos aquí la edición de Diario íntimo, de Miguel de Unamuno, publicada por Alianza Editorial, Biblioteca Unamuno, de 1998.
1. Crisis y cambio de rumbo
La crisis unamuniana de 1897, que ha quedado fijada en su Diario Intimo, tematiza muy bien la salida de su filosofía primera y el primer esbozo de lo que va a ser la filosofía de Unamuno hasta el final de su vida: una lucha desesperada por construir la propia identidad. Esa lucha desesperada por construir la propia identidad, por darse su destino en la historia (vocación) la va a realizar Unamuno por mediación de la escritura.
Desde su llegada a Salamanca como catedrático de griego Unamuno va consolidando su vocación de escritor en el escenario público de la vida nacional, logrando a los pocos años de su llegada a Salamanca, hacerse un nombre propio y conseguir un puesto destacado como autor de libros y artículos, abandonando los pseudónimos con los que había empezado firmando muchas de sus colaboraciones. Pero precisamente en ese momento en el que ha logrado el reconocimiento de su nombre propio, se le plantea a Unamuno la pregunta que le va a acompañar a lo largo de toda su existencia: ¿quién soy yo? ¿El que se encuentra consigo mismo en la soledad de la propia intimidad?; ¿o el que se fragmenta y dispersa en la pluralidad de escritos que quedan repartidos en la prensa nacional e internacional? ¿Quién soy yo?, se pregunta Unamuno. ¿Un yo sustantivo que aspira a permanecer eterno; o una pluralidad de fragmentos esparcidos por todos los rincones del espacio público?
En su primera filosofía de los años de aprendizaje en Bilbao Unamuno se preocupaba por construir “sistemas de filosofía” o “sistemas políticos” (socialismo) y olvidaba en cierta manera al hombre concreto que aspira a permanecer, a sobrevivir. En su primera filosofía de sistema el hombre concreto aparecía como una especie de marioneta y el mundo como una especie de teatro. Contra eso es contra lo que se rebela el Unamuno del Diario Intimo y a partir de esa su gran rebelión va a emprender la aventura de construirse una leyenda, una identidad. Y para ello lo importante no es el recuerdo, sino el ideal. Un ideal que tiene que darse a sí mismo como Don Quijote y que será la estrella que le guíe por este mundo desencantado de fin de siglo del que parecen haberse retirado los dioses; y que trae consigo una profunda crisis del sujeto moderno de la filosofía, que es la que Unamuno tematiza en su Diario Intimo de 1897.
2. El Diario Íntimo
El 9 de abril de 1897, Viernes de Dolores en aquel año, Unamuno se retira a Alcalá de Henares en el Oratorio de San Felipe Neri e inicia una serie de “Meditaciones” que son las que van a configurar el Diario... que está integrado por cuatro cuadernillos y se extiende del 9 de abril de 1897 al 28 de mayo del mismo año. Redondeando las cifras podemos decir que dos meses continuados de meditación, en la que Unamuno somete a prueba su primera filosofía y con ella la filosofía moderna. Según Cirilo Flórez en él Unamuno “somete a prueba su primera filosofía y con ella la filosofía moderna” (1998). Es también el producto de la llamada “crisis unamuniana”, que consistió no sólo en un estado de criticidad frente al pensamiento moderno, sino en una asunción muy personal del autor ante su propia biografía.
Y frente a una crisis, que en principio era personal, nada más adecuado que una escritura de la intimidad: el diario, que permite al autor prácticamente desnudarse, dejarse llevar por una escritura “anotacional”, que se alimenta de lo fragmentario. Pero, ¿significa eso que esta obra de Unamuno es un simple testimonio egótico? No, porque más que un testigo de su existencia, el diario es un exponente de un pensamiento originario; es decir, de un pensamiento que se nos hace presente en el mismo momento en que éste se está pensando.
Y allí la escritura en forma de diario se contamina del tono ensayístico. Por ello, nos situamos frente a un texto reflexivo, donde lo íntimo no va a ser óbice para que se despliegue la subjetividad unamuniana. De modo que el Diario íntimo convoca el tono reflexivo del ensayo y el tono íntimo del diario para producir un pensamiento que va creciendo ante nosotros sin ningún control de la razón escritural. Por ello no sería fácil catalogar este diario de Unamuno como meramente biográfico.
