Ahora que están pillados por todas partes, ahora que jueces y testigos parecen haber perdido el miedo al rodillo con el que el Partido Popular ha laminado el bienestar de los españoles y preguntan unos y responden otros sobre las tropelías que, durante lustros, han venido cometiendo los partidos que nos gobernaron y nos gobiernan, ahora que la tolerancia de la ciudadanía hacia la corrupción ha tocado suelo, quienes han estado repartiéndose en sobres, comisiones y campañas electorales se esfuerzan en tratar de convencernos de que la corrupción, como los toros, son una tradición inherente a nuestra idiosincrasia, una tradición imposible de combatir que, nos dicen, se extiende a todos los partidos y por toda la sociedad.
Lo acaba de hacer la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal en una emisora amiga al ser preguntada por el, no por intuido menos impactante, testimonio de altos funcionarios de AENA que explicaron al juez Ruz cómo, inmediatamente después de la victoria electoral por mayoría absoluta de Aznar y poco antes de formar el gobierno en el que iba a ser nombrado Francisco Álvarez Cascos como ministro de Fomento, comenzaron a sufrir presiones, bajo forma de sugerencias o, directamente, amenazas sobre su continuidad en el puesto, para que contratasen con "el señor Correa" en concursos amañados y al margen de que sus precios y materiales se ajustasen a los pliegos de los concursos a los que se optaba. De hecho, uno de esos testimonios, que hoy hemos podido escuchar de viva voz, denuncia a preguntas del juez que, desde que comenzó a contratarse con las empresas de la trama Gürtel, la calidad de los materiales de los stands contratados con ellas disminuyó hasta el punto de poner en riesgo la seguridad de sus visitantes.
Viene a decir Cospedal eso tan socorrido de que todos somos iguales e insinúa, que, si pudiésemos, seríamos tan iguales como ellos, que, por lo que se va sabiendo, han estado metiendo la cuchara en el presupuesto de cuantas obras o adjudicaciones han pasado por sus manos a lo largo de tantos años.
Una buena estrategia, diseñada sobre la errónea creencia de que todos pedimos la factura sin IVA o la aceptamos si nos la ofrecen, nos colamos en el metro y nos callamos si alguien se equivoca a nuestro favor con el cambio en un comercio. Pero eso no es cierto o no lo es siempre y haríamos bien en dar por buena la conducta de quien paga con IVA o devuelve el cambio recibido de más, porque vale más quedar por tonto cuantas veces sea necesario que transformar la sociedad en una selva en la que nadie confía en nadie y todos tratan de aprovecharse del prójimo.
No. La corrupción no es inherente a la condición humana. Mucho menos hay que pensar que es algo cultural, de lo que no podemos desprendernos, porque, si Lázaro de Tormes fue el primer héroe para muchos españoles, no hay por qué hacer de su pícara conducta, en el fondo una respuesta a los abusos del poder, modelo de la nuestra. Mejor nos iría sin duda si hubiésemos quedado fuera de la influencia del catolicismo que todo, hasta lo peor, en el que todo se borra si no se es descubierto o si se pide el perdón de los iguales con cara compungida y la voz quebrada por la emoción.
Lo que dijeron estos tres testigos al juez Ruz, lo que hemos podido escuchar hoy es escandaloso, pero más escandaloso es que quien estaba al frente del Ministerio de Fomento, ex secretario general del PP y receptor confeso de los sobres de Bárcenas, comprador compulsivo para el ministerio de las obras de arte que vendía una de sus novias en su galería, trate de ponerse de perfil y quedar a salvo de este escándalo que se desarrolló ante sus ojos y del que, si no fue directamente responsable, los técnicos que informaban los concursos provenían del PP en el que había ocupado la Secretaría General, si lo fue por no haber puesto los medios para evitarlo.
La corrupción no es una tradición española, ni forma parte de nuestra cultura como pretende hacernos creer Cospedal, empeñada desde hace tiempo, desde que ya no le es posible proclamar indignada su inocencia y la de su partido, en diluir su culpa y sus grandes delitos en las pequeñas pillerías de cada día de algunos de nosotros, aunque no todos.
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