15 marzo 2015

Zygmunt Bauman, 'Sobre la educación en un mundo líquido'

La intención de este artículo no es describir algo nuevo, si entendemos por nuevo lo que acaba de ocurrir. Quiero traer aquí un concepto del que seguramente muchos han oído o leído, pero que es plenamente actual. El motivo que me hace escribir, pues, no es sorprender, sino —en sentido literal— llamar la atención sobre cómo lo que creemos sabido no es sino simplemente un concepto hueco en nuestra mente de algo que sí tiene realidad y corporeidad. La anécdota que provoca este acto de escribir es la lectura, en diversos medios en internet, de varios artículos en los que se debate sobre algo tan transcendental como esto:
 
… (que) Indies, hipsters y gafapastas sea un libro tan necesario no es su ácida crítica del clasismo de los suplementos culturales o los festivales de música, sino su análisis de una experiencia colectiva crucial en nuestra historia política reciente. Víctor Lenore no habla de un pequeño grupo social que se cree muy especial —algo típico de la alta cultura del pasado— sino de cómo todos, incluso la izquierda radical, nos hemos hipsterizado.

 
A lo que en otro artículo se responde:
 
El mensaje estigmatizador del hipsterismo ha colonizado hasta el discurso de los líderes culturales de Podemos, una prueba más —la última, espero— de que nos hallamos ante el fenómeno editorial de la temporada. Habrá, qué remedio, que dedicarle unos minutos más de nuestro tiempo a Indies, hipsters y gafapastas, pues si no corremos el riesgo de quedarnos fuera de onda, y eso no puede ser.
 
Bromas aparte, justo es reconocer que el esfuerzo de Víctor Lenore habría dado para un buen artículo, provocativo, desmitificador, incluso necesario, si se hubiera publicado, eso sí, diez años antes. Ahora es un poco tarde y las 155 páginas de este ensayo que el mismo autor califica de panfleto suenan a revancha tardía, a risa alargada y a destiempo. Lenore define su libro en el subtítulo como Crónica de una dominación cultural, pero el cronos de la crónica es un tiempo pasado y narrar a posteriori las imposturas de los indies –o su endeble reactualización hipster, de la que poco o nada se sabe– es hacer leña del árbol caído. Ahora que lo cool es estar politizado es muy fácil señalar desde el nuevo pedestal la estatua destronada, pero en tiempo de república no sirve de mucho señalar que el rey estaba desnudo.
 
A partir de semejantes afirmaciones y del libro citado se desata un pequeño debate, aunque apasionado (que no apasionante) sobre el papel de la cultura en nuestra sociedad y, especialmente en sus modelos de gestión. Al final, todo se reduce a un juego con barnices sociológicos sobre lo hipster, los “estilos de vida de las élites económicas”, las “revistas de tendencias” que reproducen un nuevo modo de consumo capitalista que parece ser consumir sin consumir pero consumiendo (a mí no me pregunten), el supuesto “consumo sofisticado” que esconden estas modas, la “comprensión del consumismo como conformador de subjetividad”, etc.
 
Vista la intensidad con que estos asuntos que, como bien puede comprenderse, nos afectan hasta tal punto que no nos dejan dormir, hago lo que suelo en estos casos: volver mis ojos a la prehistoria para zarandear mis ideas e intentar comprobar si todo esto no es más que una espiral masturbatoria en la que refugiarse de la propia inanidad. Especialmente cuando se descubre que esto, sí “esto”, la “cosa”, es el modelo de pensamiento en el que se basa el programa cultural de cierto movimiento político del que son autores los implicados en la parte contratante de la primera parte de esta introducción.
 
Así que no voy a escribir sobre estilos de vida, sino sobre el concepto que recordé al leer tanto artículo de —esto lo digo sin ironía— personas a las que se les presupone bastante conocimiento de la “vida cultural” y la sociología. Vamos a lo que importa, que lo anterior no es sino un ejemplo de lo que Zygmunt Bauman, que es quien en realidad nos interesa aquí, denomina modernidad líquida.
 