La contraposición unamuniana entre “razón” y “verdad”, “dogma” y “misterio”, “pensar” y “meditar” podemos entenderla como la contraposición entre la primera filosofía unamuniana entendida como filosofía científica, filosofía de sistema; y la nueva filosofía del hombre concreto. La primera se hace pensando, la segunda meditando.
Esta distinción de Unamuno es similar a la que más tarde hará Heidegger en El origen de la obra de arte; y podemos interpretarla como la heideggeriana como una crítica de la “imagen moderna del mundo” centrada en la representación; y la propuesta de una imagen alternativa del mundo centrada en la creación, que es la que va a cristalizar en el paradigma de Don Quijote entendido como voluntad creadora del propio ideal, que ya no es el ideal de la modernidad: el racionalismo que aboca al fenomenismo y concluye en nihilismo.
El nuevo ideal unamuniano es el de una fe creadora, que acabará interpretando tragicómicamente inspirándose en Kierkegaard. El modelo tragicómico del ideal unamuniano es Don Quijote, que según Unamuno nunca debe ser interpretado cómicamente. Don Quijote no es ningún bufón, sino la ejemplificación de una voluntad creadora, que es la esencia de la nueva filosofía de Unamuno. Kierkegaard ha caracterizado muy bien la tragicomedia que Unamuno encarnará en Don Quijote. “Existir es un esfuerzo, y es tanto patético como cómico; patético porque el esfuerzo es infinito, es decir, dirigido hacia el infinito porque es la realización del infinito, lo que significa el más alto pathos; cómico, porque el esfuerzo es una contradicción interna.” (1) Contradicción que se manifiesta en que teniendo el infinito en sí mismo, el existente está situado en el devenir; de manera que podemos decir de él lo que Platón decía del amor: que es hijo de Penia y de Poros. Ahí está la esencia tragicómica de la existencia del hombre moderno tan bien representada por Don Quijote; y tematizada por Unamuno en su filosofía.
La crisis unamuniana de 1897 pudo haberse generado por una agudización de las contradicciones existenciales que tuvo que afrontar el pensador español con la razón positivista, en la que se formó. Sus ensayos anteriores se obsedían por urdir un pensamiento del “ser español” (ejemplo: En Torno al Casticismo). En ellos el pensador “se pensaba” a partir de un sentimiento gregario, colectivo. La ciencia era una verdad inobjetable, pero falible. Y él era un hombre de ciencia, forjado y formado en los escenarios académicos más connotados de España. La ruptura con lo establecido pudo haber surgido tal vez del “choque entre el horizonte positivista en que el que había abierto los ojos con el vitalismo filosófico irracionalista finisecular”, según Manuel Pérez López (1998). Pero también pudo surgir de razones personales, poco intelectual, que le hicieron enfrentarse al mundo como un “ser de carne y hueso”.
En síntesis, podríamos señalar que la obra en cuestión se ubica en un pensamiento transdisciplinario, donde lo íntimo y lo reflexivo nadan en un mar filosófico de amplios horizontes. Ese pensamiento transdisciplinario se sitúa en una zona donde el saber es fronterizo; es decir, cercano e implicado en una búsqueda de lo cósmico, lugar en el que confluyen las ideas sobre la razón y sobre Dios.
3. Consecuencias gnoseológicas de la crisis de 1897
Al contrario que en Goya, en esta crisis, la preeminencia de la razón produce monstruos en Unamuno. Pesadillas surgidas de la impotencia que se tiene para negarla. La verdad es la verdad puesta en la escena de la realidad. Existe como un fantasma verídico, que con su facticidad borra las zonas de la irracionalidad, tan cara al ser humano. Nos dice:
Para la razón no hay más realidad que la apariencia. Pero pide á voces, como necesidad mental, algo sólido y permanente, algún sujeto de las apariencias, porque se siente a sí misma, se es, no meramente se conoce.
Esa necesidad de lo “sólido y permanente” es calificada por Unamuno como una apuesta por la nada. O lo que es lo mismo por un nihilismo, donde el hombre sólo obtendría desolación. Estamos en una concepción aparentemente contradictoria: una crítica a una especie de metafísica de lo material. Porque para Unamuno la verdad es más que realidad. Ubicándose en la tradición kantiana, considera que como polo de una compleja dialéctica está la voluntad. La verdad es también el deseo de libertad, de sobreponerse a la dictadura de lo real, para trascender al cuerpo con el que somos investidos.
