H.
Marcuse. Contribuciones a una fenomenología del materialismo histórico
(1928); Sobre filosofía concreta (1929). Introd. y trad. de de J.
M. Romero Cuevas, Madrid, Plaza y Valdés, 2010, 167 págs.
_______________. Entre
hermenéutica y teoría crítica. Artículos 1929-1931, edición de J. M.
Romero Cuevas, Barcelona, Herder, 2011, 200 págs.
Entre los miembros de la denominada Escuela
de Frankfurt, quizás sea la producción filosófica de Herbert Marcuse (1898-1979) la que menos ha atraído la
atención de la academia. A pesar de que la mayoría de sus obras fundamentales (Razón y revolución, Eros
y civilización o El hombre unidimensional)
han sido traducidas al castellano, aún no se ha producido una confrontación
rigurosa con la obra de Marcuse. Como es sabido, Marcuse se incorpora en 1933
al Institut für Sozialforschung, bajo la
dirección de Max Horkheimer, pero su trabajo filosófico había
comenzado ya varios años atrás, durante su estancia en la Universidad de
Friburgo como asistente de Martin Heidegger. Este
período compone lo que podríamos denominar la producción filosófica del primer
Marcuse, que durante 80 años ha sido prácticamente desatendida por los
estudiosos en el ámbito hispanoamericano y que ha sido recopilada y traducida
al castellano en las obras aquí reseñadas.
En lo que sigue voy a tratar de realizar una breve
exposición de las ideas centrales de esos escritos para mostrar que, más allá
de su mero valor histórico, en ellos encontramos, en primer lugar, lo que
podríamos llamar la “prehistoria” o los “orígenes” de
la denominada teoría crítica de la sociedad elaborada a partir de los años 30
en el seno de la Escuela de Frankfurt; en segundo lugar, una arriesgada y
original puesta en diálogo de Heidegger y Karl Marx, que desemboca en la propuesta genuinamente
marcusiana de una síntesis entre ambos, en una “fenomenología
del materialismo histórico”.
Es precisamente este intento de síntesis el que da título
al primero de los artículos de Marcuse, «Contribuciones a
una fenomenología del materialismo histórico» (1928). Este planteamiento
puede resultar chocante a primera vista, pero la problemática que está detrás
es, precisamente, el intento de una reformulación crítica de la teoría marxista
o, lo que es lo mismo, la confrontación con las interpretaciones marxistas “ortodoxas”
dominantes en la época, las cuales estaban marcadas, según Marcuse (siguiendo
en ello a Karl Korsch y György
Lukács) por el cientificismo. Estas interpretaciones descuidaban los
problemas filosóficos del marxismo, de modo que se desembocaba en una
separación de teoría y praxis, siendo ésta última relegada a un segundo plano,
incluso olvidada. En este contexto, y con el fin de recuperar la potencialidad
crítica atribuida a la teoría marxista, Marcuse acude, no ya a la tradición
hegeliano-marxista, sino a la hermenéutica fenomenológica de la existencia
humana que Marcuse encuentra en la obra capital de Martin
Heidegger, Ser y tiempo (1927). La
analítica existencial de Heidegger representa para
Marcuse “un momento crucial en la historia de la filosofía: el punto en
el que la filosofía burguesa se disuelve desde dentro y deja el camino libre
para una nueva ciencia concreta”. Además, Marcuse encuentra en Ser y
tiempo una cuestión que va resultar clave en su planteamiento durante esta
época: la problemática de la historicidad.
Como se ha indicado, Marcuse entiende
la teoría marxista, no ya como un sistema de “verdades” al modo
tradicional, sino como teoría de la revolución, de la praxis revolucionaria. La
teoría marxista (como toda teoría) es histórica, en tanto que se constituye
históricamente, pero, además, mantiene Marcuse, el objeto de la teoría marxista
es la historicidad. Marcuse ve en el
fenómeno de la historicidad, en tanto que constitutivo del ser humano (Dasein) y del ser social
(acontecer histórico), la posibilidad (ontológica) y la necesidad inherente de la praxis transformadora (revolucionaria)
del estado de cosas existente (la sociedad actual). Lo que se plantea Marcuse es el modo de ser del ámbito del que trata el
marxismo para poder, así, plantear posteriormente el problema del acceso
adecuado a dicho objeto, y todo ello en términos ontológico-fenomenológicos.
De este modo, la tesis de Marcuse va a ser que la acción revolucionaria se basa
en el reconocimiento del fenómeno de la historicidad (pág. 114).