La “cultura líquida moderna” ya no es una cultura de aprendizaje, es, sobre todo, una “cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido”.

Zygmunt Bauman, nacido en Polonia en 1925, es sociólogo, filósofo, profesor y ensayista. Se le conoce especialmente por el concepto de “modernidad líquida”, que desarrolla en su ensayo Modernidad líquida (Fondo de Cultura Económica). Fue el resultado de un brillante y profundo diálogo con Keith Tester, catedrático de Teoría Social en la Universidad de Portsmouth (Polity Press, 2001).
 


Sobre la educación en un mundo líquido es el segundo libro de conversaciones publicado por Bauman. En esta ocasión es Ricardo Mazzeo, también dedicado a la docencia, quien dialoga con Bauman a través de veinte entrevistas. En los textos posteriores Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos; Vida líquida, Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus temores, Tiempos líquidos y Arte, ¿líquido? Bauman ha profundizado en el concepto aplicado a ámbitos concretos.
 
Las conversaciones que dieron lugar al libro que nos ocupa comenzaron con ocasión de la invitación recibida por Bauman para inaugurar un congreso celebrado en Rímini en 2009 bajo el título La calidad inclusiva de la escuela y finalizaron durante las conferencias que pronunció en Módena en septiembre de 2011. Estamos, pues, en el contexto de la crisis económica iniciada en 2008, que dio al traste con la asociación entre consumismo y felicidad. Eran jóvenes que compartían, antes de la debacle, la creencia de que en lo alto de la pirámide social existía un hueco para ellos.
 
Se creía que bastaba un título universitario para entrar en un sistema que prometía la felicidad a través del consumo. Y, sin embargo, no estaban preparados para verse inmersos en una sociedad de cambios vertiginosos que requieren de ellos ser flexibles y reinventarse laboralmente cada poco tiempo. Hoy día, muchos graduados tienen puestos de trabajo que están por debajo de su formación y de sus expectativas. Otros, ni siquiera han logrado acceder al mundo laboral. Esto cuestiona la correlación entre formación académica y utilidad social. No parece que los estudios universitarios estén adaptados a las necesidades del mercado.
 
Zygmunt Bauman nos plantea en este segundo libro el concepto moderno de cultura, en el que la memoria es vista como algo inútil, el éxito no está vinculado al esfuerzo educativo y la relación entre formación y promoción social es imprevisible. Para Bauman la sociedad ha evolucionado desde un comportamiento previsible y perdurable,  hacia uno muy diferente, caracterizado por la flexibilidad, la fugacidad, lo impredecible. El individuo debe integrarse en la sociedad sin identidad fija, abierto al cambio permanente y acompañado de una marcada sensación de fragilidad e incertidumbre.
 
Pero, al mismo tiempo, se ha producido también una pérdida de credibilidad de las herramientas pedagógicas utilizadas hasta el momento. El aprendizaje propio de un mundo perdurable no es aplicable a un entorno cambiante. La memoria, base de la educación tradicional, parece hoy día un componente secundario. El esfuerzo educativo no guarda una correlación clara con el éxito social. Y la cultura ya no es un conjunto “sólido” de saberes, sino algo fugaz, cambiante, “líquido”. “Aún debemos aprender el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información. Y también debemos aprender el aún mas difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo”, señala Bauman.
 
Desde los años 50 las expectativas sociales iban siempre al alza. En los tiempos malos que abuelos o padres debieron atravesar existían dificultades, pero a pesar de todo siempre se veía la luz al final del túnel. Para la generación de jóvenes que desde 2008 debe enfrentarse a la crisis, la luz está envuelta en tinieblas, no se vislumbra con claridad la salida. Educados en la idea de que podrían superar a sus padres por muy lejos que éstos hubieran llegado, la realidad les ha caído encima y deben enfrentarse a un mundo duro e inhóspito. Por otro lado, no han sido preparados para una economía de trabajos volátiles en el que el desempleo sobrevuela sus vidas.
 