Tenemos, entonces, que la razón es una llave necesaria en la dialéctica de la vida. Es el polo no opuesto, sino contradictorio de la fe. En su estilo metafórico, ubica al infierno como un don necesario, para apreciar responsablemente la fe:
Por el infierno empecé a revelarme contra la fe; lo primero que deseché de mí fue la fe en el infierno, como un absurdo inmoral.
Mi terror ha sido el aniquilamiento, la anulación, la nada más allá de la tumba. ¿Para qué más infierno, me decía? Y esa idea me atormentaba. En el infierno- me decía- se sufre, pero se vive, y el caso es vivir, ser; aunque sea sufriendo.
Y ese temor á a la nada es un temor pagano. Dame, Dios mío, fe en el infierno. ¿Le hay? Si llego á creer en él, es que le hay.
La fe no existe sin la razón, la realidad sin el enigma. En el positivismo parece Unamuno haber aprendido la necesidad de partir del fenómeno como punto de inicio de la existencia. Por eso es partidario de “Vivir, vivir de veras, vivir espontáneamente, sin segunda intención, vivir para morir y seguir viviendo... En Del sentimiento trágico de la vida, desarrollará la idea del sufrir como constancia vital de la existencia. Adelantándose a Cioran, dirá que el cuerpo insano, sufriente, es el testimonio más fehaciente de que existimos. Y ese realismo testimoniado por el cuerpo es el pivote más importante de la dialéctica de la razón y la fe.
La verdad es una instancia problemática, puesto que no es suficiente el acceso a lo real para acceder a ella. Unamuno acusa al racionalismo de buscar la verdad en la razón y no en la fe. Esa fe tiene un gran apoyo en la idea kantiana de la voluntad. Y esencialmente en el libre albedrío, que él rescata del cristianismo. Este es “... una verdad; querer razonarlo es destruirlo”.
Razón y voluntad se erigen también en una yunta dialéctica necesaria para ese encuentro con la verdad. En efecto, la razón y su alimento realista existen como un paso insalvable. La ley de la realidad se desarrolla con su deseo entronizarse como verdad. Pero para Unamuno “... por debajo hay el libre albedrío, que nos hace sentirnos culpables y nos levanta sobre el tiempo”.
Y es allí donde se centra el fundamento del pensamiento unamuniano; en la verdad que debe hallarse en la libertad. Ésa que surge de la conciencia de finitud que tiene el hombre, que lo impulsa “hacia Dios”, no como resignación sino como potencia que le hace sentir “sed de infinito”. El hombre como obra de Dios no puede escapar de sí mismo. Siempre vuelve a sí mismo. “¿A dónde irá que no se encuentre consigo?” Nos conseguimos aquí con la singular subjetividad de Unamuno. Una singularidad que no se inclina por el individualismo, sino que apuesta por la voluntad de ser libre, de buscarse en Dios para hallar su potencialidad de trascendencia. Por eso: “Más que creer, quiero creer”. En ese “querer” reside el poder de la fe.
La crítica más acerba de Unamuno va dirigida no contra la razón, sino contra el racionalismo, que según él ha escindido al hombre en su interioridad y exterioridad. En tal sentido, dice:
El hombre ideal del racionalismo es el hombre autómata, perfectamente adaptado al ambiente. Todos sus actos son reflejos, y como no hay roce alguno entre el proceso interior suyo, psíquico, y el proceso exterior o cósmico, no hay conciencia.
La falta de conciencia es el impedimento para el ejercicio de la libertad. Porque sin ella la voluntad se anula y la exterioridad se erige en el impedimento del libre albedrío. La naturaleza situada fuera es una cárcel. Por eso, abrazando ideas de Spinoza, Unamuno la interioriza, la ve como la vieron los místicos: como una obra de Dios. Y como Dios está en el hombre, en su intimidad, alentando su libre albedrío, aquél no es más que conciencia.