No obstante, Marcuse critica a Heidegger su falta de
concreción, ya que descuida algo clave para el primero: la “constitución material de la historicidad”,
cuestión en la que, según Marcuse, el propio Dilthey había profundizado más
(pág. 104). Esta cuestión es clave para Marcuse, de modo que, en esta puesta en
diálogo de Marx y Heidegger, Marcuse va a tratar de mostrar que ya en Marx se puede encontrar un método
fenomenológico (pág. 89), además de insistir en la idea de que el
sentido del método dialéctico de Marx reside en culminar en la acción, en la
praxis revolucionaria (pág. 110), de modo que Marcuse parece inclinarse por
Marx más que por Heidegger. En todo caso, la originalidad del planteamiento de
Marcuse consiste, como se ha indicado, en plantear una síntesis entre
fenomenología y dialéctica que logre hacerse cargo de la historicidad
incluyendo su carácter material. Lo problemático de este planteamiento radica
en la exigencia, por un lado, de atención a la constitución material e
histórica concreta y, por otro, en el mantenimiento de elementos
trans-históricos, ontológicos, en palabras de Marcuse: “un sentido
peculiar que, aunque no sea extrahistórico, dura a través de toda historicidad”
(pág. 110).
En todo caso, la exigencia de Marcuse de atender a lo
concreto toma cuerpo en su segundo artículo titulado «Sobre filosofía concreta»
(1929), en el que los elementos ontológicos pasan a un segundo plano y se trata
de profundizar, desde la hermenéutica heideggeriana del Dasein, en una
concepción de la filosofía como praxis sociopolítica emancipadora. La filosofía
es pensada aquí como cuidado (Sorge) por la
existencia humana concreta, en contra de todo planteamiento meramente teórico.
El sentido de la filosofía, afirma Marcuse, radica en “hacer visible la
verdad” y “la verdad exige desde sí misma su apropiación por la
existencia humana”, de modo que “la apropiación constituye
el sentido de la verdad” (págs. 131133). La verdad ha de cumplirse en el
ámbito de la existencia (Dasein), ha de hacerse efectiva en la realidad
concreta. Para Marcuse, en la situación histórica actual, determinada por la
estructura de la sociedad capitalista, en la que el mundo se torna “empresa”
y las cosas “mercancías”, la tarea que se le impone como “necesaria”
al filosofar no puede ser otra que la de “llevar al Dasein a la verdad”,
a una existencia verdadera. Por ello, la filosofía ha de devenir histórica y
pública, de modo que cumpla la “unidad de teoría y
praxis” (págs. 142-146). Marcuse concluye el artículo con una
fuerte exigencia: “el filósofo tiene la obligación de intervenir en los
apuros completamente concretos de la existencia, porque sólo así puede
cumplirse el sentido existencial de la filosofía verdadera”, de modo que “lo
contrario es traicionar a su sentido” (pág. 158).
Los dos textos anteriores anticipan de algún modo las ideas
centrales del resto de artículos que pretendo comentar en lo que sigue. Más
exactamente, podría decirse que es a partir de las ideas hasta aquí esbozadas
desde donde Marcuse trata de establecer su particular formulación de una
aproximación crítica a la realidad social y desde donde establece, por ejemplo,
la confrontación con tres teóricos sociales de la época: K.
Mannheim, S. Landshut y H. Freyer. La originalidad del planteamiento de Marcuse
radica, como se ha apuntado antes, en la apropiación y reformulación de la
confrontación de Heidegger con los modos de acceso teóricos y pretendidamente
desinteresados a la vida fáctica, ya que éstos desatenderían el carácter
situado, histórico e interesado que implica toda hermenéutica. En esta misma
línea dirige Marcuse la crítica a las ciencias sociales de la época, que
pretenden neutralidad valorativa desde una perspectiva cientificista y
objetivista. En lo referente al marxismo, como se ha indicado también, Marcuse
lo va a entender como una teoría de la praxis revolucionaria, una praxis que ha de habérselas con las condiciones socio-históricas concretas. Pero, del mismo
modo, Marcuse sigue recurriendo en estos textos al planteamiento ontológico
heideggeriano para criticar las teorías y métodos sociológicos de la época, ya
que, según Marcuse, estos, fundamentados en una mera teoría del conocimiento o
en un planteamiento psicologista, no pueden dar cuenta del carácter de ser del
objeto de la sociología, esto es, el “ser social”
y, por ende, tampoco del modo de acceso adecuado a su objeto. De ahí que
Marcuse afirme como necesaria “una reflexión que quizá deba retrotraer la sociología a la filosofía”, en tanto que la
filosofía es pensada aquí en clave ontológica, capaz de explicitar el carácter
(ontológico) de ser del ser social. Este acceso filosófico privilegiado
proporcionaría el parámetro crítico a la sociología, en tanto que permitiría
contraponer las distintas realizaciones históricas fácticas al ser de la
realidad social (genuino y verdadero). Encontramos aquí, de nuevo, la compleja
problemática que implica la adopción de un planteamiento ontológico así entendido
en conjunción con la exigencia de atender al carácter situado y política y
prácticamente interesado de la situación histórica concreta a comprender y
transformar.