 
Los últimos treinta años registran una expansión gigantesca de la educación superior, un imparable crecimiento en el número de estudiantes y profesores. El título universitario era una promesa de trabajos atractivos. Sin embargo, la crisis y los recortes en los presupuesto educativos coinciden con un aumento tremendo de las matrículas universitarias, especialmente notorio en los estudios de postgrado. La promoción social a través de la educación, en opinión de Bauman, se ha quebrado. Los graduados tienen empleos muy por debajo de las expectativas generadas por sus títulos o, incluso, no tienen trabajo y continúan viviendo a la sombra de sus familias. Los afortunados que consiguen trabajar se ven envueltos en relaciones tensas o conflictivas con los jefes, los compañeros de trabajo o los clientes.
 
En este penoso horizonte las nuevas tecnologías desempeñan un papel lleno de ambivalencia. Los ordenadores, las tabletas o los teléfonos inteligentes se introducen en casa, en los fines de semana o en las minivacaciones. Informan y nos conectan con los amigos o los seres queridos pero a la vez impiden la separación de la oficina, del trabajo o del jefe. Apenas queda excusa para no trabajar en sábado o domingo si hace falta completar un informe inacabado o el proyecto que debe entregarse el lunes. Con todo, el problema de fondo de la “crisis de la educación” no es instrumental. No se trata sólo de si la Universidad prepara mejor o peor para el futuro laboral de sus estudiantes. El desafío central para Bauman reside en que la esencia de la idea de educación, tal como estaba concebida a lo largo de la modernidad, se ha venido abajo. Se han puesto en tela de juicio los elementos constitutivos de la pedagogía tradicional.
 
La naturaleza cambiante y sujeta a mutaciones imprevisibles, de la sociedad actual descoloca los viejos principios del aprendizaje. Principios que fueron concebidos para un mundo perdurable en el que la memoria era un activo positivo. Ya en el siglo XXI la memoria es vista como algo inútil, potencialmente incapacitante o, incluso, engañosa. El “mundo líquido” que presenta Bauman se caracteriza por su volatilidad, por el cambio instantáneo. En un mundo desregulado e imprevisible los objetivos de la educación ortodoxa tienen un encaje lleno de dificultades. Los hábitos consagrados, las costumbres arraigadas, los marcos cognitivos sólidos o el elogio de valores estables, se convierten en impedimentos. El mercado del conocimiento ya no pide lealtad a largo plazo, vínculos duraderos o compromisos irrompibles. En el mercado abierto y desregulado puede ocurrir cualquier cosa y el éxito puede ser una derivada que nada tenga que ver con el esfuerzo educativo y que quizá no vuelva a repetirse. Grandes estrellas del firmamento mediático como Steve Jobs, Jack Dorsey, el inventor de Twitter, o Damien Hirst, ídolo del BritArt, han pasado por la experiencia del abandono escolar.
 
En la sociedad de la información, el conocimiento se presenta en forma de cascada de datos e informaciones que con demasiada frecuencia son fragmentarios e inconexos. Cuando la cantidad de información tiende a aumentar y se distribuye a una velocidad cada vez mayor, la creación de secuencias narrativas se vuelve, como afirma Bauman, cada vez más difícil. La “cultura líquida moderna” ya no es una cultura de aprendizaje, es, sobre todo, una “cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido”.
 
Sobre la educación en un mundo líquido es un brillante texto que encaja en lo que a lo largo de la última década Bauman ha definido como el tránsito a la postmodernidad, un tiempo en el que las personas han dejado de creer en las grandes promesas hechas por las modernas ideologías. Vivimos una “modernidad líquida”, entendida ésta como una “sociedad de consumidores individualizada y sin regulaciones”. Una sociedad en la que, pese a los muchos motivos de preocupación, no cabe caer para Bauman en la desesperación. Como en toda conversación el diálogo abandona y vuelve al hilo conductor. De ahí que el turno de palabras entre Bauman y Mazzeo se deslice hacia hechos que por su relevancia marcan el tiempo de la actualidad. La Primavera árabe o los movimientos que han florecido espontáneos al calor del descontento social y de Internet estos últimos años son sólo algunos apuntes que dan color e interés a un texto que el lector quisiera con más páginas.
 
 
 




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