Este texto de Unamuno revela una reevaluación de su religiosidad. El blanco de su crítica es el catolicismo, mas no el cristianismo. Es, precisamente, este diario, el que descubre al Unamuno religioso en su más radical acepción. Confiesa su paso por el ateísmo: “He llegado hasta el ateísmo, hasta imaginar un mundo sin Dios...” Pero prontamente acepta que para él es imposible la vida sin Dios. Esta idea de lo divino siempre viene en compañía de su idea de la muerte. “Llegué a persuadirme de que muerto yo se acaba el mundo”, nos dice. Pero afirma que hay que aprender a “vivir en Dios... porque Dios es inmortal”. En un viraje inusitado trueca sus viejos preceptos marxistas. Habla de una comunidad de dios. De un “santo comunismo”, que permite que todos participen de “un mismo Dios; el comulgar en espíritu”. Y en solidaridad con un autor bastante citado en el Diario, llega a decir con S. Felipe Neri: “El verdadero siervo de Dios no conoce más patria que el cielo”.
Pero esa “patria cielo” no es un espacio distante del terrenal, porque reestablecería la escisión cuerpo-alma, entronizada por el Positivismo. Por eso su simpatía con Cristo, a quien lo considera la encarnación más discernible de Dios. Por él, a través de él, la figura divina hace patente su existencia. Ideas que conseguiremos más explícitas en obras como Del sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo.
El sentimiento de religiosidad es asunto capital para el Unamuno de este Diario. El aboga por una Iglesia bien libre, donde se consagre el libre albedrío como acción fundamental. Por ello dice: “Hay que buscar la libertad dentro de la Iglesia, en su seno”. La religión no es la institución, sino el sitio de la comunión, donde Dios posibilita la unidad. “En la religión se unifican la ciencia, la poesía y la acción”.
Es interesante el valor que Unamuno otorga al término “humilde”. Ronda detrás la idea del hombre simple, vinculado sin prejuicios a la naturaleza. El hombre caído en el pecado original, muy consciente de que sus límites es lo que potencia su humanidad. La razón se le otorgó en virtud de sus carencias. Pero esclavizarse a ella es ejercitar la soberbia, sobredimensionar sus perspectivas, que en el final del camino lo llevará a encontrarse con el vacío, con la nada, a la que tanto teme el filósofo español. Por ello humillar la razón es el primer paso para ser hombre, para conseguirse como “un mono desnudo”, con el espacio de su subjetividad en primer plano.
4. De la Filosofía Primera a la Filosofía Madura
¿Cómo lleva a cabo Unamuno el paso de su primera filosofía a la nueva filosofía que cristalizará en su filosofía madura? A través de un proceso de conversión del hombre viejo (intelectualismo racionalista de la modernidad) en el hombre nuevo de la fe. Pero no una fe dogmática, sino una fe escéptica en el sentido etimológico de la palabra escepticismo; es decir, una fe buscadora o investigadora constante de la verdad al estilo de la figura de Nicodemo; que es la figura que desde un punto de vista filosófico-literario sintetiza en un ensayo la crisis de 1897, que venimos leyendo como una crisis de identidad.
¿Quién soy yo? Ese yo que el mundo me ha dado perecerá al consumirse las mentes en que vive, apenas quedaría de él más que un nombre. ¿Cómo viviendo con ese yo, no iba a temblar ante la nada? Pero el yo mío, el que tú sacaste de la nada vivirá en Ti. Se extrañarán del cambio, sin observar que no hay tal cambio ni de frente, ni de costado. Lo que hay es que el Miguel que ellos conocían, el del escenario, ha muerto y al morir ha dado libertad al Miguel real y eterno, al que ahogaba y oprimía y eso que esa es la fuente de todo lo bueno del muerto. (2)
La meditación unamuniana del Diario Intimo abandona el espacio de la razón moderna en el que se había situado la primera filosofía de Unamuno y se orienta hacia el espacio del espíritu a la búsqueda de algo más sólido que el fenomenismo de la razón.
Y nuestra mente, ¿Qué es más que un fenómeno, una apariencia? Para la razón no hay más realidad que la apariencia. Pero pide a voces, como necesidad mental, algo sólido y permanente, algún sujeto de las apariencias, porque se siente a sí misma, se es, no meramente se conoce. (3)
Y ese ser que siente serse en la experiencia inmediata de su ser busca su identidad autobiográficamente dándose un principio de unidad en el espacio y de continuidad en el tiempo y construyendo lingüísticamente la novela de su vida, su propia leyenda. El verdadero punto de partida de la filosofía para Unamuno es la experiencia inmediata del ser y no la del conocimiento:
“Conócete a ti mismo”, decía la inscripción, y Carlyle dice: “¡No, eres inconocible, conoce tu obra y llévala a cabo!” Y ¿cuál es mi obra? Hay algo más que conocerse (o llevar a cabo su obra) y que amarse y es, serse. Séte a ti mismo, sé tú mismo y como eres nada, sé nada y déjate perder en manos del Señor. (4)
Pues bien, una de las tareas fundamentales de Unamuno es precisamente la de construir su “ser”, su realidad personal dándose un destino en la historia; cosa que Unamuno hace configurándose a sí mismo como escritor. Una tarea, la de escritor, que no hay que entender conforme al paradigma de la producción, sino al de la creación representado por la figura de Don Quijote.