En otro de estos artículos, en el que Marcuse se enfrenta a
la pretensión de Max Adler de fundamentar la
teoría sociológica de un modo formal-trascendental, Marcuse contrapone a tal
pretensión el método dialéctico esbozado en los artículos anteriores, y afirma
que “la diferencia esencial entre el método trascendental y el dialéctico
reside en que aquél se dirige a posibilidades y este a realidades; aquél, a un
análisis del conocer y este, a un análisis de la realidad; en que aquél apunta
a una fundamentación teórica de la realidad y este, a una transformación
práctica de la realidad”. No se trata, pues, de formular
formal-trascendentalmente fundamentos de teorías o conceptos, sino de atender
de un modo radical al “ser social del ser humano”
y este “exige, dado que sólo es posible esencialmente como “acontecer”
en la “historia”, un acceso metódico que lo capte como realidad
esencialmente histórica”. Pues ya advierte Marcuse las problemáticas “consecuencias
de los conceptos trascendentales de derecho, Estado, libertad, etc.”,
que, en última instancia, “formalizados hasta el extremo son indiferentes
frente a su contenido histórico propio y verdadero y no se acercan en absoluto
al acontecer social”.
También bajo la influencia heideggeriana escribe Marcuse
dos artículos dedicados al problema de la dialéctica. Allí, al tratar de
recuperar la problemática filosófica concerniente a las bases normativas de la teoría marxista (abandonada en el marxismo
institucionalizado de la época), se plantea el significado originario de la
dialéctica, pero no ya desde Hegel, sino desde Platón. En los textos platónicos encuentra Marcuse un
concepto ontológico de dialéctica: “la dialéctica consigue su significado
decisivo en Platón simultáneamente con una orientación hacia la problemática
del devenir como género de ser de la realidad”,
puesto que “a todo ente pertenece necesariamente su Otro, Diferente,
No-ente, sólo a través del cual puede ser determinado y delimitado”. Por
tanto, es el propio movimiento, movilidad o negatividad de la realidad la que
fundamentaría el método dialéctico como el adecuado para acceder a ella. Se
trata, en todo caso, de una fundamentación ontológica. Frente a Hegel, Marcuse no atribuye
aquí la historicidad a la totalidad de lo ente, sino que “en sentido
propio, sólo puede ser denominada histórica la existencia (Dasein)
humana, porque al ser-histórico pertenece el saber
sobre la propia existencia y un comportamiento sapiente (y no acaso
cognoscente) respecto a la realidad”, siguiendo en esto a Heidegger y
Dilthey.
La influencia heideggeriana en los planteamientos de Marcuse y la central importancia que éstos van a tener
en la formulación posterior de la teoría crítica, tal y como ésta es elaborada
posteriormente en Nueva York por los miembros del Institut (Marcuse
entre ellos) y formulada en el escrito programático de M.
Horkheimer Teoría tradicional y teoría crítica
(1937), nos permitirían (o exigirían) plantearnos la cuestión de la
importancia real de ellos en la configuración posterior de la teoría crítica.
Es decir, hay motivos más que suficientes para pensar que existen vasos
comunicantes importantes entre la tradición hermenéutica-fenomenológica (Heidegger y Husserl) y la
teoría crítica, de modo que quizás debería ser replanteada la cuestión de la
relación entre ambas tradiciones filosóficas a la luz de estos textos.
Del mismo modo, queda hacer referencia al artículo sobre
Dilthey, en el que Marcuse se ocupa del planteamiento de la Lebensphilosophie o “filosofía
de la vida”, cuyo único representante sería W.
