Estrenamos un nuevo año y quizá también un año nuevo, al menos un año poco visto en los últimos tiempos. Porque hay años que se repiten, como hay días repetidos, en los que la vida sabe prácticamente igual. Y estos últimos años han sido todos casi iguales en la vida de nuestro país: años inhóspitos que nos han convertido en un país inhóspito. Cuesta creerlo, hace menos de una década España aparecía en las encuestas como uno de los mejores lugares del mundo para vivir.
Los tres años que llevamos de legislatura son una repetición del mismo día. Durante tres años, por decisión del pueblo soberano, la vida parlamentaria ha sido la repetición del 20 de noviembre de 2011. Desde entonces, la mayoría que sostiene al gobierno en el Congreso solo ha perdido una votación y eso porque el responsable de indicar el sentido del voto se equivocó. Claro que no cabe escandalizarse por eso, porque es precisamente de lo que se trata cuando te dan una mayoría absoluta, “de que no tengas que someterte a presiones y componendas, de que hagas lo que hay que hacer”. “¿Sin escuchar a nadie?”, cabría preguntar. Y la respuesta políticamente correcta sería: “no, por supuesto, escuchando a todo el mundo pero haciendo lo que más convenga al país”. En la práctica, a tenor de las pocas enmiendas que el grupo mayoritario ha aceptado, no parece que nadie los haya persuadido de hacer nada distinto de lo que ellos han decidido en cada momento. Al final, como siempre suele suceder, la estabilidad que promete la mayoría absoluta, consiste en llevar a la política a un coma inducido.
Con el fuego real la cosa cambia. Y eso es lo nuevo que trae el nuevo año, que vuelve la política. Que los resultados de todas las votaciones se vuelven a presentar inciertos, y que el botón que se le pone al florete para la esgrima de salón de las tertulias será sustituido por la punta afilada de las consecuencias de lo que se dice y de lo que se hace. Porque la votación pone filo a las palabras. Así que con el 2015 vuelve la política y, con ella, la incertidumbre y la esperanza.
Sin el poder real que significa que el resultado de una votación tenga un cierto margen de incertidumbre, el Parlamento se ha quedado durante estos tres años, por decisión democrática de la ciudadanía, para legitimar las decisiones del gobierno y como cámara de resonancia del sentir de la calle. Sin duda con mucha más legitimidad representativa que una tertulia mediática, pero con bastante menos poder. Como bien han demostrado los líderes de Podemos. Mediatizada por los medios de comunicación, esa función del Parlamento de transmitir la voz de la gente ha sido en gran medida expropiada por esos mismos medios. Y de igual modo que algunos expertos en economía o tecnología tratan de sustituir a los representantes democráticamente elegidos, también lo hacen algunos expertos en comunicación. Todos ellos con notable éxito mientras su actuación se limita a un simulacro de la política. Porque cuando necesitas el voto de tu contrincante de tertulia le gritas menos y le dices menos cosas.
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