5. Teoría del Sujeto y Teoría del Autor
A partir del planteamiento kantiano se ha modificado profundamente la idea de sujeto. Ha desparecido de los textos científicos que, como sistemas de proposiciones, excluyen dicha idea y resaltan la fuerza explicativa del sistema, que es quien da validez a dichos textos. En paralelo con su desaparición de los textos científicos esa idea ha quedado dispersa y oculta en los otros textos: morales, políticos, religiosos, literarios, etc.; lo cual obliga a los intérpretes a cuestionarse el tema de la subjetividad constituida tal como se entendía en la modernidad, y pasa a ser una subjetividad problemática, que tiene que ser reconstruida a partir de una pluralidad de fragmentos. Esta problemática de la subjetividad fragmentada y de la necesidad de reconstruir su unidad es lo que va a hacer que desde comienzos del siglo XIX el tema de la autobiografía adquiera una relevancia especial; y eso es precisamente lo que se refleja en la filosofía madura de Unamuno, cuya iniciación podemos situar a partir del Diario Intimo.
El Diario Intimo es la ruptura con la idea de sujeto universal, ya sea éste la Voluntad, lo Inconocible o la especie humana (humanidad); y la búsqueda de un sujeto concreto dotado de pasión y por tanto de intereses. Esa búsqueda la va a sintetizar Unamuno en tres figuras que marcan el proceso de maduración de su filosofía: en la figura de Nicodemo como el creyente escéptico; en la figura del doctor Montarco como el escritor; y en la figura de Don Quijote como la ejemplificación perfecta de lo tragicómico de la existencia humana. Analicemos en primer lugar la primera de las figuras en la cual Unamuno sintetiza la experiencia de la crisis que se refleja en el Diario Intimo.
6. La Figura de Nicodemo
Al fijar nuestra atención en la figura de Nicodemo vamos a analizar el relato titulado Nicodemo el Fariseo, que Unamuno escribe a raíz de la crisis y que pronuncia como conferencia en el Ateneo de Madrid el año 1899. La primera observación que cabe hacer ante la conferencia es acerca del carácter público de la misma, aspecto que tiene su importancia por lo siguiente.
Podemos distinguir tres espacios en los que Unamuno construye su subjetividad: el espacio de la intimidad del Diario Intimo, el espacio de la privacidad de sus Cartas y el espacio público de la conferencia: “Nicodemo el Fariseo”. El elemento común a cada uno de esos espacios es el de la intersubjetividad. En la intimidad se confiesa ante Dios, en la privacidad ante el amigo y en la publicidad ante el grupo. En cada uno de estos espacios el receptor de su confesión se diferencia por el grado de intimidad o anonimidad que le caracteriza. La máxima intimidad sería la de Dios, la intermedia la del amigo y el público estaría caracterizada por una anonimidad general. Pero en los tres casos Unamuno intenta decir quien es él sirviéndose siempre de la escritura. Su práctica común en los tres casos es la escritura autobiográfica del yo.
La diferencia de esos tres espacios expresa muy bien la diferencia entre tres géneros de escritura autobiográfica: el diario, la carta y el relato. Como género de escritura el diario y la carta están centrados en el presente, en el día a día y desconocen los límites; son fragmentos de vida que la escritura deja fijados. Ellos no son “obras” como el relato; y por eso no tienen un carácter acabado, sino abierto. Esto les confiere una libertad de la que carece el relato. La diferencia entre el diario y la carta es la relación con el otro por un lado; y el modo de escritura por otro. El diario, en el caso de Unamuno es una meditación, que podemos caracterizar como un trabajo constante de introspección a la búsqueda del yo que se encuentra en lo más profundo de su intimidad. La carta, en cambio, no es una meditación, sino un relato abierto contado a un “otro”, en este caso un amigo, del que espera una respuesta que pueda ayudarle a solucionar la situación existencial en la que se encuentra. (5)
Si ahora comparamos la carta y el relato vemos que ambos son relatos; pero mientras que la carta es un relato abierto que espera una respuesta; el relato es un relato cerrado, cuyos efectos en su interlocutor Unamuno renuncia a conocer.