Dilthey. Para Marcuse, Dilthey, leído desde una clave heideggeriana,
representa una superación de la filosofía tradicional. Marcuse resalta la “enorme
concreción del enfoque diltheano”, así como la superación por el método
de Dilthey del problema de la “relación”, ya que en la “concepción
radical de la unidad, conforme al ser, de ser humano y mundo, naturaleza e
historia, ya no es posible, para Dilthey, plantear el problema en cuanto
pregunta por la relación (causal o funcional) entre ser humano y mundo,
naturaleza e historia”, ya que “toda problemática de este tipo
(…) presupone ya una separación y una independización abstractas en ambos
miembros de la relación, que Dilthey ya ha superado”. Se trata de la “realización”
que “supera” a la filosofía abstracta; y “lo que aparece aquí
como concepto de filosofía ya no tiene que ver con lo que uno se presenta en
general (y en la teoría marxista vulgar) como filosofía”. Así, la “vida”
es para Dilthey un “nexo de efectos” (Wirkungszusammenhang),
determinado por la categoría de “significado”, de modo que “el
mundo de sentido cotidiano” nunca puede ser aislado, desarraigado de la
historia, sino que, más bien, ha de ser entendido como “producto de la
historia”: “Estados, constituciones, sistemas de derecho y
económicos, formas artísticas y culturales, etcétera, son “exteriorizaciones
históricas de la vida” (…) y portan por ello el “carácter de
la historicidad”. Dilthey es leído aquí, como se ha indicado,
desde Heidegger, pero también desde Marx, en tanto que autorreflexión orientada
a la historia, a la praxis histórica concreta.
Lo que encontramos, pues, en estos textos del primer
Marcuse es una primera aproximación o formulación de algunas de las ideas
centrales de la posterior teoría crítica de la sociedad, y ello desde una
reapropiación crítica no ya sólo de autores marxistas, sino de la tradición
hermenéutica y de la Lebensphilosophie. Además de ello, encontramos la
original propuesta de Marcuse de una síntesis entre motivos provenientes de
ambas tradiciones con el fin de proporcionar una base teórica sólida a un
acercamiento crítico a la realidad social que no se detenga en lo teórico y se
piense ingenuamente como ajeno a la historicidad, sino que se entienda a él
mismo y a su objeto como históricamente situados en el seno de una lucha de
intereses socio-políticos, y cuyo fin es la praxis social concreta
emancipadora. Por ello, finalmente, estos textos son valiosos para nosotros, no
ya sólo para comprender la génesis y orígenes de la teoría crítica, sino
también para repensar desde ellos las bases filosófico-normativas de un
acercamiento crítico a la realidad social y para poner de relieve la
problematicidad de conjugar elementos críticos no historizados u ontológicos
con la exigencia radical de atender al carácter histórico y situado de toda
teoría, y más aún cuando ésta tiene como objeto la realidad social existente
concreta definida por la lucha socio-política de intereses.
Herbert Marcuse
(Berlín, 1898 - Starnberg, 1979) Filósofo y sociólogo
alemán.
El pensamiento de Marcuse, fundamentado en elementos
procedentes del marxismo y el freudismo, constituye una crítica de la sociedad
industrial, cuyo carácter represivo y alienante acaba por incorporar a la clase
obrera conformándola y convirtiéndola a su vez en explotadora indirecta de las
clases marginadas de los países pobres. Influyó en la formación de la llamada “nueva
izquierda” estadounidense y lo consagró como el ideólogo de las revueltas
estudiantiles de los años sesenta.
Después de estudiar en su ciudad natal y en Friburgo, se
licenció en la Universidad de esta última ciudad en 1922, con una tesis sobre
Heidegger. En 1928 se hizo cargo de la publicación de una bibliografía
schilleriana. Durante la década de 1920 se interesó por la sociología, y
recibió la influencia de Max Weber, aunque se orientó finalmente por un
marxismo crítico, que translucía la gran influencia de la Historia y
conciencia de clase de Lukács.
En este período también se interesó vivamente por Dilthey y
por la fenomenología de Husserl. Participó en los trabajos para la edición
crítica de los escritos de juventud de Marx, cuyo análisis le inspiró el
planteamiento del ensayo Neue Quellen zur Grundlegung des historischen
Materialismus, que data de 1932. Entre 1928 y 1932 colaboró en algunas
revistas, entre ellas Philosophische Hefte, Archiv für
Sozialwissenschaft y Die Gesellschaft, y fue durante algún tiempo
director de la última de ellas.
Su marxismo crítico, de base antipositivista y ligado a la
dialéctica hegeliana, sufrió una experiencia decisiva al entrar en contacto con
el pensamiento de Max Horkheimer, influencia que se tradujo en una verdadera
transformación de su pensamiento, que se libró gracias a ello de la huella
hegeliana. Esta influencia se percibe todavía en la monografía que le dedicó el
autor en 1932: Ontología de Hegel y teoría de la historicidad, que es
una de sus obras mejor construidas.
