En un artículo de Francisco Rico en El País de hoy, leemos:
El continuador de la novela de Cervantes rezuma mezquindad intelectual y mala leche
- Pocos enigmas más tontos, más vanos, que la identidad del fingido “Alonso Fernández de Avellaneda”, a cuyo nombre apareció, en 1614, hace ahora 400 años, una continuación del primer Quijote (1605) de Cervantes. El libro cayó enseguida en el desdeñoso olvido que se merecía y no volvió a estamparse hasta 1732, luego hasta 1805 y en contadas ocasiones posteriores. El honrado lector de a pie que se ha conmovido y desternillado con las andanzas del inmortal Quijano y su escudero puede entretenerse un rato con el apócrifo, en particular cuando le descubre algún eco acertado del original, pero con mayor frecuencia se sentirá irritado por la tosquedad y la sosería de la imitación.
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Por nuestra parte, para aquel lector que sienta curiosidad, de las pocas ediciones que del Quijote apócrifo se han hecho, la última corrió a cargo en 2005 de José Antonio Millán, edición no filológica ni anotada que pretendía, nada menos, que romper el “monocultivo cervantista” y la “quijotelatría excluyente” del cuarto centenario. Una empresa tan inútil como la del propio Avellaneda.
Cervantes incluyó el verso del Orlando furioso “Forse altri canterà con miglior plettro” (“Quizá otro cantará con mejor plectro”) al final de la primera parte, lo que dio pie a diversas especulaciones. Con la utilización de uno de los personajes del apócrifo y sus referencias al Quijote “malo”, Miguel de Cervantes contribuyó quizá involuntariamente a la fama de Avellaneda, sobre cuya verdadera identidad no hay consenso.
Millán defiende que la lectura “distanciada y sin prejuicios” del apócrifo, publicado por primera vez en 1614, es “muy divertida y amena” y cita la pluma “fácil, jovial, casi inconsciente” que alabó Azorín. “Con la primera y la segunda parte del Quijote de Cervantes, Avellaneda, con sus partidarios y sus detractores, completa un mundo”.
Las tres obras juntas constituyen “un juego de extrañas ambigüedades”, en palabras de Borges. “Es un juego que ahora llamaríamos intertextualidad”, continúa el prologuista de esta edición, que se suma a otras disponibles de Castalia, Biblioteca Nueva y Océano.
Las referencias del uno al otro son constantes. El pseudo Avellaneda inicia su novela con una andanada contra Cervantes, a quien llama manco -“digo mano, pues confiesa de sí que tiene sólo una”-, “viejo”, “mal contentadizo” y “falto de amigos”, y le reprocha haber ofendido a Lope de Vega y a él mismo.
Más adelante lo trata de cornudo. Cervantes, por su parte, estuvo a tiempo de introducir al usurpador en su segunda parte para expresar así su disgusto: hizo que su Quijote y su Sancho leyeran las andanzas de sus dobles y utilizó a uno de sus personajes, don Álvaro Tarfe, quien dice sobre el Sancho falso que “más tenía de comilón que de bien hablado, y más de tonto que de gracioso”. Explica Millán: “A Cervantes le molestaron sobre todo dos cosas: el tono del prólogo, que era muy feo incluso en una época donde se intercambiaban muchos insultos, y que sus personajes tuvieran un padre nuevo y camparan por sus repetos por España”.
Muy probablemente, Cervantes sabía quién era el autor del apócrifo, y se dirigía a él como “aragonés”, uno de los argumentos que utilizó Martín de Riquer en su “hipótesis plausible” de identificación de Avellaneda con Gerónimo de Pasamonte (Juan Antonio Frago acaba de publicar en Gredos el libro El Quijote apócrifo y Pasamonte), antiguo compañero de milicia de Cervantes ridiculizado en la primera parte como el personaje preso Ginés de Pasamonte.
A pesar de los insultos iniciales y de que el Quijote de Avellaneda reniega de Dulcinea —se convierte en el Caballero Desamorado—, Millán considera que el apócrifo es muy “respetuoso” con la obra de Cervantes. “El autor demuestra conocer muy bien el libro y el recuerdo a las aventuras pasadas por Quijote y Sancho en la primera parte es constante. Yo comparo la práctica de coger una obra ajena para continuarla —algo muy habitual en los libros de caballerías y todavía vigente en el siglo XVII— con el fenómeno que se da en Internet y que se conoce como fanfic: la escritura de secuelas por parte de admiradores. Sucede mucho con Harry Potter. No deja de ser una forma de homenaje”.
“Se dice que Avellaneda tiene un humor más grueso que Cervantes, pero no creo que mucho más. Es más verde, eso sí, libidinoso, como decía Menéndez y Pelayo, se demora en las escenas eróticas de los cuentos intercalados en la novela”, afirma Millán. “También se inventa el modelo de la acogida de Quijote y Sancho por parte de nobles, que les fabrican aventuras a medida, y que Cervantes utilizará en la aventura de los duques de su segunda parte”.
El lingüista señala que la mayoría de cervantistas creen que Avellaneda “empobrece” a Quijote y Sancho y rompe una lanza a favor del apócrifo. Para el prologuista de esta edición, es “injusto” comparar a los personajes del Quijote falso con los de la segunda parte de Cervantes, más “desarrollados” que los de la primera.
Ante el “desprecio” con que se trata habitualmente al Quijote apócrifo, Millán defiende que, con Avellaneda, “es posible recuperar el ambiente cultural y literario de una época en que había muchos autores que escribían muy bien, lo que ha permitido que haya habido casi cien atribuciones diferentes”.
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