… y siembro sin volver hacia atrás los ojos, no sea que me pase lo que a la mujer de Lot; siembro mi grano mirando siempre al porvenir, que es el único reino de libertad, y dejo a la tierra que lo fecunde, y al aire, al agua y al sol que lo fomenten. ¡Ah! ¡Si en vez de inquietarnos por el sembrado grano siguiéramos sembrándolo! (6)
Y comparando el relato literario con el diario vemos que el diario es un trabajo de introspección centrado en el yo; mientras que el objetivo del relato literario no es la introspección del yo; sino la exhibición del propio yo ante un “otro”, el público, que desconoce las experiencias profundas de ese yo y puede sentirse profundamente sorprendido por el relato de las mismas.
Sé que es mucho pediros, sé que viene cada cual con sus propios cuidados y preocupaciones, pensando acaso en la cita próxima, en el amigo que le espera, en el negocio que entre manos trae, muchos por pura curiosidad, como atenienses, no sé cuántos dispuestos a oír cosas que, por lo general, cansan o molestan. Lo que vais a oír nada tiene de ameno. (7)
La conferencia 1899 es un relato en el que Unamuno habla de sí mismo a través de la figura de Nicodemo, que podemos interpretar como una ficción del Unamuno de la última década del siglo XIX; de modo similar a como la figura de Eugenio Rodero ficciona el abandono de la fe del Unamuno estudiante de filosofía y opositor. (8) Nicodemo estaría ficcionando la peculiar vuelta a la fe de Unamuno como consecuencia de sus primeros años en Salamanca en los que va a consolidar su vocación de escritor. Esto se ve muy bien en la primera página de Nicodemo el fariseo en la que escribe que los dos tipos de problemas que preocupan fundamentalmente a su espíritu son los económicos y los religiosos. A su llegada a Salamanca Unamuno se ha afiliado al partido socialista y ha llevado una intensa “campaña política” a través de sus escritos en La lucha de clases. La crisis del 97 supone un giro de los problemas económicos a los religiosos, de la preocupación por la humanidad a la preocupación por el individuo concreto Miguel de Unamuno. Y en este giro va implícita también la preocupación por la finalidad del Universo todo, que en definitiva es el verdadero enigma de la Esfinge, que Unamuno intentará resolver en su filosofía madura.
En esta conferencia Unamuno mostrará a sus oyentes el alma desnuda de Nicodemo el fariseo y lo va a hacer sirviéndose del género literario de la confesión, que es una de las formas clásicas que ha adoptado la autobiografía desde los tiempos de San Agustín.
La lucha de Nicodemo, que es la lucha de Unamuno en ese momento de su existencia, es la lucha entre el “hombre íntimo” y el “hombre público”, exterior. Esta lucha entre el hombre interior y el exterior va a intentar resolverla Unamuno confrontando el tiempo y la eternidad para ver si es posible salvar la acción disolvente del tiempo, arraigando a éste en un presente eterno que haga de “sustancia y raíz de la permanencia de lo fugitivo”. Pero este planteamiento le conduce necesariamente a Dios y le obliga a replantearse su autobiografía distinguiendo entre el “hombre carnal” y el “hombre espiritual”. El primero puede que progrese, pero acaba diluyéndose en el tiempo; el segundo es el que crece arraigado en la eternidad del ser. ¿Cómo entiende Unamuno esa eternidad del ser frente a la fugacidad del tiempo?
Aquí Unamuno se sirve de una idea que podemos calificar de hegeliana; y es la idea del espíritu, que en el momento de nacer es depositada en la matriz del mundo, iniciando entonces su crecimiento. Un crecimiento hacia afuera en una serie de capas que se van formando por asimilación del mundo; y otro hacia adentro, hacia las raíces que arraigan en la sustancia del ser, que en este momento Unamuno interpreta como Dios, que habita en nuestra interioridad.