Asumió como suya la horkheimeriana “teoría crítica de
la sociedad”, y realizó una serie de investigaciones y análisis que
tenían como objetivo la recuperación, en sentido marxista, de la dialéctica
hegeliana para plantear de forma correcta la relación entre “teoría”
y “praxis”. Su marxismo, al igual que el de Horkheimer, tomaba como
figura de referencia a Rosa Luxemburgo. Como protesta por el asesinato de ésta,
abandonó en 1919 el Partido Socialdemócrata.
Su colaboración con el Instituto de Estudios Sociales de
Frankfurt, dirigido por Horkheimer, consistió en una serie de ensayos entre los
que destacan Der Kampf gegen den Liberalismus in der totalitären
Staatsauffassung (1934), Über den affirmativen Charakter der Kultur
(1937) y Zur Kritik des Hedonismus (1938). Estos ensayos -junto con
otros que abarcan el período entre 1933 y 1965- fueron reunidos en la obra
titulada Kultur und Gesellschaft, que fue publicada en 1965. Además,
colaboró con Horkheimer en sus estudios sobre la familia, que desembocaron en Studien
über Autorität und Familie, publicado en París en 1936.
Cuando se produjo la llegada al poder del nazismo, emigró a
Ginebra y se trasladó posteriormente a Nueva York. En Estados Unidos se
convirtió en miembro del Institute of Social Research en la Universidad de
Columbia. Desde 1942 hasta 1950 trabajó en la Office of Strategic Services.
Colaboró en calidad de investigador científico y de docente con el Russian
Institute de la Universidad de Columbia (1951-1952) y con el Russian Research
Center en la Universidad de Harvard (1953-1954). Sus estudios sobre la Unión
Soviética desembocaron en la obra El marxismo soviético (Soviet
Marxism), publicada en 1958.
En 1954 empezó a enseñar ciencias políticas en la Brandeis
University, y más tarde se trasladó a la Universidad de California. A pesar de
establecer definitivamente su residencia en Estados Unidos, mantuvo un contacto
constante con Europa, viajando a menudo a Alemania, Francia y Yugoslavia. En
1969 realizó una serie de conferencias en Italia. El año anterior había
participado en una convención sobre la figura de Marx promovida por la UNESCO.
Marcuse rodeado de estudiantes de
la Universidad de Berlín (1967)
También durante este período, tomando partido a favor de
los estudiantes, propuso una revisión crítica del marxismo y del concepto mismo
de revolución, como se desprende claramente del breve ensayo El final de la
utopía (Das Ende der Utopie, 1967). Oponiéndose a una racionalidad
puramente formal y tomando como referencia a Hegel y Marx, atacó la realidad
que pretendía establecerse como ideología. En Razón y revolución (Reason
and Revolution), que se publicó en 1941, y más tarde, en una nueva edición
revisada y ampliada, en 1954, contrapuso a la visión positivista de la
sociedad, planteada en su forma más completa por Comte, la perspectiva salida
del movimiento de la dialéctica hegeliano-marxista.
La crítica de la civilización como represión (que implica
la valoración del “poder de lo negativo” en el pensamiento
entendido dialécticamente) se hizo más aguda en Eros y civilización. Una
investigación filosófica acerca de Freud (Eros and Civilization,
1955), gracias al extenso estudio sobre Freud. Este libro fue una de las
mayores aportaciones a la definición crítica de las relaciones entre el
marxismo y el psicoanálisis.
La fama del autor se propagó después del éxito obtenido por
El hombre unidimensional (One Dimensional Man, 1964), que
contiene un discurso radicalmente crítico y negativo en relación con la nueva
izquierda y con el movimiento estudiantil a nivel internacional. Uno de sus
últimos trabajos, An Essay on Liberation (1969), presentaba, a
diferencia de sus obras anteriores, un tono más confiado y optimista. Hay que
citar también su colaboración en la obra colectiva A Critique of Pure
Tolerance (1965), escrita en colaboración con R. P. Wolff y Barrington
Moore jr.
Para Marcuse, la sociedad de consumo está esclavizada por
el mismo poder liberador que posee la técnica cuando ésta sólo se utiliza como
instrumento de lucro y de masificación del espíritu humano. La esperanza de una
liberación debe depositarse en las capas de marginados sociales, que son los
únicos que perciben la carga y el carácter insostenible de este orden, ya que
la clase obrera -en los Estados Unidos en particular- se encuentra
profundamente integrada en el sistema. Propone, pues, la ruptura del sistema tecnológico
represivo y la utilización de la razón para hacer de la técnica un instrumento
liberador de las necesidades humanas y de las relaciones sociales de los
individuos dentro de la sociedad. Estas tesis convirtieron a Marcuse en el
inspirador de los movimientos de izquierda, primero en América y luego en
Europa.
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