Las capas exteriores pueden ahogar al hombre interior que arraiga en la eternidad del ser y pueden llegar hasta matarle, como le ocurrió a Jesús con los judíos. ¿Pero podrá resucitar ese hombre interior como también le ocurrió a Jesús? He aquí la pregunta que Unamuno nos deja en el aire y a la que va a ir buscando respuesta en sus escritos posteriores a este pequeño ensayo, que abre su camino hacia la madurez de su filosofía; y del que quiero destacar una doble imagen: la del desierto que ejemplifica la vida humana como éxodo y la de la cruz que ejemplifica la vida humana como agonía. Ambas imágenes sintetizan perfectamente la concepción unamuniana de la historia, que nuestro escritor nos irá desvelando en sus escritos hasta el final de su vida. ¿Cómo va a pensar Unamuno la historia a partir del Diario íntimo?
A partir de la crisis del Diario íntimo Unamuno va a ir consolidando su vocación literaria como escritor a la búsqueda de que la literatura pueda decirle y descubrirle lo que sus primeros “sistemas” filosóficos y políticos no han podido: ¿Quién soy yo? ¿Cual es mi destino?
Pero esta pregunta acerca de su mismidad no es respondida por Unamuno a partir del Diario íntimo a través de un trabajo de introspección (meditación), sino a través del trabajo de figuración de la escritura (construcción narrativa de figuras). Estas no muestran el yo íntimo de Unamuno, cosa que no pueden hacer porque el yo íntimo nunca se puede mostrar, sino que dicen narrativamente cómo se siente el yo: se siente Nicodemo, se siente Montarco, se siente Don Quijote y como tal se relata a su público. En dicho relato hay que distinguir bien entre el sujeto de la narración (Unamuno como escritor) y el alma que se escribe a través de una figura, en nuestro caso la figura de Nicodemo, que no es el yo íntimo de Unamuno, sino una de sus posibles figuraciones. Y como éstas pueden ser muchas, para la comprensión del autor-escritor a través de sus figuras es necesario establecer un pacto de lectura: aceptar los escenarios que el escritor ha decidido construir para presentar su intimidad; escenarios que pueden ser religiosos, como en el relato de Nicodemo; o profesionales, como el relato del Doctor Montarco; o literarios, como en los relatos sobre Don Quijote. La intimidad que Unamuno fijaba meditativamente en su Diario íntimo, lucha por hacerse pública a través de la máscara de Nicodemo sirviéndose de la escritura como actividad creadora.
El escritor Unamuno, como sujeto narrador, va a practicar una filosofía que tiene su núcleo en el lenguaje y que tiene como teoría fundamental de la misma una teoría del espíritu entendida en sentido hegeliano. El espíritu es una semilla depositada en el momento del nacimiento, que cada individuo tiene que cultivar construyendo la propia identidad, el destino propio que cada uno de nosotros tenemos que darnos en la vida: ese tiempo que discurre entre el nacimiento y la muerte. La tarea de la filosofía es la de ir constituyendo ese espíritu en el proceso constante de relación con las cosas y con los hombres, creando obras buenas, que son las que darán consistencia al espíritu, que es la lucha constante por arraigar en el presente eterno. Esa es, precisamente, la tarea autobiográfica de la filosofía de Unamuno como escritor: la de ir insertando su “sí mismo” en el fluir de su bios; y el esperar que ese “sí mismo” dure eternamente.
NOTAS
(1) Kierkegaard, S.: Postscriptum, Gallimard, Paris, 1949, 60-61.
(2) Unamuno, M.: Obras Completas, Escelicer, T. VIII, Madrid, 1966, p. 822.
(3) Ibidem, 795.
(4) Ibidem, 871.
(5) Unamuno, M.: Cartas Intimas. Epistolario entre Miguel de Unamuno y los hermanos Gutiérrez Abascal. Recopilación, introducción y notas J. González de Durana, Eguzki Argitaldaria, Bilbao, 1986. En la pag. 66 escribe Unamuno: “Tengo hábitos de escritor, a tal punto que apenas distingo cuando escribo a un amigo y cuando al público, y así creo que en mis cartas hay algo de público (cuando no paso a ellas notas de mi diario) y en mis escritos públicos a las veces algo de intimidad epistolar.”
(6) Ibidem, 368.
(7) Ibidem, 370.
(8) Unamuno, M.: Nuevo mundo. De. de L. Robles, Trotta, Madrid, 1994
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